Estamos en el ecuador de la temporada y, como se ha demostrado en las grandes ferias, al igual que en otros lugares donde se ha lidiado el toro en su esplendor, ha sido la casta el único motor y motivo por el cual se han emocionado los aficionados, el resto, todo es parafernalia, triunfos sin alma ni sentido, en definitiva, la parodia habitual cuando actúan las figuras.
La lidia del llamado medio toro nos produce efectos nauseabundos puesto que, aquello de ver como rueda por la arena el animalito desvalido y sin fuerzas que, por otra parte, ni se les pica; ya salen picados desde chiqueros. Y con semejante material pretenden que nos emocionemos los aficionados; esa fiesta parodiada es para los espectadores ocasionales que, por otra parte, tras comprobar la estafa a la que han sido sometidos, la gran mayoría deciden no volver.
El toro encastado podrá salir como quiera; es decir, nadie tiene la garantía de que ese animal pueda embestir, pero, cuando lo hace, la sublimación del espectáculo alcanza cotas insospechadas. Como fuere, si de casta hablamos, cuando la misma aparece en el ruedo con esos animales que todos sabemos, en el peor de los casos, la emoción está servida y, como digo, si luego el toro le da por embestir, es entonces cuando llegamos al punto álgido del espectáculo. Lo que digo lo pudimos ver hace pocos días con los toros de Victorino Martín en Alicante.
¿Qué guardamos en este momento en nuestro corazón de todo aquello que hemos visto desde que se inició la temporada? El indulto de Ponce al animalito indefenso de Juan Pedro en Istres, seguro que no. Al tirar de memoria, nos hacen vibrar los toros encastadísimos que hemos visto de las ganaderías de Santiago Domecq, Santa Coloma, Baltasar Ibán, Victorino Martin, Luis Uranga y demás reatas todas que, de la casta hacen un modo de vida para que sus toros logren emocionar al aficionado que, en definitiva, es nuestra ilusión.
Como decía, nadie tiene la garantía absoluta de que un determinado toro será, además de encastado, todo lo bravo que todos quisiéramos que fuera; pero hay un dato revelador, la emoción siempre está garantizada, no la culminación del triunfo para el diestro que, en ocasiones se torna imposible. Y, justamente, esos toros encastados son los que, además de emoción, producen cogidas y cornadas, un dato muy a tener en cuenta porque, como es obvio, los animalitos que lidian las figuras además de no coger a nadie, de hacerlo, no tienen ni saña para buscar su presa.
Son, como todo el mundo adivina, las dos clases de fiesta, la que divierte al personal y la que emociona por aquello de los toros lidiados; parece lo mismo, pero la diferencia es abismal. Ahí está, como he dicho decenas de veces, entre otros toros, el que lidió Emilio de Justo, era de La Quinta, en Madrid y que enloqueció a los aficionados, la pena es que, como sabemos, De Justo, que es un gran estoqueador, en aquella tarde la espada entró, pero dos golpes de descabello dejaron al extremeño sin la puerta grande pero, la faena se había consumado y, lo que es mejor, nadie la ha olvidado.
Los taurinos, con la anuencia de la ignorancia de las gentes podrán engañar a todo el mundo, menos a los aficionados que, en el peor de los casos, además de saber que el toro tiene dos pitones, cuatro patas y un rabo, sabemos diferenciar la borreguez de la casta que, en definitiva, es el único fundamento que puede seguir dejado vivo a este espectáculo singular e inigualable.