Yo me sigo sorprendiendo a diario cuando veo que algunos diestros nombran a los apoderados por lo que ahora entienden como un conjunto, vamos, como si de un equipo de fútbol se tratare. Digamos que, de toda la vida de Dios un torero ha tenido un apoderado y, en el devenir de su carrera, en la sociedad que administre incluya como empleados a las personas que crea oportunas. Pero que cualquier chaval que empiece ya tenga un dueto de apoderados me parece una temeridad sin límites. Si un apoderado ya cuesta de mantener, cosa muy lógica por otra parte puesto que, para empezar hace falta mucho dinero para que el apoderado en cuestión pueda moverse a todos los niveles, imaginemos un equipo.

Cierto es que, como diría el maestro Joaquín Vidal el toreo sigue siendo grandeza, aunque haya toda el hambre del mundo; la cuestión es aparentar. Mucho han cambiado los tiempos porque, los de mi generación, todavía hemos conocido al maletilla eterno, el que aspiraba a la gloria y el que vivía con todas las limitaciones del mundo; el que sabía que la gloria era muy cara, casi imposible de alcanzar, pero que había que luchar contra los elementos.

Todo ha dado un giro de trescientos sesenta grados pero para que la fiesta se siga degradando por sí misma para infelicidad de los que la componen. Como decía, los chavales ya se apuntan a todo, hasta para tener un dueto de apoderados y, de tal modo, acabada la temporada que la tragedia sea todavía mucho mayor. Y, como sabemos, muchos de los chavales que conocemos y que quieren tener apoderados por doquier no llegarán nunca a nada; y no lo harán porque no están llamados ni tocados por la varita mágica de Dios. Ilusiones las tienen todas, faltaría más. Pero una cosa es la ilusión y otra muy distinta la realidad en que vivimos.

Y es que, lo que mal empieza, peor acaba, es la historia de siempre pero, amigos, en el toreo no aprende nadie, todos tropiezan en la misma piedra y ni los errores les sirven como lecciones. Tras hacerlo todo mal, como quiera que los costes son tremendos, si es el apoderado el que pone el dinero más tarde lo quiere recuperar, cosa muy lógica por otra parte, salvo que se trate de algún mecenas que, como en el caso de  un amigo mío le regaló un traje de luces para estrenar a un amigo torero sin esperar recompensa alguna; pero eso es lo que hacemos los amigos, los que la dádiva pronta nos suele acompañar pero, cuando se trata de profesionales, raro es el que no termina en los juzgados de cualquier parte de España.

Todo chaval que empieza, como norma, debería de evitar cualquier tipo de gasto inútil o pretencioso porque, luego llegan las lamentaciones. La realidad es la que siempre muestra al torero en cuestión que la grandeza no existe, que es solo un sueño que, al despertar te encuentras con la triste realidad de una vida sin pan y, lo que es peor, sin posibilidad de generarlo.

Eso sí, tengo que destocarme ante toreros que no han sido nada y siguen esperanzados en que les llegará su momento. Todos esperan el milagro sin haber tenido que ir a la Virgen de Lourdes y, en los toros, como sabemos, el único milagro es que te coja el toro y no te clave el pitón, lo demás son estupideces que se suelen pagar muy caras, a las pruebas me remito.

Es hermoso que todavía queden chavales que quieran ser toreros; más que hermoso, yo diría que es aleccionador porque como todo el mundo sabe, el mundo de los toros es apenas un coto cerrado en el que caben muy poquitos diestros para montar las ferias y, siempre son los mismos; que se renueve el escalafón es más difícil que irnos de vacaciones a la luna, por tanto, seguir esperando el milagro es un acto baladí. Y si eso les ocurre a los que tienen condiciones excepcionales, imaginemos a los que son unos mediocres que los hay a montones.

En la foto, Roberto Domínguez, el que fuera gran torero entre las décadas de los setenta y ochenta, en la actualidad, un apoderado de campanillas.