Sin lugar a dudas, la catarsis que nos dejó la pandemia a lo largo del pasado año y muy entrado el actual, aquella lacra debería de servirnos como lección para enmendar errores en lo que a la tauromaquia se refiere pero, mucho me temo que estamos donde solíamos. Aquello de aprender no está para nosotros, un mundillo en que los vicios se han tornado costumbre, norma, al tiempo que todo está rociado por aquello que definiríamos como imperativo legal; es decir, como ocurre con el socialismo, todo lo que los taurinos hagan todo está bien hecho y, los aficionados, como siempre, a pagar y callar.
Fijémonos como está todo que, hasta el propio Samuel Flores, el excelente ganadero albacetense ha dicho que, si los toros pierden la casta muere la fiesta y tiene más razón que un santo pero, ¿quién es el valiente que le pone el cascabel al gato? ¿Las figuras? ¡Hasta aquí hemos llegado! Como antes dije, los vicios arraigados se han tornado normas y eso no hay quien lo arregle.
Los mismos ganaderos saben que las grandes miserias de la fiesta vienen dadas como consecuencia del toro; su inutilidad, su falta de casta y bravura, su docilidad y carencia de fuerzas que, sin el menor atisbo de casta, de esa manera quieren salvar la fiesta. O sea que, el pan para hoy y el hambre para mañana siguen siendo la tónica dominante de la cuestión porque nadie hará nada para que esto cambie; y cuando digo nadie me refiero a los toreros punteros del escalafón que solo aspiran a la comodidad, a llevarse calentito todo lo que puedan y el que venga detrás que cierre la puerta.
Y lo que digo es una realidad palmaria que la hemos comprobado este año con las actuaciones de las figuras que, salvo en Madrid, han huido despavoridos de la quema. El medio toro sin alma y sin fuerzas les sigue apasionando y, como quiera que el mal sea endémico veremos quién es el valiente que lo arregla. No hemos aprendido nada y, para el año venidero, si Dios quiere y todo vuelve a la normalidad, las figuras ya no tendrán excusa alguna y cuando vean los tendidos vacíos se echarán las manos a la cabeza pero, como siempre sucede, nunca reconocerán su culpa.
Por todo ello, aunque las figuras no quieran, será siempre el toro bravo y encastado el que reine en la Fiesta, caso de los Albaserrada en todas sus vertientes, Miura, Pedraza de Yeltes, Conde de Mayalde y muchas más ganaderías que, de ser atendidas como demanda la afición muy pronto saldría la fiesta del ostracismo en que está sumida. Pero claro, los señoritos del toreo, acostumbrados al borrego moribundo, hablarles de que tienen que jugarse la vida, la situación les parecerá dantesca porque tantos años acostumbrados a la comodidad y sin el menor rasguño en sus cuerpos, aceptar dicho reto les sonará a cuento chino.
Y esos tendidos vacíos que presagio, lo que ocurrirá de forma irremediable, es lo que mandará al traste las exclusivas firmadas entre toreros y empresarios porque, como no vaya la gente a los toros los empresarios no dan ni la hora. De igual modo, esos contratos fastuosos que exigían las figuras, todo eso ha pasado a mejor vida porque sin aficionados en los tendidos todo es hambre y miseria, lo que ellos han fomentado a lo largo de muchos años, por tanto, cuando ocurra todo lo que he vaticinado que nadie se queje que, en el pecado llevan la penitencia.
Ellos, los toreros, han huido del toro y, los aficionados han hecho lo mismo en una diáspora sin precedentes al comprobar que, el rey de la Fiesta, el toro, brilla por su ausencia. Y mientras todo eso ocurre, los taurinos siguen hablando de renovación, de unión entre todos ellos y, el gran problema, el que tienen sobre sus hombros son incapaces de reconocerlo. Claro que, el asunto no viene de ahora, ese mal endémico data de muchos años atrás en que unos graciosos le tomaron el pulso al toro enclenque y sin fuerzas y, a partir de aquel momento ese animal ha sido la tónica dominante para que se celebren cientos de corridas de toros sin la menor expectativa.
Ha costado, es cierto, pero al final los aficionados, incluso las gentes sin la menor exigencia han comprobado que todo huele a estafa como lo demuestran esos toros amaestrados que se lidian por esa ferias en que, como repetí millones de veces, no hay ni un solo torero herido, y no lo digo yo, lo dicen las estadísticas puesto que, si de toreros heridos hablamos tenemos que irnos al escalafón inferior o, en su defecto, a los toreros machos que se enfrentan al toro de verdad. Insisto, si en una corrida de toros no palpamos la emoción, ¿de qué estamos hablando entonces?
Y esas mismas figuras que se alivian con el toro amorfo y sin peligro alguno, para que la desdicha sea todavía mayor, hasta se han borrado de la participación de festivales de categoría como se hacía antaño para ayudar a causas nobles y solidarias. Valencia es el ejemplo de lo que digo como ya conté cuando apareció el cartel del festival programado para el próximo domingo a beneficio de los damnificados de La Palma. Loas de alabanza para todos los participantes en dicho festival pero, son las figuras las que, al augurio de sus nombres los que deberían de haber llenado por completo el coso de la calle de Játiva; pero no, nadie de ellos ha estado por la labor, se han decantado por las pachangas de Latacunga y otros lares allende el océano mientras que la solidaridad de antaño ha quedado reducida a la nada.
Y, para colmo, los taurinos son tan desahogados que siguen buscando culpables de los males de la fiesta fuera de las plazas de toros. Vamos que, no somos más tontos porque no entrenamos.
Mientras el toro no tenga el protagonismo que en verdad le corresponde, la Fiesta irá cuesta abajo de forma irremediable, pruebas la tenemos por doquier. Si los taurinos han acabado con su majestad el toro, ¿qué esperamos de esta fiesta?