Todos sabemos que los toreros, como primera medida ineludible ésta no es otra que jugarse la vida, cuestión indispensable que nada ni nadie puede evitar, una profesión tan hermosa por su riesgo que, de forma aparente no debería de haber tongo. Es decir, entiendo que en una profesión donde sus actores se juegan la vida no cabe orgullo mayor. Es más, desde los novilleros más incipientes hasta los matadores más consagrados todos asumen el riesgo que cito y, las pruebas no son otras que los toreros que han caído muertos en el ruedo.

Hablamos, a priori, de una profesión con un contenido de riesgo difícil de equiparar con otras profesiones con un peligro enorme como pudiera ser la Fórmula I pero, nunca será igual; lo digo porque han muerto muchos más toreros que pilotos han dejado sus vida en los circuitos. He citado esta carrera para que hallásemos un paralelismo en cuanto al riesgo se refiere, pero sin más profundidad. Ser torero es lo más difícil del mundo y, llegar al estrado de figura todo un milagro que no está alcance del primero que lo intenta.

Dicho lo cual todos estamos de acuerdo en la exposición comentada que, sin duda alguna, lo que decimos enaltece la figura del torero. Un toro, como sabemos, hasta con el rabo te puede hacer daño, siendo así, ¿Qué será con los pitones? Lo que ha pasado muchas veces, muertes, cornadas por doquier, toreros que se han quedado inválidos, otros que han tenido que desistir de su carrera por las secuelas que les dejó alguna que otra cornada; por supuesto, un mundo muy serio que muchas veces no le damos la importancia que realmente tiene.

Lo explicado lo sabemos todos pero, amigos, el problema de la fiesta de los toros es que los toreros, especialmente los que manejan los hilos de la grandeza por aquello del estatus que ocupan, ellos solos se han encargado de que el aficionado dejara de creer en ese peligro evidente del hombre ante la fiera. Es triste lo que digo pero, es una verdad incuestionable. Siempre dije y lo diré mientras viva, no quiero jamás cornada alguna en los ruedos; el espectáculo de la sangre del diestro es muy deplorable y triste a la vez. Lo repudio porque amo a la raza humana.

Claro que, tras todo lo sabido, llegado el momento, tiene que trascender a los tendidos; sabemos del peligro, del riesgo, de todo lo que comporta un festejo taurino pero, si vemos los toros con la normalidad con la que se nos ha acostumbrado, al final todos creemos que se trata de una parodia sin fundamento. Estamos viviendo el peor momento de la historia de la tauromaquia, hasta el punto de que en Madrid, en Vistalegre, la gente ha declinado la oferta de los toros y apenas poco más de mil personas en los graderíos. ¿Cómo puede ser posible? Nos preguntamos todos, y nadie hallamos la respuesta.

Por ejemplo, el día dos de mayo en Madrid, en el festival de la Comunidad, El Juli estuvo cumbre ante un animalito indefenso; negar su trasteso hermoso sería una locura pero no debemos de olvidar que se trató de una página más donde la emoción no la vimos ni la sentimos y, lo que es más grave, nadie percibió que el Juli se estaba jugando la vida porque, insisto, tenía como enemigo a un colaborador sensacional. En ese mismo festejo, por el contrario, como ya contamos en su momento, vimos a un Manzanares pletórico que se jugó la vida como pocas veces lo había hecho antes y, aquello llegó al tendido con una rotundidad bárbara. Sin duda, la faena más emotiva de Manzanares en Madrid. Todos veíamos con ojos de estupor que el diestro alicantino se jugaba la vida, pero lo hacía de verdad y, aquello lo vitoreó todo el mundo en la plaza y nos emocionó hasta la locura a los que éramos televidentes de dicho festejo.

Ahora que hablamos del declive de la fiesta, una muerte anunciada de la que nadie quiere hacerse cargo, nos acordamos del San Isidro de hace treinta años en que, un colombiano humilde llegó a Madrid muerto de hambre y, gracias a su verdad, salió de dicha feria convertido en figura del toreo, entre otros logros, salió cuatro veces por la puerta grande de Madrid hace treinta años que, comparado con la inmensidad de la vida, apenas es un soplo. Pero, cuidado, ahí es donde tenemos que incidir. ¿Saben de qué ganadería eran los toros? Su primera puerta grande la obtuvo con los toros de Murteira, la segunda con los de Baltasar Ibán y así sucesivamente.

Es decir, en aquellos años y con dichos diestros, aparecía el toro con casta, enrazado, bravo y con ganas de comerse al primer torero que hallasen en su camino. Digamos que, la emoción era la causa común entre aquellos toreros y los bicornes que lidiaban; una emoción que prendía la mecha desde el primer instante hasta que las mulillas arrastraban el toro por la arena. Se jugaban la vida y, lo que es mejor, así lo percibía el aficionado y de tal modo lo premiaba. Por eso la fiesta de los toros era única en el mundo, porque ese peligro aparente, en realidad, aparecía siempre por los ruedos para que el espectador o aficionado se emocionase hasta el límite de la locura.

En las imágenes que mostramos, la grandeza de Manuel Perera que, en el día de ayer pagó con su sangre por aquello de darle legitimidad a la fiesta de los toros.