Como bien reza el refranero español, a fin de cuentas, suerte que tengas que el saber poco te vale y, queramos o todo lo contrario, los dichos son sinónimo de la más pura verdad ante la sociedad en que vivimos; son sentencias resumidas en breves palabras que nos vienen a demostrar la cotidianeidad en la que nos movemos. No existe un solo dicho que no sea cierto y, si lo aplicamos al mundo de los toros, cualquiera de ellos nos sirve para demostrar la cuantía, el peso de la suerte si es favorable o esquiva.

Por regla general, vete tú a saber, la suerte casi siempre se alía con el campeón, algo que nadie en el mundo nos podría explicar pero que, dentro del contexto taurino, el sino de tal o cual torero queda sujeto a lo que el destino decida. ¿Y los valores de cada cual? Eso no importa; mientras no estés tocado con la varita mágica de la suerte, todo lo demás, lo dice el dicho, saber poco te vale.

Escribo este ditirambo pensando en la persona y obra de Fernando Robleño, un diestro al que hemos ensalzado durante muchos años pero que, el destino y las empresas, no han querido que su estrella brillara. ¿Será que no tiene condiciones para ser un grande entre la torería? Esa opción tenemos que descartarla porque, hace pocas fechas, en Madrid, como dijo la crítica al unísono, Fernando hizo la faena de la temporada en Las Ventas y eso son palabras mayores. Marró con el estoque porque mató al tercer envite, es cierto pero, como todo el mundo corroboró era una faena de dos orejas con muchísima fuerza, algo que nos alegramos todos aquellos que defendimos siempre al diestro madrileño.

Y aquí entra en escena el factor suerte porque, ¿qué hubiera pasado si Fernando gozara acertando con el estoque y, a su vez, ese toro fuera lidiado en plena feria de San Isidro? No lo quiero ni pensar, como le sucederá al pobre Fernando Robleño que, seguro estoy que a estas horas de la película, es innegable que sigue dándole vueltas al asunto sin encontrar la respuesta que busca; ni él ni nosotros como aficionados.

El hecho ha sido de una singularidad inusitada porque, como dicen los taurinos y sus adláteres, un torero tiene que llegar “toreado” a Madrid porque de lo contrario tiene todas las de perder. ¿Toreado? Lo pregunto porque Robleño sumaba, en dicha actuación, su cuarto compromiso de la temporada. Siendo así, ¿en qué quedamos? Que alguien me lo explique. Ahora resulta que un hombre que apenas ha toreado este año se presenta en Madrid en el festejo que aludimos y hace la faena de la temporada. Curioso el dato ¿verdad?

Lo que le ha sucedido a Fernando Robleño no es otra cosa que lo que vengo pregonando desde hace “siglos”, que torear bien, poco o mucho, no importa para nada si los demás no quieren. La prueba de Robleño da la medida exacta de todo lo que he vaticinado que, para mi desdicha, siempre se ha cumplido. Vergüenza deberían de sentir los grandes protagonistas del toreo al comprobar que, un hombre humilde, frente a un toro auténtico y en la plaza de Madrid, les ha dejado a todos con las posaderas al aire.

Los aficionados nos sentimos dichosos ante el logro auténtico de Fernando Robleño porque, en definitiva, lo que hizo este hombre es el sueño que perseguimos a diario, que un toro y un torero nos emocionen hasta la locura, algo que confesaron los espectadores en la plaza y que corroboramos los que vimos más tarde el reportaje televisivo. ¿Servirá de algo tan carismática faena de Robleño en Madrid para el devenir de su carrera? Dudo mucho que tenga recompensa empresarial porque, para desdicha del mundo de los toros, dentro del mismo se juegan varias “ligas” y, Robleño no milita precisamente en la primera “división” del toreo. Quizás no valga para nada, es muy posible, pero nadie podrá olvidar aquella referencial tarde en la que un torero postergado por las empresas llevaba a cabo la faena de la temporada en Madrid, habiendo pasado por dicho ruedo todas las llamadas figuras del toreo.