El pasado dos del mes en curso se han cumplido seis años desde que Rodolfo Rodríguez El Pana se marchó junto a Dios, justamente un mes más tarde de haber recibido aquella voltereta espeluznante que le dejó tetrapléjico en la plaza de Ciudad Lerdo, estado de Durango. Como nos contaron, Rodolfo, mediante la expresión de su mirada mientras estaba internado en el nosocomio, pidió que le dejaran morir. Así de cruel fue su destino y, si se me apura, hasta toda su vida.

Rodolfo resultó ser un bohemio  por excelencia, iconoclasta en todos los sentidos, rebelde con causa, artista como pocos y singular como nadie. La vida no le regaló nada, si acaso, casi en el ocaso de su carrera, en aquel enigmático 7 de enero de 2007, Rafael Herrerías le organizó una corrida como despedida en La México, sencillamente para que se marchara para siempre y no molestara más. Y en aquella data inolvidable para El Pana, la diosa fortuna le visitó para mostrarle la cara amable del triunfo puesto que, sus faenas frente a Rey Mago y Conquistador resultaron ser una conquista en toda regla para el diestro de Apizaco.

Tarde triunfal, emotiva, gloriosa la de El Pana que, gracias a la televisión todo el mundo pudo gozar de aquella su obra singular en la que, en los tres tercios, El Pana brilló a una altura insospechada y, lo que es mejor, más que su salida en hombros por la puerta grande, me atrevo a decir que sus brindis respectivos tuvieron incluso más calado que sus propias faenas. Aunque fue una sorpresa para todos su brillantísima actuación, conociendo al diestro, aseguro que todo aquello entraba dentro del parámetro normal de un hombre singular y mágico como pocos. Y a partir de aquel día, todo cambió para Rodolfo puesto que, se le reconoció su valía, su categoría como artista y en años sucesivos volvió en repetidas veces a La México, en una de ellas, en un mano a mano con Morante. Incluso, una vez en España, se enfrentaron los dos genios en el Palacio de Vistalegre un día 29 de febrero en que, una vez más, la suerte le resulto esquiva.

El eco que produjeron aquellos triunfos tuvo como retribución en “especies” que el diestro pudiera venir a España en repetidas ocasiones; digamos que, los tres últimos años de su existencia los pasaba en España junto a su apoderado Pepe Ibáñez y, como compañero de fatigas a Carlos Escolar Frascuelo. El Pana luchó como nadie por intentar confirmar su alternativa en Madrid y, Martínez Uranga no se lo permitió aludiendo que se trataba de un “viejo” que se doblaba como un junco, que seguía corriendo la legua como nadie y era todo un atleta pese a sus sesenta años. El Pana murió con esa pena puesto que, como tantas veces nos confesara, su gran ilusión no era otra que confirmar su alternativa en Las Ventas, algo que le impidieron aludiendo que el toro de Madrid tenía mucho peligro para su integridad física y, como sabemos, poco más que un novillote fue el que le condujo a la muerte.

Los que tuvimos la fortuna de tratarle para amarle, su muerte nos produjo una sensación horrible, una pérdida irreparable porque su calidad como persona sobrepasaba los límites entre el bien y el mal. Su sentido armónico por la vida, por la amistad y por todos los valores que la vida siempre le negó, cuando encontraba cariño con una persona se sentía el más agradecido del mundo, sabedor, claro está, de lo que había supuesto su existencia, un sendero muy difícil de recorrer puesto que, hasta sus homónimos, durante muchísimo tiempo, le obligaron a refugiarse en el alcohol, un drama al que nunca renunció pero que, para su fortuna, acabó curándose gracias justamente al que cariño que recibía de sus gentes amadas.

El Pana sufrió cornadas diversas, enfermedades de todo tipo, intervenciones a vida o muerte pero, paradojas de la vida, Dios le estaba esperando en una plaza de toros que, en realidad, como tantas veces nos confesara, ese era su sueño.

Estamos hablando de un hombre inolvidable, un ser humano que amaba la cultura, disfrutaba con los genios de la literatura porque, pese a todo y de condición humilde, se sentía uno de ellos. Todo un personaje de leyenda que, ni su muerte ni el paso del tiempo ha logrado borrar de nuestro recuerdo.

Nos queda el grato recuerdo de haber estado a su lado en tantísimos momentos para arroparle, algo que nos agradecía con desmedido cariño. Fuimos testigos de su magia en Cuenca, Guadalajara y otros lugares en los que esparció la llama de su arte que, para su fortuna, Morante era uno de sus más fieles seguidores, hasta el punto de confraternizar con Rodolfo en México como dijimos, en Vistalagre y en Antequera, lugares donde ambos artistas cruzaron esos lazos de amistad fundidos por el arte.

El Pana desde el cielo, estará viendo cómo están boicoteando el toreo en su país que, con toda seguridad, desde su estrado celestial se sentirá más dichoso que si estuviera en la tierra puesto que, entre otras muchas plazas, comprobar que unos políticos nefastos, criminales y sin sentido por la vida, han clausurado la plaza de toros más emblemático del país azteca, La México.