Desde muy joven, cuando me inicié como aficionado al mundo de los toros, lo confieso, para mí cualquier torero tenía el título de héroe porque, en mi analfabetismo, creía que el hecho de que un hombre se enfrentara a una fiera, ello era algo subliminal. Con esa idea vivía y, lo juro, era feliz. Mi problema, como el de muchos aficionados, es cuando me adentré en lo más hondo del espectáculo, analicé desde dentro, me inmiscuí quizás en lo que no debía y, de la noche a la mañana me encontré con la más cruda realidad de un espectáculo al que yo idolatraba.

Así, a golpe de primera vista, para cualquier profano en la materia, decirle que un hombre se enfrenta a una fiera salvaje como pueda ser un toro de lidia, ello puede sonar como subliminal, de otra galaxia, hasta el punto de recordar como la historia nos ha contado, aquellos cristianos que morían enfrentándose a los leones en la antigua Roma. Por dichos parámetros me movía cuando pensaba en la fiesta de los toros. Cierto es que, en los toros, pese a todo, todos rezamos para que no haya muerte alguna por parte de los diestros.

Digamos que, lo que yo entendía como el espectáculo más bello del mundo, con un riesgo subliminal, con una gallardía por parte de los toreros que, como ha sucedido siempre, se les consideraba hombres de otro mundo, por dar un calificativo grandilocuente, algo que no le faltaba razón a quiénes así calificábamos el mundo de los toros. Siempre creí que no existía un espectáculo más sincero que las corridas de toros, una fiesta en la que la verdad era la única bandera y que unos hombres apasionados se jugaban la vida. Como teoría, ésta no puede ser más bella.

Incluso llegué a pensar que, las confrontaciones de los hombres en lo que a deportes se refiere, era una pura broma comparada con los toros y, la vida me ha enseñado que, es en el deporte donde anida la gran verdad y la justicia porque, como se sabe, siempre gana el mejor. Parece una paradoja lo que digo pero, es la auténtica verdad; que cualquier deporte haya dejado en ridículo al mundo de los toros, ese es el pecado que llevamos como maldita penitencia. Pensemos que, por ejemplo, se enfrentan Rafael Nadal y Roger Federer y gana el que más sets consigue con su esfuerzo y talento; no hay tongo ni trampa y, así en todos los deportes no hace falta hacer la lista muy larga.

Insisto que, lo de los deportes me parecía ridículo, como una broma y, al paso de los años, la chacota, la ridiculez, la parodia, el engaño y la burla viven dentro de las plazas de toros. ¿Puede eso ser posible si se están enfrentando un hombre y una fiera? No es que sea posible, se trata de una palmaria realidad que nadie me podrá discutir, la que me duele en el alma tener que afirmarlo.

En cualquier deporte, en solitario, en dueto, en equipo, se enfrentan los deportistas con el único atributo de su verdad; si es en el fútbol, ganará el que más goles meta; si se trata de motociclismo, el que más rápido llegue a la meta; si son nadadores el que más brazadas sea capaz de dar para llegar antes al borde de la piscina olímpica; si son tenistas, como antes dije, el que más sets gane durante el partido ese será el triunfador y, así, sucesivamente en todos los deportes.

Dicho lo explicado, cualquiera podría pensar que, las verdaderas dificultades estriban dentro de una plaza de toros en la que un hombre, con un trapo, tiene que dominar a la fiera y, a ser posible, crear retazos de arte como así entendemos la labor de un torero frente a un toro. Como antes dije, la teoría es bellísima, como para ponernos los pelos de punta al pensarlo pero, amigos, ahora viene la cruda realidad de como la fiesta de los toros se fue acomodando a unas exigencias de los toreros mandones en el escalafón que, con apenas la técnica que lucen les sobran argumentos para subirse al carro de la estafa porque, ¿entiende alguien que un animal llamado toro pueda salir a la plaza totalmente domesticado? Sucede, sí señor y, lo que es peor, a diario.

Ya no es una heroicidad matar toros bravos, la prueba la tenemos en que los toros apenas hieren a los toreros y si son figuras, los toros hasta se arrepienten de provocar el más mínimo riesgo a sus lidiadores. El tiempo ha demostrado que, el hombre, en el devenir de los años, respecto a los toros, ha conseguido criar un animal a imagen y semejanza tal y como  los toreros querían y, como quiera que los pitones, las orejas y el rabo los esgriman, la mayoría siguen creyendo en la épica de la fiesta cuando todo es mentira.

Antes, en el circo, los trapecistas hacían el triple salto mortal sin red, lo que venía a demostrar que, el más mínimo error podía costarles la vida, razón por la que inventaron la red para, en el caso de error, caer de forma amortizada sin peligro para la vida. ¿Sigue siendo bello el triple salto mortal por parte de los artistas del circo? ¡Por supuesto! Pero carente ya de toda emoción porque hemos evitado el peligro, por ende, el riesgo que antes se asumía.

En los toros sucede lo mismo, como antes contaba, los toros tienen sus pitones que aparentemente pueden dar miedo pero, es la técnica de los diestros un arma más que suficiente para lidiar al toro porque, éste no tiene nada que ver con el toro de antaño o si se me apura, con el toro actual. Y cuando digo actual me refiero a ese tipo de animales indefensos en los que las figuras del toreo, gracias a la técnica de la que son portadores les sobran atributos para, sin aparente peligro, matar a sus enemigos.

Claro que, una cosa son las figuras del toreo y sus necedades y, otra muy distinta ese tipo de toro de antaño que, para nuestra suerte, sigue existiendo en las dehesas. Pero, aquí viene el quid de la cuestión porque las figuras no quieren saber nada del toro encastado, por eso torean con “red”, como los trapecistas. Pero sí, el toro verdadero existe en decenas de ganaderías en la que, muchos de su criadores, han tenido que mandar los toros al matadero porque no han tenido quien los lidie.

Por dicha razón, para homenajear que la fiesta auténtica puede seguir siendo posible, tenemos que agasajar a todos los valientes capaces de jugarse la vida en aras del disfrute del aficionado que, harto de parodias, tanto agradece ver una auténtica corrida de toros como las que hemos visto en Madrid y, de forma muy reciente en Mont de Marsán. Sí, amigos, si tenemos la suerte de presenciar una corrida de toros auténtica, albergamos la sensación de que nos hemos retrotraído en el tiempo para situarnos en los años veinte en que, aquellos diestros si tenían reaños y sabían ser auténticas figuras del toreo.