A las cosas de la vida, así como a los gestos de los hombres hay que darles la lectura que en verdad le corresponden y, la retirada de Sebastián Castella es algo que debemos de entender como un gesto de generosidad por su parte puesto que, tras veinte años de alternativa era el momento idóneo para abandonar los ruedos, dejar de jugarse la vida y, lo que es más importante, dejar una plaza vacante en el escalafón para que otro chaval ocupe su lugar porque, si miramos a El Juli, Ponce, Morante y demás figuras del toreo, pobre del que aspire a un “trono” de los espadas citados que, dada la comodidad que hoy impera en el toreo por parte de las figuras, no se irán jamás.

Sebastián Castella es el diestro más emblemático que ha dado Francia en toda la historia del toreo; una figura consumada que, como se sabe, compitió con todos los grandes en España, Francia y América. Puede irse con orgullo, con la satisfacción del deber cumplido, con las arcas llenas debido a su esfuerzo y, sin duda alguna, con el reconocimiento popular por parte de todo el mundo taurino que, gracias a él, tanto ha proliferado el país galo en cuanto a los toros se refiere.

Y digo yo, ¿qué no es suficiente que un torero esté veinte años en activo y mucho más gozando de la condición de figura? Sin duda, en los tiempos que corremos los toreros estarán en activo todos los años que quieran porque, como se sabe, la diferencia del toro de antaño con el actual permite semejantes lindezas.

Como fuere, hay que agradecerle a Sebastián Castella su gesto que, como decía, servirá para que otro chico ilusionado pueda lograr lo que el diestro francés ha dejado, un hueco entre los grandes toreros del mundo. No ha hecho nada especial semejante diestro porque, de todos es sabido que, antaño, las figuras del toreo, el que más, estaba una década en activo y, en la mayoría de los casos, ni eso. Por ello, el que Castella se haya marchado tras estar siete mil trescientos días en activo y haber saboreado la gloria en todos los rincones del mundo. ¿A qué más se puede aspirar?

Todavía le ha sobrado tiempo al diestro de Beziers para inmortalizar su nombre que, grabado a sangre y fuego en las entrañas de la tauromaquia, su figura ahí ha quedado en los anales de la historia, justamente, la que ha engrandecido por completo a su patria y, a su vez, el que supo conquistar a todos los públicos del mundo con su verdad y torería.

Nota deberían de tomar sus contemporáneos y que viéramos, de una vez por todas, esa renovación que todos suspiramos ya que, eso de ver las mismas caras todos los días y durante toda una “eternidad”, sinceramente, se nos hace cuesta arriba.

Los toreros actuales, las figuras concretamente, son incansables y tiene su lógica. Obtienen un beneficio con el mínimo esfuerzo, siendo así, humanamente hasta se comprende pero, visto desde la óptica del arte, tantos años en activo, un torero acaba aburriendo a sus seguidores, salvo que te llames Antoñete o Curro Romero, por citar a dos grandes que, longevos como eran, los públicos, todavía les seguían esperando.