Tras ver el juego de los toros de Juan Pedro en Santander del pasado lunes, cualquiera, por muy poco aficionado que sea, entendería en un segundo lo que es una corrida desclasada, mansa hasta el aburrimiento y de muy justa presentación. En realidad, la corrida la salvaron los toreros que, con unas ganas inusitadas quisieron que aquello no se abocara al fracaso; si al triunfalismo como sucedió pero, mucho más grave hubiera sido el fracaso rotundo del festejo.

Juan Pedro decía estar muy contento con el juego de sus toros en sus declaraciones a las cámaras de la televisión; hombre, que se engañe a sí mismo eso es de una gravedad extrema. Puede engañar a los miles de bobos que quedan esparcidos por el mundo pero que, la mentira, la diga él y encima se la crea, hay que ser muy mal aficionado por muy ganadero que sea. Todos lamentamos el mal juego de sus toros, su mansedumbre y escasas posibilidades para que los diestros triunfaran que, como antes dije, Juan Pedro debe de agradecer a los toreros, Morante, Urdiales y Ortega que, con aquel saldo hasta lograron salir en hombros del coso de Cuatro Caminos.

Ser ganadero es lo más difícil del mundo, que se lo digan a Juan Pedro que, en la presente temporada –y ya son varias- ha cosechado los peores fracasos que un ganadero pueda lograr; Sevilla y Madrid le marcaron como destino fatal de la temporada y, solo ha “remontado” en algún que otro pueblo con esos toritos imberbes que no emocionan a nadie pero, como se sabe, en los pueblos cabe todo, hasta el triunfo falso.

El lote de Morante era para mear y no echar gota como diría el genial Pedro Ruíz. Si su primero apenas tuvo fuerzas y fue todo un desperdicio, en su segundo, blandengue, sin apenas picar, sacando esa mala raza que tienen estos animalitos de Juan Pedro, Morante estuve “cumbre”. Me explico. El toro no tenía el menor atisbo de peligro como sucede siempre con esta ganadería pero, echaba la cara arriba, punteaba, gazapeaba y era muy desagradable en todos los sentidos. Morante estuvo trabajador como él solo; lo digo porque, en otros momentos, ese toro le había durado un segundo pero, amigos, tenemos al Morante abnegado capaz de sacar agua de pozos secos como era su enemigo. Su faena fue un intento de todo sin lograr nada salvo, la monumental estocada con la que dobló su enemigo en menos que canta un gallo. Dos orejas triunfalistas que ridiculizaron a dicha plaza.

Diego Urdiales que tuvo que hacer un esfuerzo titánico para mostrar la pureza de su toreo y, al final, lo logró. No tenía enemigos para el triunfo apoteósico pero, a su vez, Urdiales era consciente de que había que hacer un esfuerzo mental, ante todo para, más tarde, muleta en mano, dibujar aquellos muletazos tan bellos como faltos de emoción por las carencias de aquellos animalejos. Para colmo, si le preguntásemos al diestro nos diría que la corrida era complicada y, le asistiría toda la razón del mundo. Pero no era un lote como para conseguir la apoteosis de la faena soñada. Como explico, Urdiales engrandeció a Juan Pedro porque, repito, aquellos toros no eran de lucimiento alguno. Mató muy bien el riojano y le dieron una oreja en cada toro. ¡Menudo esfuerzo el de este hombre que sabía por lo que luchaba, el triunfo!

Juan Ortega diríamos que tuvo peor suerte pero, pese a todo, la disposición del sevillano fue un claro ejemplo de que quiere remontar pero, debe de buscar la fórmula de hacerlo frente a un toro encastado para convencernos a todos. Aunque sean de Juan Pedro como le ha ocurrido en otras ocasiones, si son animalitos santificados tampoco arreglará nada porque el toreo sin la emoción del toro es pura parodia.