Acabó el pasado año mejor de lo que pensábamos, es la pura realidad porque, cuando empezó, nos albergaban demasiadas incógnitas que, para fortuna nuestra hemos superado con creces pese a la pandemia que nos sacudió de forma horrible. Un mal que, a estas alturas todavía no hemos terminado de vencer, razón por la que debemos ser cautos todavía al respecto.

Ilusionados estamos, faltaría más. Para fortuna nuestra, la de los aficionados, el sueño para que se hicieran realidad nuestras quimeras es algo que jamás perdimos, por ello el pasado año todavía pudimos ver espectáculos de gran nivel, festejos que nos llenaron de convicciones pero que, pese a todo, debemos de matizar, más que nada para no caer en los mismos errores del pasado que, si se me apura, fueron muchos.

Era tanta la dicha que sentíamos a diario cuando veníamos ferias anunciadas, caso de Sevilla y Madrid, por citar las más emblemáticas que, aunque fuera de plazo nos revitalizaron por completo. Pero no olvidemos jamás que, pese al triunfalismo reinante, una cortina de humo tapaba la realidad de lo que estábamos viviendo. Aquella frase que dimos todos por buena, lleno en el aforo permitido, detrás de la misma se escondía una durísima realidad que, como barrunto, hasta creo que no somos conscientes de lo que todo ello suponía.

Es decir, nos acostumbramos a ello y todo lo dábamos por bien empleado, el problema era que, aquellos llenos eran pura ficción puesto que en la mayoría de los casos, con carteles de enorme relumbrón ni siquiera se cubría aquel aforo permitido, la prueba más sangrante de todo fue la feria de San Isidro que se montó en Vistalegre que no fue otra cosa que un fracaso con estrépito en el que, entre otras cosas, saltaron por los aires las relaciones entre Matilla y Morante, amén de todo lo que nos hemos enterado puesto que sucedieron hechos horribles que no viene a cuento explicar ahora.

Así se sucedieron todas las ferias al tiempo que reinaba el conformismo entre los toreros, ganaderos, empresarios y toda persona reinante que pretenda vivir del mundo de los toros. De cualquier manera mal asunto aquello del conformismo porque es una forma de retroceder. Esa resignación a la que aludo es la que nos traerá este año sorpresas desagradables, entre ellas que sigamos viendo las plazas medio vacías, lo que nos demostrará el auténtico drama que estamos viviendo pero que no queremos reconocer.

Otra lectura importantísima que debemos tomar respecto a las ganaderías que han lidiado el pasado año, cuyos ganaderos que más han lidiado no han sido otros que Juan Pedro Domecq y Garcigrande, el dato lo dice todo. Así, llenos de optimismo como vivíamos en que todo nos pareciera hermoso, dichos ganaderos nos metieron un gol por la escuadra sin que nos diera tiempo a nada, salvo, como era costumbre, que la temporada se ciñera al llamado toro comercial al que yo defino burro con cuernos.

No podemos hablar de una temporada fascinante cuando, en su gran mayoría, respecto a las figuras, el toro brilló por su ausencia. El dato que aporto es revelador, más que ello, yo diría que dramático. ¿Cómo pretendemos salvar a la fiesta de la hecatombe en que está sumida si para ello utilizamos como norma el toro amorfo y moribundo que no necesita ni que se le pique? Estamos hablando de una utopía.

Menos mal que, al margen de esa vorágine en la que se mueven las figuras, ganaderos de la talla de Victorino Martín, Adolfo Martín, Pedraza de Yeltes, José Escolar, Miura, Conde de Mayalde y otros hierros con estirpe de toros auténticos llenaron de gloria distintos cosos en que, para fortuna de los aficionados pudimos vibrar con los encastes citados para gloria de sus lidiadores que, una vez más, aunque no se les reconozca, dieron tardes inolvidables en la pasada temporada. Tomemos, como referencia a Victorino Martín que, amén de sus legítimos triunfos en España, el pasado 30 de diciembre, en su presentación en Colombia, en Cali de forma concreta, firmó la página más hermosa de su temporada y sin duda de todo el año taurino.

Sin titubeo, la épica tuvo lugar con los toros antes mencionados, digamos que, con las ganaderías de auténtica leyenda puesto que, por ejemplo, si tiramos de memoria, es difícil de olvidar los Miura de Sanlúcar de Barrameda y con Octavio Chacón como lidiador; o los Victorinos en Madrid, Albacete con Sergio Serrano y Manolo Escribano, los Miura en Sevilla, otra vez con Escribano, y otras plazas en la que los toros de Albaserrada nos llenaron de convicciones, al tiempo de que nos hacían creer que, una fiesta pura y auténtica puede ser posible por mal que les pese a los señoritos del escalafón.

Salida triunfal de Victorino Martín junto a los diestros Luis Bolívar y Emilio de Justo en Cali, precisamente en el festejo que acabó el año el ganadero de Galapagar que, con la lidia de sus toros dejó sin incienso a todos los del botafumeiro a favor de Morante y sus huestes, sencillamente porque Victorino lidió una auténtica corrida de toros, la que quedará en el recuerdo para siempre.