Qué pena que aquella gran señora llamada Dolores Aguirre no pudiera ver la obra en la que se le inmortalizaba para siempre. Dolores Aguirre, palabra de ganadera, era su título. Allí, en el Club Cocherito de Bilbao se fraguó la idea en su momento y, como curiosidad de enorme relevancia es que, tras comunicarle a la señora Aguirre la idea de ennoblecerle en un libro, la genial ganadera se negó; no como desprecio, pero sí en señal de humildad puesto que, como ella dijera, apenas era nada en la ganadería brava española. ¡Y lo decía Dolores Aguirre, santo y seña del toro bravo español!

El que sería el autor de dicho libro, ese gran aficionado y narrador vasco que atiende por Eneko Andueza, en aquel momento emprendía lo que sería una aventura apasionante porque, como aficionado y escritor, trazar la historia de Dolores Aguirre eso ilusionaba a cualquiera y, Eneko Andueza no podía ser una excepción, como tampoco lo era Chema Muguruza en calidad de editor de la obra. Al final, Dolores Aguirre accedió porque medió su hija para convencerle de que, el libro era el retrato de lo que había sido su vida como ganadera que, para mayor dicha, era todo un regalo para los aficionados del mundo.

Y como quiera que el destino, en ocasiones, suela ser cruel y traicionero, Dolores Aguirre no pude ver culminada de ilusión de Eneko y Chema Muguruza porque cuando lograron por fin editar el libro, la señora Aguirre había transitado junto a Dios. Es cierto que se marchó para siempre la ganadera pero, su obra inmortal ahí ha quedado para el resto de los tiempos para uso y disfrute de todos los aficionados del mundo en que, pasado el tiempo, generaciones venideras encontrarán un legado maravilloso que les mostrará la vida y obra de una señora que, aficionada hasta la médula, fiel a sus convicciones y alejada de todo preconcepto establecido, de tal modo crió sus toros que, para bien o para mal siempre han sido pura distinción entre el ganado bravo español.

Los toros de doña Dolores Aguirre tomaron antigüedad en Madrid un 20 de mayo de 1974 en que, la divisa, todavía estaba en manos de María Teresa Osborne la que, desilusionada por razones varias estaba dispuesta a vender el hierro, algo por lo que se percató Dolores Aguirre que, muy poco tiempo después adquiría la ganadería que pastaba en tierras de Constantina en Sevilla. Es fácil adivinar que la ganadera vasca apostaba por un toro bravo, fiero, distinto a lo que de forma habitual se lidiaba en las plazas y en manos de las figuras del toreo. Se desprende, por tanto, que la señora Aguirre no quería ser la “estrella” de nada; quería ser lo que su corazón le demandaba, ganadera de reses bravas y, por supuesto, teniendo en sus manos el toro que ella anhelaba.

Sin duda que nos quepa, la aventura que emprendió la señora Aguirre en 1977 cuando adquirió la ganadería era totalmente apasionante, sabedora de que sus toros le darían alegrías, y muchos disgustos como suele sucederle a cualquier ganadero, hasta los que se denominan “ganaduros”. Era su reto, su forma de vivir y nada le inquietó. Es cierto que, sus triunfos, especialmente en Madrid, Bilbao, Francia y Pamplona le daban una referencia importantísima porque, aquellos éxitos eran el refrendo de que había triunfado el toro y, a su vez, el torero; justamente lo contrario que suele ocurrir cada día en nuestras plazas que, es el torero el que, con el burro adormilado le hace la faena pinturera para que resplandezca un éxito que apenas es efímero por la nula calidad del toro lidiado.

Está clarísimo, como todos los aficionados saben, a doña Dolores, lo de las figuras le importaba apenas una entelequia porque, ella, en realidad, para quien trabajaba era para el devoto y, todo aquel torero que tuviera agallas podía enfrentarse a sus pupilos. Fueron muchos los hombres de honor que tuvieron las agallas para enfrentarse a dichos toros que, en tantísimas ocasiones, hombres humildes lograron el éxito. Podría citar a muchos pero, tirando de memoria me viene a la mente José Pacheco El Califa que, en dos años consecutivos se alzó como gran triunfador en Madrid saliendo por la puerta grande de Las Ventas, lo que venía a confirmar que, los toros de Dolores Aguirre tenían una inmensa dosis de bravura a la que había que atemperar para triunfar.

Si mi  retentiva no me es infiel, de los grandes toreros que hemos conocido del siglo pasado que, en el actual todavía se vistieron de luces y que se enfrentaron a los toros de Dolores Aguirre, el más emblemático de todos ellos no era otro que Luis Francisco Esplá que, matando todo tipo de divisas supo triunfar en todas ellas hasta el punto de solucionar su vida para el resto de su existencia. Dolores Aguirre, como explico, no fue nunca una excepción en la carrera de tan admirable artista que, como matador de toros, nunca mejor dicha la definición, tantos éxitos cosechó.

Desde que murió doña Dolores Aguirre en 2013, toda una institución e icono en la sociedad vasca y admiradísima por toda la afición de España y Francia, se hizo cargo de la divisa su hija Isabel Lipperheide Aguirre que, tan apasionada como su señora madre, sigue fiel a sus conceptos como si Dolores todavía estuviera junto a nosotros. Una pena, como antes dije, que la gran dama de la sociedad vasca no pudiera ver el libro que Eneko Andueza y Chema Muguruza editaron con toda la ilusión del mundo. Es más, de mi parte no puedo revelar miles de datos que figuran en el volúmen porque sería tanto como plagiar su maravillosa obra. En aquel instante, Eneko Andueza no era consciente de que empezaba una singladura literaria dedicada al mundo de los toros que, pasado el tiempo, tanta gloria le aportaría.