Duele decirlo, pero es una verdad que aplasta. La crítica, en los momentos actuales y desde hace muchos años no tiene peso específico alguno en el devenir de la fiesta. Es cierto que, hace muchos años o quizá no tantos, es posible que las opiniones de los críticos pudieran hacer cambiar de opinión a los aficionados o, en su defecto, a los empresarios que, ante la críticas adversas de tal o cual torero, hasta es posible que el empresariado se tomara la revancha por aquello de rebajar honorarios al espada de turno. Me temo que, los toreros, respecto a la crítica, barrunto que les preocupaba por las decisiones empresariales, pero nada que ver con el propio aficionado.

No es menos cierto que, los aficionados somos los menos y todo aquello que se diga de un torero determinado le importa muy poco a nadie. El gentío va por otro lado, quizás por el camino equivocado pero, fijémonos que, eso era lo que querían los empresarios, que las plazas de toros se llenaran de gentes no entendidas en materia, de los que no leen una sola línea sobre los toros y, de tal modo, todos contentos, de forma muy concreta los empresarios que, tal panorama les venía todo como anillo al dedo.

La prueba de la inoperancia de la crítica no es otra que, ha habido toreros mediocres, vulgares hasta la saciedad y, los empresarios decidieron convertirlos en figuras del toreo. Un claro ejemplo lo tenemos en un tal Jesulín que, por cierto, cumple este año sus primeros treinta de alternativa y, como todo el mundo sabe, es el torero que más ha toreado en su época como matador en activo. Más vulgar que Jesulín dudo que haya existido un solo diestro y, como decía, le convirtieron en figura del toreo. Otro caso análogo ha sido el de Rivera Ordóñez que toreó muchísimo gracias a sus apellidos, nunca por la causa de su arte o talento. La lista de vulgares pega pases podría ser extensa pero, mucho me temo que con los ejemplos expuestos sobran comentarios.

En la actualidad y desde hace ya muchos años, convencido estoy que, ni el mismísimo Alfonso Navalón hubiera tenido peso alguno de cara a los empresarios que, dicho en cristiano, los toreros no pagaban a los críticos para congraciarse con los aficionados, todo lo contrario; su esfuerzo venia dado para que los empresarios no les rebajaran sus honorarios. Y digo todo esto porque la fiesta ha ido degenerando a pasos agigantados, incluso en Madrid que, en algunas ocasiones estando yo de espectador, mi vecino de localidad me preguntaba: “Oiga, ¿cómo se llama el diestro que está actuando?” Y eso me sucedía en Madrid, no hablemos pues del resto de las plazas de España.

El problema de la degeneración aludida es que, para desdicha de los empresarios, yo diría que para infelicidad de la propia fiesta, hasta los asiduos espectadores ocasionales se han cansado de tanta farsa y, como se comprueba, apenas nadie acude a los toros, Bilbao es un clarísimo ejemplo de lo que digo a tenor de lo que pasó en la feria del año pasado.

Tal y cómo estaba montado el tinglado de las organizaciones taurinas, los empresarios no le temían a la crítica y, como se ha demostrado, ha sido peor el remedio que la enfermedad; la crítica se la pasaban –la poca que queda honrada- por la entrepierna pero, amigo, ha venido el tío Paco con las rebajas, es decir, la parodia que se sirve en la actualidad y, el aficionado o simple espectador, sin necesidad de leer a crítico alguno, hasta han comprendido la parodia que se les ofrecía y han dejado de asistir a dicha fiesta. Un hecho lamentable pero que, han sido las empresas, con sus actitudes horribles las que han echado a la gente de las plazas, todo ello, sin necesidad de crítica adversa.