En el mundo de los toros todo está inventado y si de corruptelas se trata, en dicho mundillo las conocen como nadie; el que no corre vuela, que es la máxima que le podríamos endosar a todos aquellos que, por intereses creados cometen fraudes en la sombra; algo así como los pirómanos que, con nocturnidad y alevosía producen daños irreparables, caso de los incendios que sufrimos por toda España; insisto, todo bajo la cobardía del anonimato y con la garantía del mal en su más criminal acepción.

Lo que voy a contar no es nuevo puesto que, hace cinco lustros, un matador de renombre sufrió el avatar que voy a relatar que, para nuestra desdicha, sin tener pruebas fehacientes, como les ocurre a las autoridades con los pirómanos, si hemos podido saber del fraude que cito que, no es ni más ni menos que destruir la carrera de un torero que ha alcanzado cierta fuerza entre el escalafón y, la mejor manera de pararle no es otra que procurar que no triunfe. No olvidemos que, los empresarios, lo que más les duele es tener que pagarle dinero a un torero que ayer no era nadie y, de la noche a la mañana, se encarama en el escalafón, triunfa a lo grande y, lógicamente, pide el dinero que le corresponde.

Lo que ha ocurrido en esta temporada, insisto, no es nada nuevo porque, como decía, hace muchos años ya corrió mucha tinta al respecto pero, como nadie tenía pruebas, el fraude se consumó y, lo que es peor, destrozó la carrera de aquel hombre que, ilusionado, alcanzaba triunfos por doquier. ¿Cómo era el fraude? Muy sencillo. A determinado torero se le anuncia en un cartel de lujo junto a compañeros figuras y, como quiera que el toro sale igual para todos,-esa es la teoría- hay que frenar al que está consiguiendo triunfos legítimos gracias a su arte y valor. ¿Cómo se hace eso?

Está clarísimo. Los toros, desde el sorteo hasta que salen por toriles están solos, sin vigilancia alguna porque, lógicamente, todo el mundo admite que todo queda listo para el festejo. Pero, por ahí aparece una mano negra que nadie puede identificar para drogar a los toros, un tema que no es nada nuevo y, repito, a lo largo de los años, en repetidas ocasiones lo hemos “visto”; es decir, hemos sabido de los resultados macabros de esta acción tan criminal como dantesca. Al respecto si tenemos un dato clarividente, esta acción aberrante y criminal siempre ha castigado a los más débiles; como decía, a toreros emergentes que, gracias a sus triunfos, de forma “osada” hasta piden dinero a los empresarios.

Durante la lidia, nadie sospecha que un toro pueda haber sido drogado pero, los que conocemos el asunto, el comportamiento de un toro determinado nos hace sospechar lo más insólito que, para mayor desdicha, resulta ser una cruel realidad. ¿Quién percibe la locura de un toro? ¡Nadie! Es decir, es difícil sospechar y mucho más complicado adivinar que un toro pueda haber sido drogado pero, repito, en ocasiones, el comportamiento de un toro concreto nos hace pensar lo que jamás hubiéramos querido creer que, no es otra cosa que la manipulación de un toro en los corrales hasta el punto de haber sido drogado. Fijémonos que, por ejemplo, lo del afeitado es pura broma comparado con lo que cuento. Es cruel lo que digo y, lo que es peor, cuesta mucho de creer pero, es la fórmula “mágica” para frenar a todo aquel torero que no les interesa al taurinismo y que se les ha “colado” en los ruedos sin ellos darse cuenta.