La moda, desde hace ya muchos años si de toros hablamos, no es otra que la “fabricación” en serie de lo que entendemos como el toro sumiso, nada que ver con la bravura y mucho menos con la casta que siempre dignificó a este bendito animal. Por mucho que nos pese esa es la tónica dominante del espectáculo que otrora era admirable para que, en la actualidad sea una parodia de aquella grandeza de antaño.
¿Qué pintamos los aficionados? Muy poco. Yo diría que nada porque esa religión de antaño se ha evaporado por las causas antes referidas; es decir, miles de aficionados, sabedores de la mentira y la patraña a la que son sometidos en todas las ferias, como única solución, ésta no ha sido otra que abandonar el barco para no morir ahogados en la miseria que provocan esos toros sumisos que, les calificamos como toros por aquello del aspecto que presentan pero, más allá de ello, son burros adormilados, con la diferencia de que mientras los burros no lucen cuernos, estos animalitos de ahora si los portan.
Por supuesto que todos esos animalitos no salen lo sumisos que los lidiadores querrían; los hay que salen dando bocaditos, muchos sin fuerzas, otros deseando la muerte pronta, algunos gazapones y sin ánimo de embestir pero todos, sin el menor atisbo de peligro, ahí están los datos que nos dicen que ninguna figura del toreo ha sido herida por un toro. ¿No quedamos que un torero sale a la arena para jugarse la vida? Esa es la filosofía ancestral del toreo pero, la realidad es la que todos sabemos.
Eso sí, cuando sale el becerrote franciscano, los toreros se lo pasan en grande y hasta convencen al gentío para que pidan las orejas que, por otra parte, con matar bien al toro las orejas ya son propiedad del torero. Y debemos de convenir que esto o tiene arreglo por mucho que queramos. Mientras los fabricantes de toros los matan a porrillo, Salvador Gavira, por poner un nombre ejemplar en la ganadería brava y encastada, los tiene que lidiar en pueblos de mala muerte o, si lo prefiere, comérselos en estofado. Y como Gavira son decenas los criadores de toros que, por querer vender su verdad, se los dejan en las dehesas porque los toreros que podían matarlos rehúyen la pelea. Riesgo, el menor, es lo que todos piensan.
Y con ese tipo de toro sumiso se doctoró José Fernando Molina en Albacete para buscarse la ruina de por vida. El chaval estaba convencido de que tomaba una alternativa de lujo que, a priori, así fue pero, el resultado fue dramático porque cortó una triste oreja pedida por cuatro porque, insisto, los pupilos de Daniel Ruíz eran de todo menos toros. Con decir que, ante semejante borregada El Juli cortó una oreja y otras dos Roca Rey, con eso está dicho todo.
Menos mal que, dentro de todos los males, como quiera que Dios da el mal y la medicina, los aficionados nos seguimos aferrando al toro auténtico y, por supuesto, a sus lidiadores que, en muchas ocasiones son más gladiadores que toreros pero, llegado el caso como el domingo pasado en Albacete, una fantástica corrida del ganadero de Galapagar propició el legítimo éxito de Sergio Serrano que, como un auténtico torerazo se convirtió en el triunfador absoluto del serial manchego en dos actuaciones memorables. Y lo mismo pasó en Murcia en el mismo día en que, Victorino, triunfaba por partida doble puesto que, en la Condomina, Rafaelillo y Ferrera salieron a hombros.
He llegado a pensar que, ganaderos como Victorino, Adolfo, Escolar, Cebada Gago, Luis Uranga con sus Pedrazas, en ocasiones Ricardo Gallardo con sus Fuente Ymbro, Murteira, hasta el mismo Paco Galache, todos “celebran” que los demás ganaderos sean todos como Juan Pedro porque, de tal modo, ante la borreguez de lo comercial triunfan estos ganaderos auténticos que, sin los burros adormilados, ellos pasarían desapercibidos.
Esa es la diferencia. Como fuere, nosotros nos aferramos a la verdad y la pureza del toro en todo su esplendor porque, las ganaderías citadas, si sale un toro bravo es de puro escándalo para el torero y los aficionados y si sale pidiendo credenciales, fantástico siempre porque podremos admirar como un hombre se juega la vida de verdad, nunca como metáfora al uso que es lo que a diario nos quieren mostrar. Los toreros están en su derecho de pedir toros adulterados, incluso afeitados como suelen salir casi siempre –yo diría que siempre están bajo sospecha- pero, a su vez, los que pagamos la entrada exigimos verdad y pureza o, de lo contrario, nos quedamos en casa porque se puede ser tonto un rato, pero si lo somos siempre, mala cosa, algo no anda bien.
Menos mal que, dentro de la podredumbre que reina en el mundo de los toros, para nuestra fortuna, todavía quedan románticos ganaderos que crían toros auténticos como el que mostramos en la foto.