Dos corridas de toros, las celebradas en Pamplona entre el sábado y domingo nos han mostrado la diferencia entre el toro para héroes en la tarde del sábado, y unos héroes enfrentándose a una corrida encastada pero de una nobleza extraordinaria. La primera era de José Escolar y la segunda de La Palmosilla que, si ya se llevara todos los premios en 2019, en esta ocasión ya tiene garantizada la mayor aureola posible que un ganadero pueda enarbolar.

Sigue siendo dramático que, los héroes no tengan premio como sucedió el sábado puesto que, Joselito Adame, Rubén Pinar y Javier Cortes, el hecho de que salieran vivos de la plaza ya resultó ser un éxito sin precedentes. Desde el otro lado de la trinchera, en el día de ayer todos los aficionados pudimos gozar al unísono con los toreros, de la grandeza de lo que supone que, Rafaelillo, Manuel Escribano y Leo Valadez, otrora gladiadores de las corridas durísimas y encastadas, muchas de ellas sin opciones de triunfo, obtuvieran el éxito enfrentándose a una gran corrida de toros de La Palmosilla.

Mucho se ha dicho de la concesión de los trofeos pero, despojos al margen, me quedo con la satisfacción, al igual que sus lidiadores, de que tenían enfrente una auténtica corrida de toros que les permitió expresarse tal cual son y, esa dicha no se la quitará nadie. Recordemos que, por ejemplo, Rafaelilo, en todas las actuaciones que ha tenido en Pamplona todas ha sido para enfrentarse a los Miura, caso idéntico de Escribano. Dicho lo cual, el hecho de que ayer mataran una corrida encastada pero de mucha nobleza, ese es el mayor de los éxitos. Respecto a Rafaelillo, tras más de cinco lustros como matador de alternativa, por fin, estamos viendo su auténtica dimensión como torero, algo que demostró en Madrid y ha ratificado en Pamplona con matrícula de honor. ¿Quién podría ponerle un pero a Manuel Escribano? Supongo que absolutamente nadie porque, analizado lo que fue el conjunto de su tarde, no se puede estar mejor y tener más disposición y fe que Manuel Escribano.

Yo no calificaría dicha corrida como triunfalista como se ha dicho por ahí porque, como decía, orejas al margen, me quedo con la torería de Rafaelillo, con la disposición tan gallarda de Manuel Escribano y con la alegría de Leo Valadez que, al final del festejo, los tres diestros salieron en volandas por la puerta grande. Lo mejor de dicha celebración es que las peñas entraran por completo en la labor de los diestros, algo que satisfizo a todo el mundo. Vimos una gran corrida de toros que, sin figuras en el redondel la tarde resultó bellísima en todos los sentidos.

No faltó, para que no faltara de nada, la espeluznante cogida que sufrió Rafael Rubio que, milagrosamente salió ileso y, a partir de ese momento le endilgó al toro dos series de antología. En este enemigo de la cogida cortó una oreja pero se llevó las dos de su primero que, siendo noble el toro, resultó ser el más encastado; pero con esa casta pura de la nobleza de lo que debe ser un auténtico toro de lidia. Dos orejas para Escribano en su primero que tenía mucha trasmisión y que el de Gerena supo entender a las mil maravillas. Sin duda alguna la disposición de Escribano en todos los tercios de la lidia es algo asombroso que, de una santa vez tuviera el premio adecuado que de no haber pinchado su segundo enemigo aquello olía premio grande de nuevo. Dos orejas igualmente cortó Leo Valadez en su primer enemigo que, si se me apura, fueron las más discutidas pero, ese dulce sabor que el azteca se llevó de Pamplona no se lo arrebatará nadie.

Como decía, la diferencia entre los toros de Escolar y La Palmosilla resultó abismal pero, no por ello hay que quitarles méritos a los lidiadores del sábado que, como se comprobó se jugaron la vida de forma literal y en todos y cada uno de los muletazos que les extrajeron a sus oponentes. Todos los toros olían a hule en sus pitones y, torearlos y matarlos con aquella dignidad eso, como decía, debería de haber tenido un premio mayor. Ovaciones para Joselito Adame, Rubén Pinar y Javier Cortés que, cuando abandonaron el ruedo por su propio pie, en sus caras se les notaba la satisfacción de haber logrado el éxito.