Perseguir un sueño es la señal inequívoca de todo torero que se precie aunque, en ocasiones, para desdicha del protagonista no consigue llevar a la práctica dicho sueño pese a que, como les ha sucedido a tantos, hayan tenido triunfos por doquier. Como digo, una cosa es triunfar y otra muy distinta llevar a cabo esa faena con la que sueñan todos los diestros. Dicho lo cual, tenemos que hacer hincapié en que, si ese sueño que aludimos para los que torean a diario en ocasiones se torna imposible, no digamos lo que podrá representar para un diestro olvidado por las empresas y poder realizar la faena soñada.

Ese fue el caso de Fernando Robleño el pasado 13 de septiembre en Madrid en que, frente a una auténtica corrida de toros de las que dan pavor, el madrileño vio cumplido su sueño que, como digo, es la quimera de todo el escalafón. Hasta el propio diestro, tras tantos años como torero, le quedaba ese sueño por cumplir y con la bendición de Dios, la bravura de un toro y la torería que corre por sus venas, Robleño, de repente despertó, se elevó a los cielos al comprobar que, de su muleta y sentidos había nacido lo que más tarde todo el mundo calificaría como la faena del año en Las Ventas.

Nosotros, los más humildes, tuvimos que conformarnos con los reportajes que más tarde nos ofrecieron las televisiones para que, como les ocurriera a los presentes en dicha fecha en Madrid, quedáramos extasiados ante tan magna obra. Pero, amigos, así está el toreo, mejor diría, la podredumbre que anida dentro de esa organización en la que, como siempre digo, para triunfar, lo que apenas cuenta es la valía del propio diestro, algo que le sucede a Fernando Robleño y como les ha pasado a muchos diestros a lo largo de la historia.

Es cierto que, Robleño, por no acertar al primer envite con la espada no pudo saborear de nuevo la gloria de salir en hombros de la primera plaza del mundo pero, su obra allí quedó; no tiene la foto que refrendaría aquella apoteosis en la arena, pero la misma quedó impregnada de su magia, su torería, su empaque natural en calidad de artista, algo que apenas le habíamos podido ponderar puesto que, toda su carrera se ha basado frente al toro de menos opciones pero, cosas del destino, un toro de José Escolar quiso darle la razón para que Robleño le cantara al mundo su torería sin límites.

Seguramente, el diestro mencionado no tendrá siete fincas a su nombre pero, por el contrario que la gran mayoría de los diestros, para satisfacción propia y de los aficionados, Fernando Robleño ha llevado a cabo lo que es el sueño de todos, el que se pasan la vida persiguiéndolo y no termina de llegar mientras que él, con la bendición divina ya tiene firmada en Madrid su página más bella, la que costará mucho borrar porque, en realidad, dada la magnitud de su obra, dudo mucho que alguien pueda eclipsarla.

Orgulloso debe estar el diestro al comprobar que, aquel día mencionado, como en tantos otros momentos posteriores, hasta los adscritos al poder establecido no han tenido rubor en verter toda la tinta del mundo para que nadie olvide que, un torero humilde y en Madrid, rubricó con su arte lo que se ha considerado como la faena del año en Las Ventas. No es nada baladí el hecho mencionado porque, insisto, algunos se mueren de viejos sin haber podido cumplir ese sueño que les acompañó durante toda la vida.