Aquello de estar dispuesto a morir es la primera regla básica para todo aquel que quiera ser torero, algo que no deseamos que ocurra jamás pero que, los toreros saben que lo que digo es muy cierto porque, ese miedo e incertidumbre es la que les aterra en el hotel a la hora de vestirse el traje de torero. Asumiendo esta premisa que, en honor a la verdad, es pura incertidumbre, es la que conviven los toreros en cada tarde de corrida y, mala cosa sería si esto no lo tuvieran asumido.

Por ello esta profesión es tan grande, de lo contrario sería una más de la miles que tenemos en la vida. Ser torero, insisto, asumiendo esta consigna es lo más hermoso que puede atesorar un torero pero, en la actualidad, con el toro que de forma habitual lidian las figuras del toreo, como digo, no deseamos la muerte de nadie pero, en el peor de los casos, lo que si pretendemos es la emoción del toro bravo y fiero en la que, todos, desde el primero hasta el último de los espectadores o aficionados, queremos sentir cuando el torero está frente al toro.

Mala cosa es cuando aparece el toro domesticado, el que parece que se traen los toreros en sus furgonetas. Si pretenden, como logro vital, no tener peligro alguno lo han conseguido por completo puesto que, con la simple destreza de la profesión, es más que suficiente para acometer el envite. La gira de la destrucción está siendo el estigma de lo que digo puesto que, muchos han sido los toros lidiados pero, para desdicha de los toreros, ninguna faena quedará en los anales de la historia, porque, como diría Fernando  Cuadri, si el toro no tiene emoción, bravura y casta como para que se palpe el peligro, lo demás son sensaciones incoloras e inodoras, sin gusto a nada y, lo que es peor, sin el menor calado entre los aficionados.

Al respecto de la muerte, todos lloramos de forma desconsolada cuando falleció ese héroe de Orduña llamado Iván Fandiño que, por su grandeza, hasta parecía que soñaba con la muerte o, lo que es mejor, nos lo hacía presagiar dada la reata de toros que solía matar y, a su vez, sus formas y maneras de entender la profesión en la que, de la sobriedad, Fandiño hizo una forma de vida, por eso caló para siempre en el corazón de los aficionados porque, era tanta su grandeza, su verdad, que no tenía obligación de parecerse toreando a Rafael de Paula. Le bastó y sobró para siendo el que era, por el sendero de la verdad, conquistó a los aficionados y de tal manera llegó hasta el cielo.

Tenemos dos formas de toreo; el que lidian los señoritos del escalafón y los toreros humildes que se enfrentan al toro de verdad, es decir, esos que sus guadañas huelen a muerte. ¿Qué preferimos? Hombre, puestos a elegir todos desearíamos que, ante todo, hubiera una mezcla de toros y toreros y que nunca tuvieran que ser los mismos los que pechen con los toros más difíciles que, al fin ya la postre, tienen su lidia en la que, en muchas ocasiones, con dos tantas de naturales, caso de López Chaves el pasado año en Madrid, bastó y sobró para que la afición le reconociera por completo.

Lo que sigue siendo sangrante y lo diré mientras viva, son los privilegios de unos pocos, los que dicen que sueñan hacer el toreo y lo que hacen es el más absurdo ridículo porque, sin toro, nada es posible si de emocionar se trata. Recordemos que, el dinero de los toreros debería de estar acorde con los toros que lidian y, si eso fuera posible, las figuras se morirían de hambre en un abrir y cerrar de ojos. Como fuere, qué hermoso resulta ver al toro en su pujanza, en su verdad, en su casta como tal, algo que le hemos visto llevar a cabo a muchos toreros que, sin duda, todos viven dentro del corazón de los aficionados, Fandiño era el gran referente de lo que vengo diciendo.

A la hora de morir, si a los toreros les dejaran elegir, casi todos confesarían, como El Pana, aquello de morir en una plaza de toros porque, sinceramente, no existe muerte más bella y, como explico, El Pana, hasta lo consiguió; no fue en el acto, pero sí la consecuencia de aquella fatal cogida en la que, un mes más tarde, Rodolfo le entregaba su alma a Dios. ¿Pudo aquel aciago 17 de junio en aquella plaza francesa, rondar por el corazón de Iván Fandiño que sería su última actuación? Nadie lo sabemos pero, dada la grandeza que anidaba dentro de aquel ser humano, en su persona, todo podía ser posible, hasta desear la muerte en el escenario de sus triunfos.

En las fotografías que mostramos, El Pana e Iván Fandiño, los dos últimos héroes que alcanzaron la gloria eterna  en el ejercicio de su profesión.