En el toreo se cometen muchas injusticias, nada es más cierto. Pero llega un momento en que si un diestro está preparado y tiene mucho que decir, por tontos que sean los empresarios, dichos diestros son escuchados. Es el caso de esa pareja de toreros que vienen ilusionando que, con toda justicia, son acreedores para formar parte de grandes carteles. Me refiero a Pablo Aguado y a Juan Ortega, sinónimos de la belleza más profunda en el arte del toreo.

Veo que se van organizando ferias y, pese a las reducciones y limitaciones de las mismas, los diestros referidos son incluidos en los carteles. Y les puedo asegurar que tienen mucho mérito ambos matadores porque, como sabemos, el mundo de los toros es un circuito tan cerrado que, caben los que entran y, los demás todos a la calle. Es decir, son pocos los toreros que se necesitan para montar las ferias y, para mayor desdicha, siempre son los mismos.

Dicho lo cual, que dichos espadas hayan entrado a formar parte de los grandes carteles es un milagro o, ¿será que se ha hecho justicia a sus valores como artistas? Como fuere, me siento dichoso al comprobar que, dos chavales arrinconados han encontrado su sitio que, por su calidad, no es otro que formar parte de carteles de relumbrón.

Claro que, como decía, dos más son dos menos y como quiera que los puestos para las ferias son limitadísimos, a partir de ahora, con la irrupción de Aguado y Ortega en las ferias, toreros que entraban en los carteles estelares como pudieran ser López Simón, Ginés Martín, Álvaro Lorenzo y algunos más, a partir de ahora a dichos toreros se les pondrá muy cuesta arriba su futuro.

Lo siento, -diría cualquier empresario- pero no hay sitio para todos. Y es cierto. Y si se me apura, que los empresarios elijan a los mejores, eso sí es un acto de justicia porque como sabemos, a lo largo de la vida hemos visto como grandes artistas se morían de pena y, vulgares toreros como los antes mencionados se paseaban por todas las ferias del mundo.

Se necesitan pocos toreros para las ferias, es una verdad que aplasta pero, siendo así, por el amor de Dios, elijamos a los mejores que, de pegapases tenemos lleno el mundo. No podemos rendirle culto al “becerro de oro” que apenas deja recuerdo alguno en el toreo. En el peor de los casos, al margen de hacer justicia, aboguemos por diestros que nos alumbren en el interior de nuestro corazón.

Pese a todo, siempre habrá injusticias. Pero en realidad, ¿qué entendemos por injusticia? Está clarísimo, lo que siempre hemos defendido desde el primer día que les vimos torear, en este caso, a Pablo Aguado y a Juan Ortega que, tenerles arrinconados era la peor injusticia, digamos que, la más sangrante del toreo. Desde que vi triunfar a Juan Ortega en Madrid en aquella tarde agosteña de hace unos años; más que triunfar, observar sus maneras, su forma de interpretar el toreo y toda la esencia que brotaba desde lo más profundo de su ser, ver que le tenían postergado en el último rincón del toreo, eso sí era traumático. Como se demuestra, ha triunfado la razón y quiénes lo merecían son ahora escuchados; más vale tarde que nunca.

Que exista ahora un halo de justicia es algo que nos reconforta porque si de injusticias hablamos, toreros de la calidad de Curro Díaz, Diego Urdiales, Morenito de Aranda  y algunos más, que estos diestros nombrados no formen parte del festín del arte en sus ágapes artísticos más representativos, eso sí es una injusticia en toda regla. Y, lo que es peor, mientras se ha tratado de forma injusta a estos hombres aludidos, durante muchos años se han paseado por las ferias auténticos hombres vulgares como toreros que, su único mérito no era otro que rendirles pleitesía a sus amos.

Nos alegramos mucho de que se haga justicia con los artistas pero, cuidado que, a la hora de la verdad serán juzgados como merecen; es decir, Aguado y Ortega ya se han apuntado a la rama Domecq para sus actuaciones, algo que nos parece muy bien, pero a tenor de lo que serán sus actuaciones con ese tipo de toros así les juzgaremos. Al final, la desdicha siempre es la misma, abogamos porque haya justicia para con los toreros y, cuando lo han conseguido, en vez de apuntarse a las auténticas corridas de toros, todos suspiran por la basura del toro que sale muerto de los corrales.