Existen artistas anónimos que, al descubrirlos hallas una sensación de paz y sosiego muy difícil de explicar, algo que ocurre en cualquier rama del arte. Aquí viene a colación aquel dicho español que nos dice que no son todos los que están, ni están todos los que son. Y nuestro hombre, sin estar, lo es. Se trata de un artista Ibense que atiende por Benidel Yáñez Díaz, pintor autodidacta que ya tiene en su haber innumerables lienzos admirables.
Por supuesto que no soy un experto en pintura, ni siquiera en nada porque lo poco que aprendí me lo enseñó la vida. Pero sí me jacto de tener la suficiente capacidad admirativa para ilusionarme con cualquier tipo de obra que tenga que ver con el arte. Y la pintura es algo que me fascina, y mucho más cuando se habla del realismo del artista que ha plasmado justamente aquello que ha visto que, definitiva, no dejar de ser un retrato que ha quedado en sus retinas sobre una imagen para plasmarla más tarde en un lienzo.
Benidel Yáñez es un tipo singular, un hombre creativo donde los haya, puesto que, son sus obras las que le delatan, es el caso de la pintura, amén de la novela porque el pasado año narró una novela – HATUEY, CACIQUE TAÍNO, es su título- sobre la guerra de Cuba de la que quedé absolutamente fascinado. Para mayor satisfacción personal de este hombre y de la admiración que le profesamos los que le amamos, nos anuncia la segunda parte de dicha historia que, si la primera nos conmovió, imagino que en esta ocasión será la culminación de algo maravilloso.
Quiero hablar de una de las obras más bellas de Benidel Yáñez Díaz que, curiosamente, se trata de un retrato maravilloso del diestro Rodolfo Rodríguez El Pana del que, nuestro artista ni siquiera conocía hasta que le mostré la emblemática foto del torero en aquella mítica corrida en el Embudo de Insurgentes en el que plasmó un trincherazo tan sublime y enigmático que, nuestro artista, sin conocerle ni ser aficionado a los toros, quedó exhausto ante la belleza que la foto original entrañaba.
¿Me prestas la foto y te hago un lienzo fenomenal de este torero?
Ante la pregunta que me hizo Benidel Yáñez no me cupo otra alternativa que, de repente, entregarle la foto de Juan Ángel Saínos para que él se recreara en la “suerte” y, de tal modo, satisfacer la llamada de su corazón para inmortalizar mucho más, si es que cabe mucho más, al mítico diestro Tlaxcalteca.
Desde que se despidió de mí en aquella tarde inolvidable, nuestro artista pictórico Benidel Yáñez, quedé como en una nube; no entendía yo semejante mensaje que me había dejado un hombre que no es aficionado a los toros pero que, un torero le había cautivado. Todo me parecía extraño, como de fábula, o quizás un sueño inalcanzable. Tras todo lo acontecido más tarde, muy pronto comprendí la grandeza del arte en su conjunto puesto que, el mismo es capaz de cautivar a cualquier ser humano que esté dotado de la más mínima sensibilidad, caso de Benidel Yáñez como me demostrara tiempo después.
Y llegó el día soñado en el que, irremediablemente, mis ojos se empañaron de lágrimas cuando vi la magnitud del lienzo; primero en su tamaño y, por lógica, ante su descomunal belleza y realismo. Me costaba creer que, de una gran foto como la que le mostré, la que tomara el genial Juan Ángel Saínos, nuestro artista pudiera plasmar algo tan sumamente hermoso. Es cierto que, de El Pana, por la magnitud del personaje, se han hecho retratos, libros, caricaturas y dibujos de toda índole porque el personaje así lo ameritaba pero, jamás antes había visto algo tan sumamente relevante como la obra de Benidel Yáñez inmortalizando al mítico torero de Apizaco, Rodolfo Rodríguez El Pana.
Decía Facundo Cabral que nadie morirá eternamente si es capaz de dejarle una obra al mundo y, es el caso de Benidel Yáñez Díaz que, entre otras muchas ya le ha dejado al mundo el retrato inenarrable de Rodolfo Rodríguez El Pana, posiblemente la obra que él quizás no pensara pintar jamás pero que, de forma casual, como sentenciara el astro argentino, Benidel Yáñez no morirá nunca, al menos a nivel de artista, porque le ha dejado una gran obra al mundo, para su fortuna, la de un torero mexicano que no tuvo la dicha de conocer pero que, su forma de interpretar el toreo es lo que le cautivó para inmortalizarle.
Sencillamente, el arte sigue siendo inmortal, en la faceta que fuere, porque el mismo es capaz de vivir eternamente en los corazones de las almas más sensibles. En este caso, un torero y un pintor se han dado la mano para que, juntos, al paso de los años, la gente se siga estremeciendo con su arte.
En las imágenes que nostramos vemos a Rodolfo Rodríguez El Pana en las versiones de Benidel Yáñez como artista pictórico y a Juan Ángel Saínos, como artífice de la fotografía, ambos, unidos por el cordón umbilical del arte que derramaba El Mago de Apizaco.