Bucear en los ancestros de la vida artística de Vicente Fernández El Caracol es siempre una tarea apasionante. Se trata de un torero singular que, ni el paso de los años ha logrado restarle un ápice de su personalidad arrebatadora, aquella que esgrimió en los años sesenta y setenta por los ruedos del mundo. Lo digo porque a pesar del paso de los años, El Caracol sigue siendo el personaje que un día nos arrebató a todos con su toreo. Por razones de edad solo pude verle en sus últimos años que, para mí, me resultaron apasionantes. Cierto es que, tras leer todo lo que se había publicado de dicho personaje y haber constatado su obra, cualquiera tiene derecho a emocionarse con El Caracol.

Vicente Fernández era un torero de película,  la pena es que los guionistas y productores de la época no se percataron de la grandeza de este torero que, si como tal era singular, como persona era y sigue siendo un tipo de leyenda. Con muchos menos argumentos se han filmado películas de otros toreros y, por el contrario, el que lo tenía todo para hacer la gran película taurina, no se llevó a cabo. El toreo se lo perdió, sus aficionados, porque El Caracol, insisto, lo tenía todo para ser un icono al respecto. Convengamos que era pobre de pasar hambre, analfabeto como cientos de miles de chavales de su época, vivía en una casa de adobe con un techo de hojalata, empezó a trabajar a los doce años y, una década más tarde su toreo brillaba con más intensidad que el astro Rey.

El Caracol era un producto del hambre de aquella época, algo que le hacía singular allí por donde pasare. Por dicha razón, El Caracol y El Cordobés eran una sola persona puesto que, ante todo les unía la misma causa, el hambre. Y para suerte de ambos coincidieron en los ruedos en los mismos años para gloria de los aficionados que, tanto al uno como al otro, les rindieron pleitesía. Es cierto que, El Cordobés llegó mucho más alto, pero nada que desdeñar a El Caracol que supo dejar el nombre de Alicante en lo más alto en todos los rincones del mundo y, lo que es mejor, ordenar su vida para el resto de su existencia.

Es emocionante saber que, por ejemplo, El Caracol fue el precursor para que el monumento al Doctor Fleming, el que luce frente a la plaza de Las Ventas de Madrid; precursor y primer aportante para que se construyera dicha estatua. Vicente Fernández, sabedor de lo que supuso para el toreo la penicilina, en su fuero interno, desde siempre llevaba dentro de su ser poder agradecerle al doctor Fleming el milagro que obró de cara a los toreros y a todo el mundo; pero de forma muy concreta para los diestros puesto que, antes de la penicilina, las cornadas eran monstruosas y, lo que es peor, tardaban “siglos” en curarse. Al final, se construyó el monumento y, paradojas del destino, al que fuera su precursor no le invitaron.

El Caracol triunfó en todas  y cada una de las plazas en que toreó. Participó en todas las ferias de España y América teniendo, como compañero de viaje, el éxito en cada tarde. Su carrera era una cadena de triunfos por doquier pero, pese a ello, había una mano negra detrás que no permitía que Vicente Fernández lograra su propósito, por eso le frenaron en seco, hasta el punto de que, en Cali, en su feria del Señor de los Cristales del año 1963, tras tres actuaciones pletóricas, rotundas, con salidas en hombros en dicha tardes, al final, el trofeo en disputa, el citado Señor de los Cristales se lo dieron a otro con muchísimos menos méritos. Era el primer aviso de que El Caracol estaba molestando en el toreo.

Claro que, su raza solía aparecer cuando menos nadie lo esperaba. Era el caso de México en que, tras una exitosa campaña por tierras aztecas, fue requerido para sustituir a El Cordobés, herido unos días antes, El Caracol exigió los mismos honorarios que tenía contratado el diestro cordobés. Y de ese modo sustituyó el torero de Villalobillos. Cali, Bogotá, Manizales, Quito  e innumerables plazas de México, todas se rindieron al arte del diestro de Almoradí que supo amar a la capital, Alicante, con un fervor inusitado porque siendo figura máxima de los novilleros, podía haber tomado la alternativa en Murcia, Valencia o Alicante y lo hizo en la capital de su provincia con menos dinero que en las otras plazas, pero con el orgullo legítimo de que en la capital alicantina se habían dado cita sus grandes y mayores éxitos, caso de Los Jueves del Caracol, amén de encerrarse con seis novillos en el último de aquellos jueves, algo insólito que solo Vicente Fernández fue capaz de lograr.

El diestro de Almoradí triunfó en todas las partes del mundo y, como era previsible, Madrid no fue una excepción puesto que, siendo novillero, ya salió por la puerta grande, algo que repitió como matador de toros e, incluso, en una ocasión, habiendo cortado las dos orejas a un toro no pudo salir en volandas porque un toro le partió la femoral y le llevaron en hombros, pero para dejarle en las manos del doctor García Padrós que le salvó la vida. Hablando de vidas, no podemos olvidarnos de que El Caracol fue el torero que le taponó la herida a Jaime Ostos cuando la terrible cornada de Tarazona en la que, en dicha tarde, todos daban por muerto al diestro de Écija pero, muy posiblemente, el hecho de que El Caracol le taponara la herida con su mano pudo ser un atenuante para que Ostos salvara su vida.

El Caracol supo ordenar su vida y, con todo lo que ganó construyó su hogar en el que ha vivido toda su existencia a cuerpo de rey. Pero su logro más bello, entre otros muchos, éste no fue otro que sacar a sus padres de aquella “choza” de adobe y construirles un chalet para que vivieran, todo ello siendo novillero, un dato que nos viene a demostrar cómo era el mundo del toro por aquellos años y lo que ha quedado en la actualidad. Sin duda, su gesto, vino a demostrar su calidad humana puesto que, la artística, en aquellos años ya era moneda de curso legal

Su casa es todo un monumento al toreo, por ello le llaman casa-museo de El Caracol puesto que en la misma se agolpan miles de recuerdos del tan singular diestro. Muchas cabezas disecadas de aquellos toros que fueron tan significativos en su carrera, fotografías por doquier, cantidad de trajes de luces, premios de toda índole, carteles representativos de su carrera; como digo, es toda una bocanada de aire fresco visitar tan emblemático lugar en el que vive un torero sin duda que nos albergue. Cinco pasodobles en su honor y un libro hermoso, EN CORTO Y  POR DERECHO, dan la medida de lo que supuso este torero de leyenda. Mucha salud para El Caracol al que pedimos que Dios nos lo guarde muchos años.