Una vez más, acerté. Dije que el montaje de la feria de Sevilla olía muy mal y los hechos me han dado la razón. Como sentencié, la empresa de Sevilla apostó muy fuerte a sabiendas que tenía que perder pero, ¿cuál fue el motivo de dicha apuesta? Si conocían las normas que regían y rigen en estos momentos, aventurarse al montaje de la feria era un despropósito ¿cierto? Ahora, tras lo acontecido, ahí tenemos los resultados, un caos en toda regla. En este instante todos son lamentos pero, reitero, si sabíamos las normas que teníamos establecidas al respecto, aventurarse hacia el abismo era un síntoma de locura.

Y, cuidado, no quiere esto decir que las normas que nos rigen sean lógicas que, en realidad, no lo son, pero no queda otra opción que acatarlas. Es cierto que, estamos regidos por descerebrados que, para unas cosas aplican las reglas, caso de los toros y, para lo que a ellos les gusta, esas medidas se las pasan por el forro de sus cojones. ¿Se llama eso lógica? Por nada del mundo porque los que dictan las pautas no tienen ni repajolera idea de lo que hacen.

Eso de que se puedan celebrar festejos taurinos con un metro y medio de distanciamiento es una barbarie en toda regla. Siendo así, esa plaza de toros llamado el Congreso de los Diputados, esa concentración de inútiles deberían de aplicarse dicha regla y, nada de nada. Están sentados uno al lado del otro y, al parecer esos no tiene riesgo de contagio. Y seguro que es así porque la mayoría ya están contagiados de la maldad, algo que ya traían desde casa.

Por la lógica que antes apuntaba, jamás deberían de haberse celebrado eventos en lugares cerrados y con cuatro mil personas y han tenido lugar. Está claro que, en los toros siempre nos toca bailar con la más fea. Según los políticos, ellos se escudan en los sanitarios que, al respecto, son los que dictan esas normas pero, las mismas deberían ser para todos ¿verdad? Pues no lo son.

¿Será que los sanitarios tienen el alma de políticos y viceversa? Lo digo porque la torpeza no puede ser mayor. Todos quieren velar por nuestra salud, es lo que dicen, pero lo que hacen dista mucho de la idea comentada. Sin lugar a dudas, un contratiempo como ha sido la pandemia ha puesto a prueba a nuestros políticos que, como han demostrado, el suspenso ha sido de órdago, cosa muy natural y lógica porque como sabemos, para ser político, el único requisito exigible es ser gandul y mentiroso compulsivo en la mayoría de los casos; hay personas vocacionales en la política y además con preparación, pero son los menos, es decir, los que no deciden nada.

Si se quiere evitar las aglomeraciones me parece muy bien pero, en todas las ciudades hemos visto las calles atestadas de gentes, en muchas ocasiones, hasta sin mascarillas y a esos no les dicen nada, vamos que no tienen culpabilidad alguna mientras que, los que queremos ir a los toros nos tenemos que distanciar; lo que en realidad queremos es distanciarnos para siempre, pero de esos políticos ruines y malévolos que dicen dirigir el país cuando el mismo ya está en la más absoluta ruina.

Hablemos de distancias, claro que sí. ¿Qué pasa con esos miles de personas que de forma obligatoria tienen que desplazarse en las grandes ciudades en el metro o en autobuses? ¿Qué espacio guardan entre unos y otros? Y todo ello dentro de un tren que, en ocasiones es el lugar de “trabajo” de los carteristas, es decir, de los que no pueden robar en política pero que tienen su caldo de cultivo en dichos vehículos abarrotados de gentes.

Muchas son las incongruencias que nos asaltan y mortifican en la actualidad, con mucha más vehemencia y mayor dolor en todo lo que se refiere al mundo de los toros. Y, cuidado, que estamos hablando de un espectáculo que se celebra al aire libre porque la mayoría de las plazas de toros entra el viento, el sol, la lluvia y todos los elementos que la naturaleza considere oportunos. O sea que, pese a que podemos respirar aire puro en una plaza de toros, según los cánones, nos tenemos que sentar unos en la calle Alcalá, hablando de Madrid y los demás, en la plaza de Manuel Becerra. No había visto en mi  vida semejante despropósito pero, a su vez, no me sorprende para nada con la clase política que nos gobierna.

Es algo así como el tabaco. En su día, ese tipo asqueroso y repugnante llamado Zapatero se inventó el modelo y dictó una maldita ley para prohibir el tabaco en bares y restaurantes y, los pestilentes actuales, no contentos con emular al cafre citado, dictan normas diciendo que no se puede fumar en las terrazas; eso sí, un centímetro más allá de la misma se puede fumar. ¿Se puede ser más inepto para dictar dicha ley? De estas gentuzas lo podemos esperar todo.