Si de dramas hablamos no hace falta que recurramos a Shakespeare ni de ningún otro dramaturgo porque, la realidad que vivimos en el mundo de los toros supera toda ficción que podamos imaginar. Echamos un vistazo a las estadísticas de la temporada actual y se nos hiela la sangre en las venas. Siempre dijimos que ser torero es producto de un milagro de Dios y, cada día está uno más convencido del asunto que citamos. Es de admirar a todos los hombres que intentan ser toreros, no cabe otra opción. Los habrá mejores o peores pero, el solo hecho de intentarlo ya merece el mayor de los respetos.

Las cifras consultadas al respecto de lo que ha sido la temporada, como decíamos, son de puro escalofrío. Ni los que somos muy aficionados podíamos imaginar el dato que citamos a continuación. Ciento sesenta matadores de toros han hecho el paseíllo en la presente temporada; desde el que más ha toreado, Morante, hasta el último hombre del escalafón que, con un solo festejo no ha tenido el menor atisbo de fortuna. Y a dicha lista tenemos que añadirle la de los novilleros puesto que, ciento cuarenta chavales han toreado por esas plazas de Dios en la búsqueda del camino hacia la gloria, sin contar, eso sí, a todos los becerristas que son muchísimos.

¿Cómo se digieren dichas cifras? ¡Es imposible! No existe un solo razonamiento que nos pueda convencer al respecto. Es un mundo de locos, no cabe otra opción, con todo el respeto para esos hombres admirables que dan su vida por un sueño que, en el noventa y nueve por ciento de los casos no llegará jamás. Bien es cierto que, analizamos el asunto desde la perspectiva de aficionados, nunca como profesionales; es decir, nosotros no esperamos milagro alguno mientras que, los toreros, todos viven con la esperanza de que les tocará a ellos; digamos que serán tocados con la varita mágica del destino para poder llegar a la meta.

Como explico y he dicho muchas veces, ser torero es la locura más bella del mundo puesto que, en un enorme porcentaje todos quedarán en el camino, algunos podrán torear alguna que otra corrida, otros se quedarán en la mitad del camino y, de cada cien matadores de toros, UNO logrará el propósito emprendido que pasa por ser figura del toreo. Si analizamos, por ejemplo, la pasada temporada en que se doctoraron veinte chavales, solo uno, Tomás Rufo, ha sido atendido por las empresas, más que por sus propios éxitos, por el capricho empresarial que, les ha caído bien el chaval y le tienen toreando en todas las ferias.

De los que se han doctorado este año mejor no hablemos. Si acaso, el más capacitado de todos, Isaac Fonseca, apenas ha sido reconocido en los últimos compases de la temporada actual y, como dije en su momento, muy difícil tendrá su trayectoria pese a que ha sido el novillero más destacado en los dos últimos años. Y si el futuro de Isaac Fonseca se presenta lleno de nubarrones, ¿qué será del resto de los doctorados? No, no quiero ni pensarlo. ¿Tengo razón cuando digo que ser torero tiene tintes de milagro? Las pruebas son concluyentes, para desdicha de cientos de chavales que, ilusionados, no saben el negro futuro que les deparará su profesión, la más bella del mundo, sin duda alguna, pero lo más ingrata donde las haya.

La prueba de la sinrazón aludida no es otra que, por ejemplo, Francisco de Manuel, el que salió triunfador absoluto de la feria de otoño de Madrid el pasado día del Pilar, tres orejas, el delirio, al tiempo que se producía el éxtasis entre la afición madrileña. ¿Qué futuro le espera a dicho torero? Al año que viene todo el mundo me dará la razón en mis predicciones porque, el chaval será ninguneado como les ha sucedido a muchos, así, hasta que logren aburrirle. Al tiempo.