Era una tarde de junio, del día 15 concretamente en que, Iván Fandiño y los suyos partieron hacia Francia, en este caso, hacia Air Sur Ladour, el pueblo donde Iván tenía que actuar el día 17. El diestro quería llegar con tiempo para descansar, relajarse, darse una vuelta por la ciudad, en definitiva, llegar muy concentrado para el día del festejo en que, los toros de Baltasar Ibán estaban esperándole.

Estaba superando Fandiño un bache tremendo en el que el taurinismo le hundió porque, como el mundo sabe, el diestro de Orduña era un hombre muy peligroso para el sistema, sencillamente porque no quería acatar órdenes y mucho menos imposiciones de la dictadura del toreo. Era libre, por tanto, sabedor del precio que tenía que pagar porque, en definitiva, el único delito que este hombre cometió no fue otro que haber llenado por completo la plaza de toros de Las Ventas, un 29 de marzo de 2105, hito que jamás había logrado torero alguno, con el agravante de que, en dicha tarde los toros no colaboraron para que Fandiño lograra el éxito.

Aquel arrebato de valor espartano junto a la heroicidad que suponía el hecho de encerrarse con aquellos seis toros, no tuvo premio porque el ganado resultó imposible, pero sí todo un castigo por parte del taurinismo que, todos juntos vieron la ocasión propicia para frenar en seco a Iván Fandiño que, hasta aquellos momentos había tenido tardes épicas en Madrid, algo que refrendaba en todas las plazas de España, Francia y América.

Si de premios hablamos, podemos afirmar que Iván Fandiño ha sido uno de los diestros más laureados en todos los órdenes en el presente siglo en que vivimos; por doquier se contaban los galardones en su casa, todo ello producto del resultado de sus épicas tardes, de su gloria en los ruedos, de su sangre derramada y de su tremenda capacidad como lidiador que, al final, tras tantísimo esfuerzo, su labor ya estaba rociada de una inmensa torería, como digo, la que esgrimía en todos los ruedos del mundo.

Tras aquella travesía por el desierto de la ingratitud por parte del empresariado, Iván Fandiño estaba superando el trance a base de triunfos en festejos que le llegaban a regañadientes pero que él aprovechaba al máximo; cualquier festejo, para él, era importante porque había que resurgir ante todo. El “león” no estaba muerto, más bien le tuvieron adormilado pero todo el mundo sabía que rugiría de nuevo y, así sucedió.

Como siempre, no le importaba la plaza y mucho menos los toros a lidiar que, como era sabido por todos, Fandiño ha sido el diestro que más ganaderías encastadas lidió y con las que consiguió triunfos memorables; es el diestro que menos actuó junto a las llamadas figuras del toreo pero que, pese a todo, quedó líder del escalafón en dos años consecutivos. Las trabas fueron muchas, pero desde el mismo día que se doctoró.

Le conocían como el “pelotari” por aquello de que Iván, como buen vasco, practicaba dicho deporte. Pero a nadie le hacía gracia alguna que, un pelotari vaso se adentrara en el mundo de los toros con aquellos cojones que tenía, incluso con el desprecio hacia su propia vida, pero con la bellísima intención de ser un torero importante, a fe que lo logró por completo.

Muchísimos fueron sus éxitos, incluso sus cornadas, las que jamás le arredraron en ningún momento; lo suyo era la consecución del triunfo, el valor por el que luchó y con el que se enfrentó al propio sistema, hasta el punto de que, como dije, las figuras le temían por completo; no era agradable para nadie torear junto a Iván Fandiño puesto que, su sinceridad y gallardía enfrentándose a los toros no era el denominador común de las máximas figuras del toreo que preferían el burro adormilado antes que competir con el vasco para lidiar toros auténticos, de los que hieren y matan.

En definitiva, una vida para enmarcar y para ser contada como ha sucedido en varios libros que se han editado, los que certifican la grandeza de un hombre ejemplar que, contra viento y marea supo ganarse la gloria terrena, especialmente el que relató Javier Bustamante, un modelo de narrativa taurina de la que gozaremos eternamente, así como el que escribió el que fuera su apoderado, Néstor García que, sin tapujos, habla de la grandeza de este vasco singular.

Hablamos de un personaje de leyenda porque fue lo contrario al estereotipo que marca la sociedad y con mayor énfasis dentro del mundo de los toros. Era la envidia de todos porque, en definitiva, fue un hombre libre y en la sociedad en que vivimos, dicho valor brilla por su ausencia, de ahí el reconocimiento total hacia un hombre que, de la libertad hizo un modo de vida.

De tal modo transcurrió su vida en la que, como sabemos, aquel 17 de junio de 2017, ilusionado como siempre se enfrentaba al toro, pero lo que no sabía Iván era que, en aquel momento se enfrentaba al destino que, a modo de un toro criminal, en una maldito lance resultó cogido con una cornada gravísima que, llegado al hospital solo pudieron certificar su muerte. Murió un grande de la tauromaquia, un luchador empedernido, un hombre distinto y distante hacia todo lo que no oliera a verdad. Allí, en aquel pueblo francés, un hombre honrado entregaba su alma a Dios, pero los aficionados, cada año por estas fechas le recordamos con inmenso cariño y, sin duda, con la misma admiración que le dedicamos en vida.