Muchas son las veces que los toreros y aficionados indultan un determinado toro por aquello de sus buenas condiciones para la lidia y, el pasado sábado, en Badajoz ocurrió a la inversa puesto que un toro indultó a un torero, en este caso al diestro Antonio Ferrera que, en el último de la tarde, cuando previamente ya había sufrido una espeluznante voltereta en otro de sus toros, cuando el animal le empitonó por la barriga y lo lanzó al aire en unos interminables segundos, todos temimos lo peor porque, como drama, la cogida, así lo demandaba.

Pero no nos cabe la menor duda de que estaba Dios en dicha plaza para salvaguardar a Ferrera de la torpeza que había cometido al perderle el respeto a su enemigo en un par de banderillas que, tiene bemoles la cosa en un diestro como Ferrera que ha puesto miles de pares de banderillas, en esta ocasión quiso hacer otra puesta en escena que, por poco, le cuesta la vida cuando, lo lógico, para banderillear, tenía que haber puesto el toro en suerte, jamás andarle por la cara como si la cosa no fuera con él. ¿Qué pasó? Nada. El toro solo tuvo que levantar la cabeza encontrándose con el cuerpo del torero para que todos, incluido el diestro como protagonista, pasáramos el peor rato de nuestra vida.

Como digo, el toro indultó al diestro porque cogidas como la que sufrió Antonio Ferrera, todas, sin distinción, acaban con una cornada tremenda y, en el caso de este diestro pudo haber sido fatal porque cuando el toro le metió el pitón en la barriga, nos estremecimos por varios segundos temiéndonos lo peor. Una cogida estúpida en toda regla por la irresponsabilidad del diestro que, insisto, avezado como nadie en el tercio de banderillas, empecinado por seguir con la puesta en escena que nos obsequió toda la tarde, quiso rizar el rizo de lo imposible. Un acto que pudo haberle costado la vida y que esperemos que, en el futuro, tome lección.

Antonio Ferrera mató los seis toros con absoluta solvencia en Badajoz pero, nada quedó para el recuerdo. No sé si su “amo”, Alberto Bailleres, quiso hacerle un favor o acabar con él, algo que me sigo preguntando. Se escogió una corrida de muy bella presentación que, además son propiedad del empresario mexicano que apodera a Ferreras y que, para colmo, era el empresario de dicha plaza; es decir, teníamos el lote completo. Los toros de Zalduendo, como marca, son garantía de triunfo pero, en esta ocasión, digámoslo claro, no le salió ningún toro de escándalo, más bien todo lo contrario. Las orejas que cortó eran trofeos pueblerinos que, a lo sumo, hacían honor a las grandes estocadas que recetó el diestro.

Nadie discutirá el tremendo esfuerzo que hizo Ferrera durante toda la tarde que, al final, acabó exhausto, como los espectadores que, un festejo de tres horas y un solo espada, eso no lo aguanta ni Dios. No me gustó esa moda que ha sacado el diestro aquello de cuadrar al toro, irse hasta “Cáceres” y volver andando hacia la cara del toro para cazarlo de improviso, aunque le saliera bien la suerte, me parece un acto más vulgar que otra cosa.

Lo peor de Antonio Ferrera no es otra cosa que su puesta en escena continua que, como si de un actor se tratare, se aprende el papel y lo interpreta bordado pero, amigo, el toreo es otra cosa. Esa afectación de la que es portador no le beneficia para nada; todos añoramos al Ferrera sincero de otros tiempos en que, frente al toro de verdad era capaz de jugarse la vida que, no digo que ahora no se la juegue pero, como sabemos, ya ha escogido los toros ventajistas que, a priori, se sabe que no darán mayores problemas, caso de Zalduendo y ganaderías similares. Su puesta en escena es demasiado elocuente porque, como el mundo sabe, el toreo es pura naturalidad, sentimiento al más alto nivel y, si el toro no lo permite, se mata y en paz. Pero eso de aburrir al personal con faenas cansinas que no conducen a nada, más que toreo, es un suplicio para los aficionados que, ante el toro adverso, es mejor acabar pronto y todos contentos.

Todos recordamos la encerrona de hace unos años de Ferrera en Badajoz con seis toros de Victorino Martín, una tarde para el recuerdo puesto que, aquellos toros dejaron un grato recuerdo en dicha plaza y, lo que es mejor, alguno de aquellos bicornes le permitieron a Ferrera lograr un triunfo de ley, desde el primero hasta el último de sus enemigos. ¿Por qué? Porque tenía toros de verdad que, como se demostró, hasta fue capaz de triunfar con los toros de Albaserrada. El sábado, insisto, pese a que los Zalduendo, a priori, indefensos, sin que le saliera la alimaña como diría Ruíz Miguel, ninguno le permitió el logro soñado que, de no ser por el acierto con la espada, su fracaso hubiera sido de época. Claro que, su gran triunfo, como dije, es que ese Zalduendo le perdonara la vida que, en realidad es el todo.