Conmemoramos por estas fechas la muerte de un torero grandioso como Iván Fandiño que, como el mundo sabe, tuvo que luchar contra el mundo del toro en todos sus órdenes, sin lugar a dudas, el torero que menos le regalaron y al que tanto le exigieron los taurinos, hasta el punto de llevarle hasta el precipicio.

Aquella tarde, en aquel pueblo francés, en un toro que no le correspondía y al que hizo un quite a un compañero, el animal le prendió por el costado y la partió el corazón, un caso de mala suerte al más alto nivel. Y junto con esa suerte casi siempre esquiva, Iván Fandiño logró cubrirse de gloria pese a tantos imponderables como se cruzaron en su camino.

Fandiño, en los albores de su carrera, hasta tuvo que luchar contra sí mismo puesto que, su cuerpo, fuerte como una roca no le acompañaba para sus funciones como torero y, base de tesón, fe, perseverancia y una entrega sin límites, logró su propósito. Muchos creían que, cuando se doctoró en Vista Alegre, aquello quedaría como una anécdota, uno más que quería ser torero y, todo el mundo se equivocó porque dentro de aquel cuerpo anidaba un tipo realmente extraordinario que, con una constancia irrepetible, un valor sereno y una técnica depurada, hasta se encaramó en lo alto del escalafón en dos años consecutivos.

Fandiño sabía que, su carrera, ante todo tenía que sostenerla con la épica que llevaba dentro, una labor que ejerció como nadie y con la que logró triunfos por todo el globo terráqueo; éxitos que, enumerarlos sería tarea complicadísima porque fueron de una cuantía inacabable. Pero ahí está la historia que le juzgará pasados muchos años y que lo que ahora contamos, quedará como leyenda de un tipo sensacional que quiso ser torero, lo logró y que para mayor gloria, murió en plena juventud frente a las astas de un toro.

Ante todo, Iván Fandiño arrebató Madrid, hasta el punto de que ha sido el único torero en la historia de la plaza de Las Ventas que puso el no hay billetes un domingo de Ramos, fecha nada propicia para que ningún torero se atreviera a dicha épica y que por el contrario, el diestro de Orduña logró con su sola presencia que, ataviada de la verdad más absoluta, así lo entendieron los aficionados que rebosaron el coso de la calle Alcalá de Madrid.

Los toreros, por regla general, tienen muchos frentes abiertos para la lucha porque, lógicamente, ser torero es lo más difícil del mundo pero, para que la desdicha fuera mayor, con Fandiño no quería torear nadie de las llamadas figuras y, ahí está la hemeroteca que puede confirmar quiénes fueron sus compañeros de cartel en tantísimas tardes en las que toreó. Si acaso, esas mismas figuras que le temían en España, por el contrario, se dejaban anunciar con él en América.

Dicho lo cual, terminar durante dos temporadas consecutivas con el entorchado, el galardón de haber sido el torero que más actuaciones había tenido, su logro era incuestionable. Le temían sus compañeros, por algo sería, pero se ganó el respeto de las gentes y, de forma muy concreta de toda la crítica que, sabedores de que un hombre se jugaba la vida de verdad, a nadie se nos ocurrió cuestionarle en lo más mínimo.

La vida de Iván Fandiño nos debe servir para reflexionar, especialmente para los toreros puesto que, el tan recordado diestro nos demostró que tiene más peso la verdad de la fiesta que el propio perfume embriagador del arte, sencillamente porque el arte, como es sabido por todos, es algo que se representa frente al toro moribundo y desclasado mientras que, la grandeza de la verdad, como hiciera Fandiño a lo largo de su carrera, es toda una explosión de veracidad de un hombre frente a un toro que le quiere quitar la vida y, en realidad, así ocurrió.