Qué lejos queda en este mundo que vivimos aquel maravilloso axioma del maestro Facundo Cabral cuando nos decía: “El dinero debería tener fecha de vencimiento para que nadie pudiera acumularlo para poder tener poder sobre sus hermanos” El pensamiento del maestro que nos sirve para cualquier segmento de la sociedad en que vivimos, aplicado al mundo de los toros nos viene a demostrar justamente lo contrario, porque en realidad se trata de tener mucho poder para que todo el mundo esté sujeto al capital; en una palabra, para que los toreros sigan siendo lo más desdichados del escalafón por culpa de unos empresarios irresponsables y cretinos.

Y me viene ahora a la mente la concesión de la plaza de toros de Valencia en que, sus responsables, con su actitud, han demostrado, como en tantos otros sitios, una irresponsabilidad elevada al cubo…..de la basura, claro. Los empresarios que ofrecen a las administraciones cifras desorbitadas que saben que no se puede pagar, éstas deberían estar asesoradas por personas doctas en la materia porque, ¿de qué sirve que un empresario, caso de Rafael Garrido, ofrezca la barbaridad de 552.000 euros anuales por el pliego de la plaza de toros de Valencia, a sabiendas que eso no puede ser rentable nunca jamás?

No pasa nada, piensa el empresario. Ya lo pagarán los toreros con sus honorarios rebajados. Y es una verdad que aplasta, como lo es la forma lisonjera en que las administraciones aceptan esas cifras porque, como se comprueba, lo único que les interesa es el dinero pero, ¿de dónde tiene que llegar ese dinero, estúpidos? Si la Diputación de Valencia exigía en su pliego de condiciones una cantidad mínima de 150.000 euros anuales, no tenía que tener el carácter de mínima, más bien de máxima y a partir de ahí los empresarios que ofrecerían mejoras de precios en las entradas, más espectáculos taurinos, montar más novilladas de todo tipo, acomodar al cliente que acude a la plaza y tratarlo con mimo y, ante todo, rebajando los precios de las localidades que, por el precio que rigen en la actualidad, parece que uno va a comprar la plaza, no una localidad para presenciar un espectáculo.

Esa debería de haber sido la gestión auténtica para defender la fiesta desde abajo, nunca quedarse impávidos, además de contentos y felices de ver que Rafael Garrido ha ofrecido una cifra astronómica que jamás podrá defender. O sea que, culpables todos, e inocentes los incautos que acudimos a los toros para pagar esas localidades monstruosas.

Y, cuidado, el que piense que a partir de ahora se van a llenar las plazas de toros o es imbécil o no sabe de qué va el asunto. Ya nunca más en la vida se llenará una plaza, siendo así, de ¿dónde coño van a salir los 552.000 euros que ha ofrecido Garrido? La hecatombe está servida y, lo que es peor, que las administraciones, caso de Valencia en este momento, sean cómplices de los irresponsables de los empresarios, el asunto es de una gravedad sin límites.

Por supuesto que, todo lo dicho está revestido de la más absoluta legalidad que, por el contrario, choca con la brutal realidad en que vivimos. Como dije, las administraciones deberían de velar por la fiesta y, como dice el refranero español, más vale pájaro en mano que ciento volando y, lo que sucede es que todo el mundo aspira al ciento volando que, por supuesto, no llegan jamás. Si los dirigentes valencianos pensaban que 150.000 euros era la cifra lógica que deberían de recibir, a partir de ese instante, como antes decía, el pliego de condiciones debería de haber sido redactado para que los posibles licitadores ofrecieron reducciones en los precios de las entradas, apoyo a la novillería, a la escuela taurina y el aumento del número de espectáculos en todos los órdenes, lo que hubiera sido un dinero bien invertido para beneficiar al único que debe ser agasajado, el aficionado.

Craso error el nuestro, esencialmente de los que pensamos en aficionado porque, en realidad, desde cualquier púlpito de opinión, ¿cree alguien que se puede pensar de otro modo? Ver esas barrabasadas que se cometen donde la irresponsabilidad es el pan nuestro de cada día, a sabiendas que, como siempre sucede, los perdedores seremos los de siempre, eso descorazona a cualquiera.

Lo dicho, lo sucedido en Valencia no es nada nuevo. Barbaridades al nivel citado se han cometido muchas puesto que, muchos empresarios, con sus acciones chulescas, cuando se dan cuenta que todo son pérdidas, la única solución es rebajarles el sueldo a los toreros, a los ganaderos y, para tapar un mal, cometen otro peor, entregar pagarés a una fecha indeterminada pensado que, en lo que se gane en la próxima feria, pagaremos la pasada. Todo eso y mucho más pueden pasar en Valencia porque no hay empresa en el mundo que defienda un espectáculo que, de forma desdichada, es de minorías.

Insisto, no es sólo la irresponsabilidad del empresario que, si se jugara su dinero y cumpliera con sus acciones de pago como hacemos la gente honrada de este país, me parecería fenomenal; es como el que tiene tres queridas, si las puede mantener, miel sobre hojuelas. Pero si esas queridas tienen que estar sustentadas por una rebaja en los salarios de los obreros, estamos ante un gran hijo de puta. Lo lamentable y bochornoso del asunto es que, en el mundo de los toros, al final, “las queridas” las pagan siempre los inocentes de turno mientras los empresarios se lavan las manos.

En la imagen, el palacio de la Diputación de Valencia, esa comunidad dirigida por descerebrados que, no contentos con tragar con la barbarie de los toros, para colmo, el tipo de la peluca que dirige nuestros destinos, debajo de la misma tiene mucho serrín como es notorio, hasta el punto de que, Puig, junto a la apestosa de su socia Oltra, ponen en entredicho a la Comunidad de Madrid porque allí se pagan pocos impuestos y, como buenos sociatas y comunistas, quieren que todos vivan mal, salvo ellos, claro está. Y, cuidado con hablar en castellano que son capaces de multarte o, en su defecto, si un médico no sabe la lengua de Ausias March, no puede ejercer en nuestra comunidad. Excrementos por doquier para esas gentuzas que solo quieren la destrucción de la sociedad en que viven pero, eso sí, ellos viviendo como reyes, por eso les molesta el rey, porque ya es uno de los suyos.