Ha muerto desde hace muchos años aquella figura legendaria a la que conocíamos como el espontáneo; eran hombres, chavales ilusionados que, arrinconados por la sociedad y el taurinismo, la única forma que tenía para reivindicarse no era otra que tirarse de espontáneo en una plaza de toros. Digamos que, no era una actitud ética, pero sí muy heroica; algo que muchos comprendían y otros denigraban. Sin duda, para el gran público, era un hecho sin precedentes que, en realidad, lo era. Algunos toreros actuantes, en muchas ocasiones no entendían el mensaje que llevaban implícitos los chavales que al ruedo se lanzaban y les criticaban.

El hecho de que un chaval se lanzara de espontáneo no certificaba que iba a ser figura del toreo que, como se sabe, algunos si lo lograron, ente ellos Manuel Benítez El Cordobés y, años más tarde, el propio hijo del diestro de Villalobillos, es decir, Manuel Díaz. Lógicamente, muchos quedaron en el camino pero, como actitud, era digna de elogio. Es cierto que, sería curioso que un día tuviéramos un poco de paciencia y analizáramos a todos los que han llegado a la torería habiendo sido espontáneos; más de uno se quedaría de piedra porque la lista es inmensa.

Han cambiado los tiempos, se crearon las escuelas taurinas como modo de redimir a cuantos tenían la idea de reivindicarse mediante el temerario gesto de lanzarse como espontáneo a una plaza de toros con el consiguiente riesgo que ello llevaba implícito. Pero nadie podrá negarme que el hecho era subyugante; jamás he visto a una plaza de toros recriminar al espontaneo de turno, todo lo contrario porque siempre contaron con el beneplácito de los aficionados que, sabedores del riesgo que asumían, solo por ello ya se llevaban la ovación de la tarde.

Como se sabe, no se puede interferir el orden de la lidia y, el hecho de un espontáneo es eso, pero la figura del hombre ilusionado en la búsqueda de la gloria ha existido desde los tiempos inmemoriales y, aunque todo el que cometiera dicha acción sería multado por orden gubernativa, el deseo de querer llegar podía con todo, hasta infringir las normales elementales de la celebración de un festejo taurino, algo que a muchos matadores les molestaba muchísimo porque ávidos de gloria no eran capaces de entender que, otros, como hicieron ellos, anhelaban la gloria que ellos atesoraban. Como sabemos, por ejemplo, Luís Miguel Dominguín pagó la multa de uno de los espontáneos que se le echaron en alguno de sus toros y, lo que es mejor, más tarde se lo llevó a cenar, cuestión de identificación.

Como decía, esa “figura” tan célebre y admirada se ha perdido para siempre y, no quedan arrestos en los chavales que, como digo, auspiciados por las escuelas taurinas, si se me apura no tienen necesidad de jugarse la vida de aquella manera. Eso sí, ahora se consiente a los espontáneos al estilo Peter Hasel que no son otra cosa que unos hijos de mala madre desalmados que, se echan al ruedo cuando no hay toro, llevan pintadas en su espalda para reivindicar al toro y, desde Pacma y desde el mismísimo gobierno, son alentados para que sigan haciéndolo.

Han cambiado los tiempos de forma alarmante. Antes los espontáneos eran chicos heroicos, buscadores de la fortuna por la que eran capaces de entregar hasta la vida. Hombres de una capacidad meritoria a los que nunca se les hizo la debida justicia porque hay que ser muy hombre para, con apenas un mal trapo como defensa, tirarse a un ruedo y enfrentarse a un toro. Ahora, insisto, los espontáneos están protegidos por la puta ley de la defensa de los animales porque con sus acciones, lo que pretenden es ridiculizar a los lidiadores y ponerlos en evidencia. Todo eso y mucho más es lo que hemos logrado en estos años “esplendorosos” donde todo lo que tenía sentido, en los toros y en todos los órdenes, ha quedado en el olvido mientras que, lo absurdo es aplaudido por sectores criminales que nada favorecen a la sociedad en que vivimos. Es el precio que tenemos que pagar por ser “libres”. Maldita sea la libertad que nos confieren en la que, todos somos esclavos de los amos que nos dirigen. A las pruebas me remito.