Uno, como pueda ser mi caso, que tengo la desdicha de enterarme de cosas que no debería saber jamás porque, de ser así yo viviría feliz en mi ignorancia, el destino quiere que yo sea permanentemente desgraciado porque, ¿de qué me sirve saber tanto si en verdad lo que me cuentan son las miserias de los hombres del toro? Yo quisiera saber, por tanto para alegrarme, de las grandezas de todos los hombres que se juegan la vida pero, como digo, el destino sigue siendo cruel para con muchos protagonistas de las fiesta y, a remolque, me arrastran a mí para que sea tan desdichado como ellos.

He visto copias de contratos sobre las actuaciones de algunos matadores de toros y mi cuerpo sigue temblando ante lo que han visto mis ojos, algo que tampoco es tal difícil de comprender aplicando la lógica de los aficionados que han asistido a espectáculo paupérrimos si de gentes hablamos, lo que al final se traduce en lo que podríamos llamar contratos basura, tan en boga en el mundo laboral. Claro que, la felicidad de la gente pasa por la propia ignorancia, algo que me sucedía a mí en mis años juveniles cuando la realidad no había aplastado todavía mis sueños que, dicho sea de paso, no eran otros que la grandeza que yo entendía en el toreo.

La gente paga su entrada, cuarenta, cincuenta, sesenta euros, el precio que fuere y no quiere saber más. Benditos todos los que no tienen motivo para analizar nada porque, al comprar ese boleto han saciado su afición que en verdad era lo que pretendían. Aquello de saber más de la cuenta solo genera infelicidad y con algunos que suframos tal desdicha, con ello ya pagamos las miserias de todos.

Por supuesto que no he visto la cuenta de resultados de cada matador de toros pero, las rupturas entre los mismos y sus apoderados dicen más que cualquier documento contable que pudiéramos encontrarnos en el cajón de cualquier diestro. Es más, en muchas de las corridas que hemos presenciado, con observar los tendidos comprobamos sin la menor fisura el salario de cada diestro.

Alguno, incluso etiquetado como artista, ha dejado de pagar cinco actuaciones a uno de sus banderilleros que, el pobre no le quedó otra alternativa que salir huyendo y buscarse un jefe nuevo. O el artista es un sinvergüenza o, por el contrario, no ha cobrado ni para pagar su cuadrilla, algo que me tiene sin cuidado porque, por el amor de Dios, un subalterno es un asalariado que no entra ni sale en las cuentas que pueda manejar su jefe de filas y no pagarle a un banderillero que se ha jugado la vida frente a un toro no deja de ser una canallada en toda regla. Eso sí, el “susodicho” sigue yendo de artista por los ruedos.

Del asunto explicitado me he enterado yo pero, ¿cuántos casos habrá de idéntica similitud amparados todos por la cobardía del silencio? Pasan los años y seguimos opositando, no a cátedra –como dijera un día el inolvidable Joaquín Vidal refiriéndose por aquel entonces a Gregorio Tébar El Inclusero que con su arte opositaba a lo más alto actuando en Las Ventas-, pero sí para el hambre y, repito por millonésima vez, es muy lamentable, yo diría que es un hecho repugnante que un hombre tenga que jugarse la vida a cambio de un triste salario -algunos hasta pagan por torear- que, en ocasiones no les alcanza para cubrir la nómina de sus subalternos.

Si comparamos el salario de cada cual, hay un hecho revelador en esta temporada que hemos finalizado. ¿De qué se trata? Diría el otro. Muy sencillo, estoy seguro que si de salarios hablamos, un jornalero del toro –artista como el que más– llamado Fernando Sánchez, sin lugar a la más mínima duda ha ganado en sus cien actuaciones de esta temporada mucho más dinero que el ochenta por ciento de los matadores que han actuado este año. ¡Y hablo de matadores de toros! Y no hablo de los llamados tuneleros porque entonces nos pasaríamos la vida llorando.

El problema de los toreros actuales es que, pese a que vivimos con el euro, en la gran mayoría de los casos siguen cobrando en pesetas, de ahí la tragedia en la que viven demasiados.