Por mucho que nos quieran vender la moto respecto a la actuación de Ginés Marín en Santander, la idea no cuela, no vale. Es cierto que el chaval estuvo muy solvente como era de esperar pero, la dosis de aburrimiento, como pronostiqué en su momento, era para desesperar a cualquiera; hasta los narradores de la televisión hicieron ejercicios malabares para justificar aquel encefalograma plano porque, de no haber acertado con el acero con la rotundidad que lo hizo, el fracaso hubiera sido de época.
Pese a que cortó cinco orejas, Ginés Marín no arrebató a nadie; no era el caso ni tampoco las faenas tuvieron el relumbrón que podían haber alcanzado de haber tenido enfrente a una corrida de toros como Dios manda pero, como pudimos ver, Ginés optó por el camino de la mediocridad en cuanto a la elección de los toros y de tal modo discurrió su tarde. Es cierto que, los voceros que viven del periodismo que engaña a los aficionados, todos han cantado la tarde como una auténtica gesta; puro engaño para los menos avezados en materia.
Poco se podía esperar de los ejemplares elegidos por Marín puesto que, como se comprobó, eran los toros elegidos por las figuras, pura basura al uso y, Ginés cayó en dicha trampa o quizás fue el que eligió sus enemigos para que el riesgo fuera menor. Y, ciertamente, lo que se dice, riesgo y emoción no lo vimos por ningún lado; ni tampoco pudimos ver un toro encastado para que se emocionaran los tendidos; media plaza, quizás un poco menos en el coso de Cuatro Caminos puesto que, como dije hace mucho tiempo, el cartel era como para quedarse todos en casa.
¿Es un mal torero Ginés Marín? Por supuesto que no. ¿Es un gran matador? Sin duda, yo diría que está entre los mejores porque sus estocadas son fulminantes pero, se ha apuntado demasiado pronto al tren de la comodidad. Sus seis enemigos estaban todos cortados por el mismo patrón; iban y venían, no molestaban, no tenía el menor atisbo de casta, por tanto, la emoción no apareció por ningún lado y, lo que es peor, con esos animalitos, se acordaba uno de Diego Urdiales, por citar un torero artista y es cuando se nos caían los palos del sombrajo.
Todo salió conforme estaba previsto pero, al acordarme del toro de Pallarés de Madrid, el que le produjo esa lesión gravísima a Emilio de Justo, un toro encastadísimo con el que triunfó a pura ley el diestro extremeño. Y digo esto porque al ver anunciado un toro de este hierro creía que podría asemejarse un poco al toro que hemos citado de Madrid; para nada, era apenas un burro con cuernos con el que Marín se sintió tan a gusto que, como pudimos ver, la gente bostezaba de lo lindo que, es lo mismo que comer pipas mientras un torero está en la arena. Otro toro con el que yo tenía esperanzas fue el de Antonio Bañuelos que, fracasó con estrépito el ganadero porque más que un toro parecía un burro adormilado con embestidas cansinas para el aburrimiento general.
El montaje estaba previsto para que la explosión se produjera al más alto nivel pero, los toros mojaron la pólvora y no hubo explosión alguna. Orejas sin clamor alguno, todo ello con dignidad pero sin arrebato para nadie. Fijémonos como sería la cosa que, si no llega a matar con la rotundidad que lo hizo no hubiera cortado ni una sola oreja pero, amigos, las estocadas fulminantes siempre tienen premio. El chaval seguro que estaba contento cuando salía en hombros pero, si es inteligente debe de saber que ese no es el camino para llegar a lo más algo, aunque como miles de veces dije, si los empresarios se empeñan, lo elevan hasta lo más alto. Como fuere, Ginés Marín debe de fijarse en el espejo de Emilio de Justo que, como el mundo sabe, ha llegado al estrado de figura matando cientos de toros encastadísimos, jugándose la vida y repartiendo emoción a raudales teniendo, como última lección, aquel bravísimo toro de Pallarés que, por poco, casi le cuesta la vida.
Eso sí, la tarde, si de banderilleros hablamos, fue para Fernando Sánchez, un auténtico maestro con los rehiletes del que algunos matadores de toros que tienen la osadía de banderillear deberían de fijarse en este auténtico profesor con los garapullos. Fernando Sánchez se llevó algunas ovaciones de auténtico lujo y todo era poco para un torero tan grande como este Sánchez aludido.