Veo que se están haciendo planes para la temporada que debería de estar comenzando y, me alegro muchísimo, al tiempo que me asusto. Pensar que Alberto García quiere montar una feria en Leganés es una noticia admirable, yo diría que fantástica. Claro que, el tiempo, la pandemia, las circunstancias y las autoridades, entre todos tendrán la última palabra. Y cito a las autoridades sabiendo lo que digo puesto que, el pasado año, con la pandemia sobre nuestras espaldas se dieron toros en lugares insospechados y, por ejemplo en toda la comunidad de Madrid ni un solo espectáculo se celebró.

El hecho citado tiene mucha lectura y, ante todo, la gran pregunta. ¿Cómo es posible que no se autorizara espectáculo alguno en toda la comunidad madrileña mientras que en pueblos de “mala muerte” se dieron corridas de toros? Es ahí donde me pierdo y, para mayor inri, la comunidad madrileña no es sospechosa de antitaurinismo, al menos por lo que hemos deducido por las palabras de sus dirigentes, tanto en la Comunidad como en la Alcaldía de la capital de España.

Hay cosas que uno no logra entender y, el hecho citado es una de ellas. Es más, en todos los festejos que se dieron el pasado año, es cierto que atendiendo las medidas sanitarias correspondientes no se encontró contagio alguno y, en plazas como en El Puerto de Santa María, Ávila, Badajoz, Córdoba y algunas más, hubo bastante gente, amén de los festejos que se dieron en Francia. Si en Madrid se prohibieron los toros para evitar contagios por aquello de la aglomeración de gentes, ¿qué ocurre en el metro y los autobuses madrileños? Medios de transporte en que, de forma inevitable, la gente tiene que viajar totalmente apiñada, sin espacio de separación posible y, en espacios abiertos como puedan ser las plazas de toros, para proteger a los aficionados no dejaron montar festejos. Es un contrasentido en toda regla que, insisto, no logro comprender.

Los teatros siguen haciendo sus funciones, con aforos restringidos, nada es más cierto; pero son locales cerrados que, a priori debería ser el caldo de cultivo para los contagios. Raphael, entre otros artistas, congregó a cuatro mil personas fechas pasadas en Madrid en un local cerrado. Ante todo lo contado, no sé, pero barrunto que somos la oveja negra de la pandemia.

Es cierto que, como dicen los expertos, está bajando el número de contagios por la pandemia pero, presagio que, ante todo lo visto, tendremos que empezar a convivir con tal maleficio y tratar de sobrellevar la cuestión como Dios nos dé a entender. ¿Cómo ocurren los contagios? Por aglomeración de gentes nos han dicho siempre desde las autoridades sanitarias. Sin duda que no lo negaré, es más, hasta tengo el miedo adecuado como para no formar parte de núcleos de personas desconocidas pero, sigo insistiendo, ¿qué ocurre que en el metro o autobuses están inmunizados por arte de magia para que no se den allí dentro contagios? Nadie logra entenderlo porque, por ejemplo, los grandes centros comerciales siguen abiertos y nadie ha dicho que en dichos lugares se hayan contagiado.

Doctores tiene la iglesia, dice el refrán, pero no es menos cierto que hay cosas que chirrían por completo, más que una verja sin abrir durante cientos de años. Es cierto que la pandemia nos dañó a todos pero, ese mal era para todos igual; es decir, no creo que Badajoz tuviera la bendición divina y que Madrid estuviese poseído por el diablo. Algo huele a podrido, tanto en Madrid como en otros lugares importantes que podían haberse celebrado corridas de toros puesto que, si pueblitos con apenas cinco mil habitantes las dieron, ¿cómo se entiende que los grandes recintos taurinos quedaron desolados durante todo el año pasado?

Por las razones explicadas, quiera Dios que cambie el sino de nuestras vidas y la pandemia se vaya de igual manera que vino, si no es que alguien la trajo. Relajarnos al respeto sería una temeridad pero, si esto continúa como el pasado año no tendremos más remedio que convivir con ella, al tiempo que adoptaremos medidas para poder ir a los toros, a cualquier sitio o lugar, con las precauciones debidas, pero no podemos quedarnos inertes puesto que, si en otros lugares del suelo patrio se dieron toros, España entera tiene derecho a que los empresarios esperanzados, caso de Alberto García, vayan programando festejos, al tiempo que todos nos vayamos ilusionando.