Gracias a los medios digitales los que, usados como Dios manda son pura delicia, pudimos ver días pasados, concretamente el día de San Fermín, la actuación en el campo de dos toreros excepcionales que, en la soledad del campo, hasta daban una sensación de paz inexplicable. Al ver a dichos matadores en el campo, sin apenas nadie para que les vitoreara, cualquiera tenía la sensación de que estaban toreando para ellos mismos y, sin duda, para los que tuvimos la fortuna de admirarles por el milagro de la técnica.

Allí, en el campo, en la finca Las Cobatillas de Ana Romero, Manuel Escribano y Curro Díaz hicieron lo que se dice la ensoñación del toreo en la soledad de sus almas. Ver torear como los ángeles a sabiendas de que el enemigo es puro Santa Coloma, el mérito es todavía mucho mayor. Aquello que, sin mayor lectura, podría parecer pura rutina del entrenamiento de los diestros citados, para su dicha, el toreo que practicaron alcanzó el rango de categoría al más alto nivel. De bromas, nada. Eran toros de verdad y, pese a estar en el campo, se estaban jugando la vida.

Manolo Escribano, como demostró una vez más, es un torrente de emoción y verdad al más alto nivel. Su toreo es la pura entrega, la fascinación por demostrar que su muleta es la esencia pura de la verdad del toreo. Escribano, un hombre que se ha jugado la vida, que ha flirteado con la muerte en repetidas ocasiones, comprobar que su entrega sigue intacta, que las cornadas que laceraron su cuerpo no han hecho mella en su ser, esa actitud es digna de encomio que, para colmo de la dicha, Escribano nos demostró una puesta a punto como si nada hubiera sucedido en la temporada y como si llevara treinta corridas sobre sus espaldas; como digo, un caso de pura afición, entrega absoluta y sinceridad a raudales.

Curro Díaz, al que vimos torear de paisano, como siempre, nos embelesó con su toreo tan puro, sincero, artista, genial y todos los epítetos que queramos añadirle a este diestro, todos encajan a la perfección en su bendita obra. Díaz estuvo cumbre frente a sus enemigos y, como antes decía, como a su compañero, los motivó su propia alma porque no había vítores en la soledad del campo; nada importó para que Curro Díaz fuera el artista de siempre, corregido y aumentado si en verdad cabe.

Ciertamente, también hay que reconocerlo, a la torería de ambos diestros se unió la tremenda ilusión que todos teníamos por ver a un diestro en plena actividad artística que, todo nos supo a gloria. Era mucha la “sequía” que teníamos en nuestras almas; todo parecían recuerdos del pasado a la hora de pensar en los toreros y, de repente, ver a Curro Díaz con la majestuosidad de la muleta en el campo, la dicha no pudo ser mayor.

Para que la cosa fuera más sencilla de lo que en verdad parecía, Curro vestía de paisano, como si su vida no corriera riesgo alguno. Nada más lejos de la realidad porque, ciertamente, para crear arte, Curro se tuvo que inspirar, arriesgar, combatir con un toro que, puro Santa Coloma, le pedía la acreditación como lidiador, algo que Curro Díaz, además de artista consumado, la tiene como maestro en tantas lides durísimas porque, pese a ser un torero con vitola de artista, el de Linares ha sabido forjarse como un inmenso lidiador.

Como fuere, al final de la contienda brilló el arte en su más puro esplendor por parte de ambos diestros, siendo Curro Díaz, el más fiel reflejo de ese sentimiento inexplicable que cautiva a diario por los ruedos del mundo. Lo difícil, como explico, es inspirarse en la soledad del campo, a sabiendas de que, junto a ti apenas hay media docena de personas, lo que me hace sospechar que, de vez en cuando, los toreros, hasta son capaces de torear para ellos y sentirse en lo más profundo de su ser.