Todos los aficionados sabemos que la ganadería de Tomás Prieto de la Cal data de más de cien años y que, en un momento determinado, las figuras del toreo se pegaban por matar dichos bicornes. En la actualidad y desde hace ya muchos años, dichos toros pasaron a un segundo lugar y lo poco que se lidia, tiene que ser en festejos de menor nivel en que, algún que otro “aspirante” a la gloria, caso de matadores de toros sin relumbrón y, en ocasiones como novilladas. Como ganadero, nadie está exento de que de un día para otro, muchas veces sin saber las razones, cambia la estrella del ganadero y, de la cima a la sima.

Es el caso de este hombre que, insisto, teniendo en sus manos una ganadería legendaria, la que debería de darle gloria y fuste, sus toros son tachados de ilidiables y nadie apuesta lo más mínimo por este encaste vazqueño que incluso pasó por las manos de Juan Pedro Domecq y Núñez de Villavicencio, Marcial Lalanda y algunos más hasta que, en el año 1945, Tomás Prieto de la Cal se hizo con la titularidad de tan emblemático hierro.

Repito que, no corren buenos tiempos para este ganadero singular, una lacra que le viene aplastando, la que arrastra como Dios le da a entender, algo que lamentamos profundamente.

Una ganadería postergada por las figuras y, de repente, hace pocas fechas, mira tú por donde, Morante la saca a la palestra, afirmando –cosa que hizo- que iba a matar en solitario seis toros de Prieto de la Cal en el Puerto de Santa María. Rios de tita corrieron al respecto y, lo peor es que, el espectáculo, anunciado como tal era algo singular. No es menos cierto que cualquiera podía prever el fracaso como así sucedió que, si se me apura, ha sido el menor de los males. Ante todo, sabía Morante en qué plaza organizaría la parodia porque, si lo hace en Madrid, a estas alturas todavía estaría escoltado por la policía sin poder salir de la plaza.

Mucho se ha dicho de la citada corrida pero, de forma inexorable, hay que matizar en los toros que, buenos o malos eso es otro cantar. Cierto es que Morante permitió que le asesinaran la corrida en varas; vamos que, tras la actuación del picador, lo demás, sobraba todo. Los animales ya eran cadáveres. El bochorno se cantó sin paliativos e, incluso, como si todo estuviera programado para que el guión fuera exacto, hasta se devolvió un toro sin que nadie lo pidiera y, lo que es más grave, sin motivo alguno aparente. El presidente sería más “morantista” que todos nosotros juntos. Y, claro, salió un animalito de Juan Pedro para salvar de la quema a Morante y, ni aquella estafa palió el fracaso sin precedentes.

Lo realmente dantesco de esta corrida no es el juego de sus toros, ni mucho menos. Lo sangrante de la cuestión es la forma en que mutilaron los pitones de los animales a instancias de su lidiador. Las astas daban pena, grima pavor, rabia, desconsuelo y cuantos epítetos más queramos añadirle y siempre nos quedaremos cortos ante la barbarie de mutilación que hemos podido ver gracias a la cámara de nuestro admirado Rafael Villar Moyo porque, hasta que esas fotos llegaron a nuestro poder, nadie, absolutamente nadie había publicado una imagen que denunciara aquel fraude sin paliativos. Las pruebas son concluyentes, es cuestión de mirar las fotos, ni siquiera con detalle porque hablan por sí mismas.

¿Para eso ha querido Tomás Prieto de la Cal dejarse anunciar con sus toros junto a Morante? La ignominia no tiene nombre y, lo que es peor, el ganadero se ha buscado la ruina de por vida. Lo digo porque, en lo sucesivo, si puede lidiar alguna que otra corrida más, hasta el más humilde de los diestros le pedirá que rasure con saña los pitones de los toros o se quedarán en la dehesa. Poderoso caballero es don dinero, así nos lo recordaba Quevedo y, es una verdad que aplasta.

Como sentenciaba Rafael Villar en su crónica, ¡con lo felices que acudieron todos a El Puerto de Santa María! Claro que, una cosa es la ilusión y otra muy distinta la realidad de la vida cuando, como en el caso que nos ocupa, la máxima figura del toreo actual quiso burlarse de todo el mundo. Y, lo que es peor, arrastró hasta el precipicio a un hombre que, hasta la fecha, nadie había dicho palabra alguna para defenestrarle, caso de Prieto de la Cal que con sus toros, buenos o malos, nadie había puesto en entredicho su honorabilidad pero, “gracias” a Morante, Tomás Prieto de la Cal salió muy herido de El Puerto.