De toros no entienden ni las vacas, la prueba más rotunda tuvo lugar el pasado domingo en Madrid en la corrida homenaje a Antoñete en que, como es sabido, se lidiaron toros de Jandilla para que el ganadero cosechara otro fracaso de época. Pero mira tú por donde apareció el sexto de la tarde, cuando ya el festejo caminaba hacia el abismo y salió un toro con casta, algo tan inusual en las corridas en las que participan las figuras que, para que la desdicha fuera todavía mayor, dicho toro le tocó a un heroico Paco Ureña.
Por lo que pudimos ver, la casta es un auténtico problema, por eso huyen despavoridos todos los toreros que pueden aliviarse de semejante trance que, de no estar muy listo acabas en el hule, lo que le sucedió a Paco Ureña que, como pudimos ver, todo el mundo sabíamos de la casta del toro menos el torero; no lo digo para que tomara precauciones, que no las tomó, pero sí para que se hiciera a la idea de que tenía enfrente un animal que quería vender muy cara su vida y, así sucedió.
Decía el inolvidable maestro Joaquín Vidal, aquello de “el milagro de la casta”. Pero yo diría que, más que un milagro es una desdicha tremenda porque apenas nadie está acostumbrado a tan arriesgado reto, salvo lo que a diario se enfrentan a ese tipo de corridas de las que todos huyen; y cuando digo todos, me refiero al grueso del escalafón que, si de esfuerzo hablamos, si se puede, apenas lo justo y necesario.
Cayó lesionado Paco Ureña y no pudimos ver al toro en su auténtica dimensión, una pena. Lo digo porque, otro toro encastado de similares características y de resultado similar si de cogidas hablamos, no fue otro que el de La Quinta que toreó como los ángeles Emilio de Justo en plena feria de Madrid. De Justo resultó cogido sin consecuencias y, tras el drama de su voltereta fea, horrible y dantesca, el torero extremeño extrajo toda la valía que tenía el toro que, además de la casta, motivo por el que resultó cogido el diestro, con la muleta tenía mucho embroque, razón por la que Emilio de Justo le endilgó cuatro series al natural de una vibración inmensa.
Paco Ureña, por su parte, intentó hacer lo mismo, pero, su hombro estaba fracturado y la labor era totalmente imposible. Todo hubiera sido distinto si Ureña hubiera salido ileso del trance, con toda seguridad hubiésemos visto otra faena admirable para el recuerdo. Es cierto que, el toro no era ningún barrabás, salvo la casta que tenía encima que, como dije en su momento, pedía toreros a puñados. Cayó lesionado el héroe y ahí se acabó todo, pero, ese milagro de la casta es el que hace grande a los toreros y, sin duda, enardece a los aficionados.
Si analizamos, todas las cogidas que ha habido en la feria de Madrid que, a Dios gracias no han sido muchas, las han propiciado toros encastados que, por cierto, no los han toreado ninguna figura. Una vez más, la casta es la que dignifica a una ganadería, engrandece a sus lidiadores y estremece a los aficionados.