En lo sucesivo, es decir, a partir de este momento, los diestros que llevan el peso de la púrpura tienen que cambiar de mentalidad de forma irremediable; o cambiamos o desaparecemos, es una ley de la vida y, en los toros dicho axioma toma más fuerza que nunca. Nada puede seguir como hasta ahora y mucho menos que todo ello tenga continuidad. Digamos que, los patrones hasta ahora utilizados no han servido para nada, es decir, el cambio está por llegar; ¡qué digo, tiene que llegar de forma implacable!

Por culpa de la situación demoníaca que sufrimos todo está en el aire respecto al mundo de los toros; digamos que, hacer planes más allá de una semana resulta un acto de enorme irresponsabilidad pero, si llegara el caso de que tornáramos a la normalidad de antaño –un antaño que data de hace un año- las figuras del toreo deben de tomar nota de todo lo que han hecho hasta el momento y, repetirlo sería un suicidio en masa.

Lo que han hecho no es otra cosa que lo que han dejado por hacer que, en realidad, viene a ser lo mismo. La fiesta de los toros se ha venido abajo con estrépito porque carece de emoción alguna; todo es previsible, todo está estereotipado, por tanto, no existe novedad alguna que nos pueda asombrar o, en su defecto, admirar. Atrás han quedado aquellos tiempos de asombro en que, las corridas de toros suscitaban un tremendo interés porque la incógnita era el caldo de cultivo en todos los festejos. Todo podía suceder y, de hecho, así sucedía.

Entre otros ganaderos sería aconsejable que, Juan Pedro Domecq y sus correligionarios mandaran todos sus toros al matadero y se dedicaran, como en el caso de Juan Pedro, a criar ese cerdo de bellota que produce unos jamones fantásticos y, de tal modo todos seríamos felices; primero porque comeríamos jamón del bueno y, en segundo lugar porque no tendríamos que soportar al burro adormilado que tanto daño le ha hecho a la fiesta de los toros. Alguien pensará que estoy loco al decir lo que digo pero, amigos, la realidad nos viene a demostrar que tengo razón. Eso del billete grande y el toro chico debe pasar a la posterioridad porque, de repetir el evento, no hace falta que se abra plaza alguna puesto que todas están condenadas al fracaso.

Existen ganaderías más que sobradas para que el toro ponga la emoción que hasta ahora no ha tenido; toros para las figuras, claro está; los demás, los que no ostentan dicho galardón se siguen enfrentando al toro auténtico que, en realidad, lo que nos sobran en España son ganaderías de bravo, digamos que tenemos donde elegir. Si esas figuras que exigen el toro amorfo un día fueran capaces de lidiar ganaderías encastadas y con poder, todo volvería a ser como antes; digamos que, no hace tantos años, esperar una cornada era algo tan previsible como que Morante se fume un puro en el callejón.

Los toros ya no hieren, salvo a los desdichados, razón por la que la fiesta taurina ha perdido ese encanto que siempre la dignificó. Y no digamos aquello de morir en la plaza puesto que, en los últimos años han caído algunos diestros como Iván Fandiño que, en realidad murió porque se enfrentaba al toro de verdad. Cuidado, nadie quiere que muera torero alguno en la plaza, ni siquiera fuera de ella pero, ¿saben ustedes de qué ganadería era el toro que mató a Iván Fandiño? ¿De la rama Domecq? Seguro que no, era de Baltasar Ibán, casta y fiereza al más alto nivel.

Si un día retomamos la normalidad no podemos volver a las parodias de los últimos años. Deben de cambiar las ganaderías, las combinaciones de toreros, las actitudes todo el mundo porque, insisto, repetir lo de siempre no será otra cosa que firmar la defunción total de la fiesta. Nos hemos enloquecido pensando en los motivos por los que el aficionado se ha ausentado de las plazas de toros y, sin ir más lejos, la falta de toro y la desmotivación total de las figuras nos ha llevado al precipicio. Ahí están las pruebas y, muchos, siguen aplaudiendo las parodias de sus amiguetes. ¿Y queréis que sigamos yendo a los toros con esas actitudes? Seamos serios, por favor.

No nos engañemos y tomemos nota de Francia, por favor. En el país vecino la fiesta sigue por todo lo alto porque en la mayoría de sus ferias, es el toro el protagonista, como ocurre en Pamplona, por citar una de nuestras plazas. ¿Qué pasó, por ejemplo, con el toro de Bilbao? Lo que todos sabemos, desapareció el llamado toro de Bilbao para ser sustituido por los encastes favoritos de los diestros de relumbrón, al tiempo que los aficionados se quedaban en casa. De igual modo tienen que cambiar de actitud los informadores televisivos en sus retrasmisiones en que, para nuestra desdicha, nunca sabemos si nos cuentan la verdad o nos están engañando; todo ayuda para la decadencia de la fiesta, las pruebas son irrefutables.

El cambio, como digo, tiene que ser púbico y notorio, algo que palpemos en el acto puesto que de lo contrario, como antes decía, estamos condenados al fracaso que, en aras de la verdad no será otra cosa que la defunción de la fiesta. La exigencia que pedimos tiene que estar sustentada por el toro puesto que, lo que se le haga al toro auténtico todo tendrá mayor beneplácito y, sin duda, todo el respeto del mundo, al tiempo en que si todo ello se hace con dignidad, pureza y autenticidad, pese a todos los males que padecemos, con toda seguridad que el aficionado irá retornando a las plazas de toros. De Dios estará que podamos abrir las plazas de toros cuanto antes.

En las imágenes podemos ver a Iván Fandiño, el diestro que entregó su vida en aras de la dignidad y la pureza de la fiesta, todo un héroe al que recordaremos siempre.