Muchas veces hemos leído o escuchado aquello de que, los aficionados han sido crueles con el torero, de forma muy concreta en la plaza de toros de Madrid. Y me apresuro a desmentir dicho entuerto porque, como algunos diestros han dicho con su boca, Madrid es la plaza más sencilla del mundo para triunfar si se hacen las cosas como Dios manda y frente al toro. A lo largo de la historia, decenas de toreros humildes han triunfado en Las Ventas, un dato revelador que nos viene a certificar todo lo que digo. Y si eran toreros humildes tenían el agravante de la inexperiencia pero, como quiera que dieran todo lo que tenían ante la primera afición del mundo, de ahí el éxito que tantos consiguieron.

Ocurre que, Madrid es la plaza donde se tiene que revalidar el título de torero y, de forma muy concreta, a los que esgrimen ese peso de la púrpura al que definen los más cutres del periodismo, es al que se le exige con rotundidad. Que no se queje nadie que, hasta el tendido siete se ha descafeinado en sus exigencias, algo que les viene muy bien a las figuras pero, visto desde el otro extremo, cuando el “siete” se entregaba por completo todos lloraban de la emoción por haberlo conseguido.

Lo que algunos llaman crueldad, pasa por la defensa de la fiesta y, ante todo, por la dignidad del toro. Madrid, como se sabe, es plaza de temporada que, para mayor dicha tiene la feria más larga del mundo y, en dicho coliseo salen cientos de toros todos los años. Si ese toro que se lidia es un animal morfológicamente dicho que presenta el respeto adecuado para dicha plaza, nadie dice ni media; embista o deje de embestir. ¿Cuántas broncas se ha llevado Octavio Chacón de Madrid? Ni una sola y, lo que es mejor, jamás ocurrirá eso. ¿Por qué? Porque con toreros de este corte, de antemano se sabe que saldrá el toro en plenitud que, como digo, embestirá o querrá comerse al  torero, pero nunca habrá opción para la bronca o discordancia entre aficionados y torero.

Madrid se aburre más veces de lo que pudiéramos llamar como habitual puesto que, son muchos los toros que tienen apariencia pero, durante su lidia suelen mostrar signos de debilidad para rodar muchas veces por la arena. Eso, la falta de fuerzas del toro puede pasar desapercibida en cualquier plaza, menos en Madrid, claro está. Ahí empieza el enfado, cosa tan natural como lógica. ¿Qué sucede en estos casos? Que por muy bien que pueda torear el diestro en cuestión nadie repara en su arte porque, como queda explicado, el toro no ha estado acorde a lo que la afición demanda.

En Madrid puede ocurrir de todo, menos que el aficionado sienta hastío ante lo que está sucediendo en el ruedo; muchas veces por culpa del toro, otros porque el torero no se ha entendido y no te quiero contar cuando un toro se le va un torero sin torear, eso sí es gravísimo; y no es que reine el hastío como decía, de ahí viene la decepción más grande del mundo que, al final queda en mera indiferencia contra el torero. En dicha plaza se exige que siempre pase “algo” puesto que, el encefalograma plano les pone enfermos a dichos aficionados.

Fijémonos si dicha plaza puede resultar sencilla que, en la misma ha triunfado hasta Ginés Marín, López Simón, David de Miranda y otros muchos nombres que, sin mayores argumentos con los que expresarse, les ha bastado y sobrado para el triunfo por aquello de tener un toro bravo delante y saber entenderlo. Claro que, lo dicho suena a milagro y como sabemos, los milagros no suceden todos los días. De igual modo, en el 2018 en su feria de otoño, un toro de Fuente Ymbro acabó con la carrera de David Mora, un diestro que había triunfado en Las Ventas en muchas ocasiones pero, en la tarde referida, para su desdicha le salió un toro bravo y encastado, ambas cosas a la vez. Un animal que le brindaba la puerta grande en cada embestida y con el que el diestro se arrugó, dio muchos pases y se llevó la gloria el ganadero cuando en realidad, era el diestro el acreedor a tan gallardo premio. ¿Estuvo cruel la afición en aquella tarde? Seguro que no porque, ante todo, David Mora estaba gozando de la bravura de un toro importantísimo al que no supo entender. Los aficionados bastante habían hecho con pagar la entrada para ver al diestro, el resto tenía que hacerlo él, y debería de haberlo hecho bien; mejor dicho, acorde con la bravura de aquel gran toro que le descubrió.