Nadie podía sospechar que un 16 de mayo de 1920 un toro acabaría con la vida de José Gómez Ortega, más conocido como Joselito. Todo ocurrió en Talavera de la Reina –Toledo- en el día citado en que, paradojas del destino, Joselito no estaba incluido en el cartel primitivo pero que, ante la “espantá” de su hermano Rafael Gómez El Gallo, la empresa echó mano de Joselito a sabiendas de que el diestro tenía la fecha libre. Un toro llamado Bailador de la Viuda de Ortega acabó con la vida del más ilustre de los toreros, el que decían que era inmortal y que para que un pitón del toro se clavara en su cuerpo habría que lanzárselo desde el tendido.

Tras la muerte de Joselito, Rafael Guerra “Guerrita” le envió un telegrama de pésame a Rafael Gómez Ortega “El Gallo”, diciéndole:

Mi más sentida condolencia, Rafael. ¡Se acabó el toreo!

Imaginemos cómo sería aquel diestro para que, hasta el mismísimo Guerrita pronunciara aquella sentencia ante la muerte de tan carismático diestro. Nadie lo creía, nadie lo podía entender, hasta el mismo Juan Belmonte que estaba en Madrid en aquel aciago día no se lo creía; le llamaron al diestro de Triana para darle la fatal noticia y, Belmonte, sabedor de cómo era su rival, se lo tomó a pura broma hasta que, por fin, a media noche del citado día, Belmonte lloraba amargamente la muerte del que había sido su rival y amigo.

Es cierto que, como la historia nos ha contado, aquellos años eran esplendorosos para el toreo; no existía espectáculo que congregara mayor número de masas que el toreo, hasta el punto de que, gracias a Joselito se construyó en Sevilla la plaza de toros llamada Monumental puesto que, auspiciada por dicho diestro, La Maestranza se quedaba pequeña para albergar a tan cantidad de aficionados, razón por la que nació la citada Monumental, una plaza que, como dolida por la muerte de su inspirador, se derribó muy poco tiempo después de fallecer Joselito.

Era, sin duda alguna, la época dorada del toreo como lo demuestran los hechos porque había toreros de tal relevancia que así lo consiguieron, era el caso de Bombita, Machaquito, Vicente Pastor, Rodolfo Gaona, Juan Belmonte, Joselito y un gran elenco de toreros que hacían vibrar a la afición del mundo entero, posiblemente, destacando entre todos ellos el gran José Gómez Ortega.

Según nos cuenta la historia los hechos de Joselito eran relevantes y, a su vez, totalmente apoteósicos. Se presentó como becerrista a los trece años y, a los diecisiete tomaba la alternativa de manos de su hermano Rafael, el mismo que muy poco tiempo después se la confirmaría en Madrid. Un hecho insólito en el mundo de los toros que, un chaval con diecisiete años se doctorara y, desde el primer día se convirtiera en figura del toreo hasta el mismo día de su muerte. Apenas ocho años estuvo en el gran escalafón de los toreros pero, como se comprobó, le sobró tiempo para ser el número uno sin que nadie le apeara del estrado que gozó desde el primer momento en que se doctoró. Sin duda, un caso único en la historia del toreo por muchísimas razones; por edad al doctorarse porque, en realidad, apenas era un niño; por número de festejos toreados puesto que nadie le superó; por trofeos conseguidos y por  miles de razones las que le llevaron a ostentar el más grande cetro de la torería, no en vano, Joselito había sido capaz de elevar el toreo a la altura más insospechada; se dice de que, dicho logro, se dirimía entre él y Belmonte pero, lo cierto y verdad, como la historia nos ha contado, juntos revolucionaron el toreo, hasta el punto de convertirlo en un arte puesto que, hasta la llegada de Joselito, la lidia de un toro no era otra cosa que poderle por la cara y prepararlo para la muerte.

Cien años después de aquella fecha tan horrible como nefasta, el mundo de los toros sigue recordando la figura mítica y genial de un torero irrepetible llamado José Gómez Ortega Joselito, al que por sus actitudes, genialidades y manera de ser, con tan pocos años, le sobró tiempo para forjar la leyenda que ahora gozamos.

Es cierto que, morir en una plaza de toros es el máximo anhelo para cualquier torero puesto que, si hay que morir, cosa tan lógica como cabal, en el caso de los toreros, morir a merced de un toro es aspirar al máximo de la gloria y, Joselito, con apenas 25 años lo consiguió, motivo por el que, sin pensarlo, agrandó su leyenda desde aquel nefasto día  para el toreo.

Si echamos la vista atrás y comprobamos que apenas había medios de difusión, a lo sumo, los periódicos que, días más tarde daban cualquier noticia, el motivo de que Joselito se inmortalizara como nadie,  era de una relevancia apoteósica, yo diría que increíble, todo ello comparado con los medios de que ahora gozamos puesto que, ocurre algo concreto, rotundo o relevante, un segundo más tarde el mundo es testigo del acontecimiento que fuere.

Pero, en aquellos años, que un torero lograra inmortalizarse y permanecer eternamente vivo después de muchas generaciones, ello evidencia de que se trataba de un torero irrepetible, lo dicen sus hechos que, como el mundo sabe, fueron inenarrables. 16 de mayo de 1920 y, cien años después, el mundo de los toros recuerda a Joselito como si fuera ayer, sencillamente porque Joselito siempre será el ayer, el hoy, para recalar en el mañana que, para su suerte, será siempre eterno.

Pla Ventura

La fotografia que ha dado varias vueltas por el mundo, Ignacio Sánchez Mejías, velando el cadáver de José Gómez Ortega que, a su vez, era su cuñado y rival con el que compartió aquel cartel de tan aciago día.