Hay casos en el toreo que adquieren una relevancia mayúscula porque no son nada habituales y, sin duda que nos quepa, el caso del maestro Emilio Ortuño Jumillano, ha sido una de las pocas excepciones que se han dado en el mundo de los toros, la que tenemos el gusto de relatar porque, más de uno quedará asombrado ante lo que resultó su carrera, una de las más breves de la historia de la tauromaquia, solo superada por Manolo González que estuvo dos años como figura del toreo. El maestro que aludimos estuvo cinco temporadas compitiendo entre los más grandes de sus coetáneos de la tauromaquia

¿Qué tiene de increíble este diestro? Si se me apura yo diría que todo es increíble en su carrera y en su persona pero que, al final, estamos hablando de una realidad que aplasta. Jumillano se doctoró en el año 1952 y se retiró en 1957, es decir, cinco años de gloria, triunfos compartidos con las máximas figuras de la época en que compitió en toda lid logrando triunfos memorables en todas las plazas que actuó, entre ellas la del Embudo de Insurgentes de México que cortó tres rabos en el plazo de una semana, siendo, como era lógico, un auténtico ídolo; una plaza y un país que le idolatraron desde el primer día que llegó y en el que hizo innumerables amigos dado su señorío.

El asombro que nostramos no se trata de que estuviera muy poco tiempo en activo que ya tiene mérito puesto que, para que nos hagamos una composición de lugar, cuando Andrés Vázquez tomó la alternativa con treinta años, a esa edad ya hacía tiempo que Jumillano estaba rico y retirado. Eso sí es motivo de sombro y, ante todo, de admiración a este señor que, como muchas veces se ha dicho, Salamanca no le ha rendido todavía el tributo que merecía pero, no es menos cierto que dados sus éxitos, el dinero que ganó y lo bien que lo administró, antes de cumplir treinta años tenía su casa de Salamanca, tres fincas, compró el coso de la calle Zorrilla de Valladolid y como dato curioso, se compró un auto que construyó la General Motors de América en una serie que fabricaron cuatro unidades que las compraron, Frank Sinatra, Chucho Navarro, Jorge Negrete y el propio Emilio Ortuño Jumillano, auto que por aquel entonces, primeros años de los cincuenta, valía un millón de pesetas. ¿Quién tenía un millón de pesetas en los años cincuenta para darse semejante caprichito?

Cumpliremos, dentro de pocas fechas los ochenta y ocho años del maestro que, sin duda alguna, supo rentabilizar su carrera mejor que nadie en el mundo, algo por lo que le admiraremos eternamente, a sabiendas de que, como el mundo sabe, el señor Isidro Ortuño Jumillano, -padre adoptivo del diestro citado-antiguo matador sin suerte y empresario, le rescató del orfanato donde vivía puesto que había sido abandonado por sus padres biológicos. Sin duda, ante aquel hecho, el destino le tenía deparado la gran sorpresa de haber caído en una casa admirable en la que desde el primer momento se le trató como el gran hijo que fue para sus padres adoptivos.

Son esos casos curiosos en el toreo que no pueden pasar desapercibidos para nadie por la singularidad de los mismos, máxime en un mundo de los toros que, como sabemos, en los últimos cincuenta años, el dinero que ha circulado se lo han repartido unos pocos mientras que, el noventa y cinco por ciento de los diestros restantes, jamás vieron un atisbo de gloria en lo que el dinero se refiere. ¿Cómo obró Jumillano el milagro? Seguramente, ese será el secreto que se llevará a la tumba pero, la realidad es la que hemos contado. Es cierto que en aquellos años la tauromaquia daba dinero pero, había que administrarlo e invertirlo como Dios manda, cosa que hizo Jumillano con una dedicación admirable porque, insisto, en aquellos años los toreros ganaban mucho dinero pero, en tan corto espacio de tiempo hacerse rico como resultó ser el caso de Jumillano, no hemos conocido algo tan singular, tan bello que merece la panea contarlo.

Uno aprende lo poquito que sabe en la cuna del saber, recordando esa cuna por tierras salmantinas en La Fuente de San Esteban de forma concreta, una señora mecía a su niñito en el salón de su casa para dormirlo. Era la madre de nuestro amigo y admirado maestro Paco Cañamero que, desde muy joven se convirtió en un enorme aficionado, en un periodista ejemplar que, además de miles de ensayos y entrevistas lleva sobre sus hombros la dulce carga de haber editado casi cuarenta libros de toda índole y, por la edad que tiene, con toda seguridad que editará otros tantos. Por cierto, de entre sus muchos libros y tras la apasionada lectura que producen sus textos, uno entresaca temas como el citado que, a no dudar, no dejarán indiferente a nadie. ¡Millones de gracias, maestro! Por dicha razón ostentas, junto a nosotros, el subtítulo de LA CUNA DEL SABER cómo no podía ser de otro modo cuando nos encontramos con alguien de tu talento y valía.

En la imagen que mostramos, Santiago Martín el Viti, Pedro Gutiérrez Moya, Niño de la Capea y don Emilio Ortuño Jumillano