Inevitablemente, Juan Ortega, el sevillanísimo del que ahora todos apuestan, me recuerda a Juan Mora porque, ambos, son calcados para gloria del toreo puro como fieles intérpretes de esa tauromaquia maravillosa y ancestral que otros muchos toreros desmerecen, por no decir otro epíteto mal sonante.

Si Mora ya dejó sus historia como leyenda imborrable, ahora le toca el turno a Juan Ortega que, ávido por mostrar sus lecciones bellísimas de torería, ha tenido que ser en este año cruel y traicionero cuando, por fin, sin que nadie lo esperara, con tres corridas apenas ha dejado un gran sabor de boca que, pocos imaginaban, salvo los que percibimos el toreo desde muy lejos.

Y digo que percibimos porque alentar a un torero cuando ha tenido una tarde triunfal eso es muy sencillo; pero, ay, amigo, eso de apostar por un torero al comprobar apenas unos detalles de la torería del diestro, eso no es tan sencillo y, ufanamente, así lo digo porque así me sucedió. Pude ver a Juan Ortega en Madrid hace tres años y, quedé maravillado y, repito, apenas pudo esbozar un chico unos retazos de lo que ahora todo el mundo ha descubierto como una torería inenarrable.

Triunfar y cortar orejas lo vemos todas las tardes, caso de Daniel Luque, Emilio de Justo, David de Miranda….toreros que, en honor a la verdad no tienen nada que desmerecer pero, cuando a dichos diestros los comparamos con Ortega, la diferencia es tan notable, tan ostensible que, nada ver lo uno con lo otro. Lo vimos en Linares, lo ratificamos en Córdoba y, la explosión de su torería la mostró Ortega en Jaén en una tarde apoteósica puesto que, para su fortuna, el único toro que tenía empaque le tocó a dicho diestro para que, una vez más, con sus armas ratificara lo que es la belleza del toreo que, sin esfuerzo alguno, con toda la naturalidad del mundo, como si la cosa no fuera con él, Ortega dibujó, como le sucediera a Finito en Antequera, una de las faenas de la temporada. Sin duda alguna, Juan Ortega está tocado por la varia mágica de Dios porque lo que se dice esfuerzo lo hacen todos, lo difícil es, sin desvelarse, con naturalidad y ese empaque tan difícil de descifrar, tocar el corazón de los aficionados.

Juan Ortega es el heredero directo de toreros de la talla de Juan Mora, Finito de Córdoba, Diego Urdiales, Curro Díaz, de Morante….toreros que embrujan por el misterio de su arte; diestros que graban en la mente de los aficionados sus quehaceres artísticos; matadores que tienen ese calado inmenso entre los aficionados los que raramente suelen olvidar una faena admirable y, Ortega es de esa estirpe, de los de obras  grandiosas, de las inolvidables, las que perduran al paso de los tiempos, de las que, generaciones venideras seguirán contando las mismas sensaciones que ahora nosotros disfrutamos.

Han bastado tres tardes, mejor diría, tres toros, para que Juan Ortega pusiera a todo el mundo de acuerdo, cosa la más sencilla del mundo porque, ¿acaso vemos obras como las suyas a diario? Por nada del mundo. Como decía, torear lo hacen muchos, entregarse a su labor, muchos más, pero que dejen un recuerdo imborrable eso son palabras mayores que, desdichadamente, no se dictan todos los días.

Y fijémonos como es la vida que, posiblemente, en una temporada digamos normal, por culpa de los bastardos intereses que se dan cita en el mundo de los toros, igual no hubiéramos visto en plenitud el arte del chico de Sevilla pero, ha tenido que ser de este modo, en una temporada llamada casi surrealista pero que, amparada por la televisión, todo el mundo ha tenido la fortuna de admirar a este gran artista que, como decía, le han bastado y sobrado tres toros que han querido colaborar con él para que el muchacho demostrara ante todo el mundo que es un elegido por la varita mágica de Dios.