Sin duda, uno de los grandes inventos del hombre no es otra cosa que la televisión puesto que, con dicha técnica podemos ver cualquier cosa que pase por el mundo y ser partícipes de la noticia al momento en que ésta ocurre. A no dudar, la televisión, para los grandes espectáculos del mundo es todo un icono que nos permite ver a Pau Gasol en Norteamérica haciendo sus malabarismos en el baloncesto, amén de cantidad de espectáculos que, sin la televisión, sus protagonistas no serían lo que ahora mismo son puesto que, por ejemplo, Di Estéfano, en la actualidad, hubiera sido más renombrado incluso que en su propia época, al igual que Juan Manuel Fangio que, de haberle pillado la televisión en todo su esplendor, todo el mundo seguiría hablando del astro argentino a bordo de su auto de fórmula uno.

Los toros, por supuesto, no escapan de dicho beneficio ya que gracias a las cámaras, este espectáculo bellísimo ha llegado a muchos confines de la tierra que, de no ser por la televisión, en miles de pueblos de España jamás hubieran conocido a El Cordobés, por citar un torero legendario. Por dicha razón todos criticamos con saña a José Tomás al negar que se le televisen sus festejos, una nefasta acción que propicia que, Tomás, sea un torero para la élite y jamás para el pueblo.

Digamos que, el mundo de los toros alcanzó el cenit de su popularidad y de su magia, gracias a la televisión.  Dice un axioma popular que, en la actualidad, todo aquello que no aparece junto a las cámaras no se vende y, lo que es peor, no lo conoce nadie. Por dicha razón, nosotros, como mundillo de los toros le debemos mucho a dicha técnica que, como decía, ha hecho llegar imágenes grandiosas a millones de personas que, de otro modo jamás hubieran disfrutado.

Todo lo dicho es cierto pero, como todo tiene su lado bueno o malo, según se mire, la televisión sirven en el momento exacto cuando se celebra el espectáculo puesto que, más tarde, queda muy descafeinado cualquier espectáculo que queramos ver; es más, justamente los toros, pese a lo hermoso que resulta que se difundan por las cámaras en cualquier parte del globo terráqueo, nada como ver una corrida de toros en directo que, es ahí cuando se palpan las emociones más indescifrables, hasta el punto que, tras ver una corrida de toros en directo, por mucho que luego la retrasmitan una y mil veces, ha perdido todo el sabor y, sin duda, la emoción del momento.

Muchos son los toreros que nos han confesado que, jamás han visto sus grandes obras realizadas en la arena, sencillamente porque según lo diestros, si vieran tal o cual faena que en su momento resultó bellísima, vista después, ésta está plena de defectos, según sus propios protagonistas y, me atrevo a confesar que es cierto. Nada como el momento del éxito, del éxtasis del diestro frente al toro que, en honor a la verdad, como decía el maestro Antonio Bienvenida, arte es lo que queda dentro de nuestro corazón tras presenciar el magno espectáculo. Y es verdad, lo que uno se lleva para casa tras el festejo, eso vive eternamente dentro del corazón de todo aficionado.

Es curioso lo que digo pero, es muy cierto. Los toreros, como grandes protagonistas de sus obras, tras haberlas llevado a cabo, yo siempre creía que resultaría placentero para ellos volverlas a ver de nuevo en la butaca de sus casas; pero no, craso error porque hasta los mismos diestros se quedan con lo vivido en una tarde determinada y, como quiera que todos son muy exigentes con ellos mismos, volver a ver cualquier faena que ha sido rotunda, sería como analizar las imperfecciones que, si en el momento nadie las nota, vistas por televisión alcanzan eso, el rango de imperfección, de ahí que nadie quiera ver nada, salvo guardar en su corazón lo que ha vivido en el ruedo.

Recuerdo que, en cierta ocasión, Rafael de Paula me confesó que jamás había visto por televisión aquella faena suya en Madrid, feria de Otoño de 1987 en que, por rotunda, hermosa y auténtica, cautivó para siempre al público de Madrid y, para nuestra suerte, los que aquella bendita tarde tuvimos la fortuna de ser testigos de aquella catarsis del diestro de Jerez, creo que pocos hemos tenido el “valor” de volverla a ver porque, en realidad, lo que guardamos para siempre es aquella locura colectiva que nos embriagó a todos con su toreo el genial Rafael de Paula.

Bella televisión que nos difunde lo mágico del mundo, como la propia basura. No nos confundamos que, por aparecer en televisión todo tiene que estar bendecido porque, como todos sabemos, han parecido tipos por la pantalla que, por sus acciones, todos hemos maldecido.

Cuidado que, son apreciaciones mías, al igual que de todos los toreros, pero nadie en su sano juicio puede desdeñar de un medio tan bello como cautivador de cara a cualquier tipo de espectáculo. La televisión siempre será un “mal” necesario, de lo contrario, cientos de artistas vivirán de forma mediocre porque no les conocería nadie. ¿A cuántos artistas de toda índole hemos conocido que, no eran nadie y, gracias a una aparición televisiva, de la noche a la mañana saltaron al estrellato? ¡Muchos! Gracias a la televisión todos tuvimos la desdicha, hablando de toros, de conocer a un tal Jesulin de Ubrique, auspiciado por dicha magia, se convirtió en un personaje del pueblo.