Justamente en este año de desdichas en que nos sumió la pandemia y, a su vez, el indeseable gobierno que sufrimos, pese a que no ha habido toros salvo las ferias de Olivenza e Illescas en los primeros compases de la temporada, tras aquellos festejos se encadenó a España por los cuatro costados y, nada más hemos sabido de la fiesta de los toros que, según rezan los expertos, no cabía otra opción que quedarnos en casa, algo que como inexperto que soy no discutiré pero que, como dato curioso habría que decir que, en 1918, con motivo de la llamada “gripe española”, la que dejó trescientos mil muertos en nuestro país que, en la actualidad, de acuerdo con la población de aquellos años y la actual, ahora “deberían” de haber muerto un millón y medio de personas y, en aquel año no se dejaron de celebrar las corridas de toros ni ninguna clase de espectáculos.

Datos al margen, donde me quiero aferrar es a valorar la grandeza de nuestra fiesta que, sin que esta tenga vida en los momentos actuales por aquello de que no se celebra ningún espectáculo, pese a todo, a diario nos sobran argumentos para ponderarla, ensalzarla, valorarla y expandirla por el mundo y, como diría uno de nuestros populares dichos, “algo tendrá el agua cuando la bendicen”

Eso mismo aplico yo a nuestra fiesta que, sin que tenga lugar ningún espectáculo para que tuviésemos argumentos para el relato, pese a dicha ausencia, nos sobran motivos y vivencias para seguir contándole al mundo en torno a nuestra singular fiesta la que, pese a modas y modismos, salvo que la erradiquen por decreto ley cuatro mal nacidos, ésta jamás morirá.

Es cierto que, como diría nuestro admirado Pedro Mari Azofra, los toros, en la actualidad, -en realidad desde hace ya muchos años-, tienen que competir con “tres mil” espectáculos que antaño no existían, con la comodidad de las gentes, con las retrasmisiones por televisión que, todo va minando la asistencia de las gentes a las plazas de toros pero, la realidad es la que tenemos  y no podemos cambiarla.

Son muchos los frentes en lo que tiene que combatir nuestra inigualable fiesta de los toros que, con su altibajos naturales, pese a tanto desaprensivo, con mayor o menor ardor, la fiesta sigue viva. Claro que, como sentenciara muchas veces el maestro Sánchez Puerto, la grandeza de la fiesta solo puede venir mediante el triunfo de los toreros y, le asistía toda la razón al admirado maestro. Cierto que, en este año de desdichas al más alto nivel, la fiesta ni es grande ni existe, a las pruebas me remito.

Muchas son las barreras que tenemos que traspasar que, en realidad, en demasiadas ocasiones, son puros muros de hormigón que se construyen para que no pasemos; muros que, desdichadamente son cimentados por los indeseables animalistas y por los necios en el poder que, entre unos otros, son incapaces de comprender a los demás y, mediante el respeto, permitir que convivamos todos, los amantes de los toros y los amantes de la propia vida que, en realidad, es el todo.

Pese a tenerlo todo en contra, la grandeza de esta fiesta bella y única en su género, como se comprueba, hasta nos permite, a diario, hacer ensayos sobre la misma, algo impensable en decenas de fiestas, deportes o cualquier actividad que se sustente por el pueblo. Por cierto, hablando de los pueblos, se han suspendido las fiestas de todos los lugares de España y, aquella literatura que generaban las fiestas, todo ha muerto porque el pueblo se ha quedado sin habla, sin argumentos para esgrimir y mucho menos para ponderar.

¿Qué quiere esto decir? Sencillamente que, pese a todo y a TODOS, a la fiesta de los toros le sobra entidad, historia, argumentos, realidades, vivencias y tantas situaciones vividas que, sin el propio espectáculo en vigor, todavía quedamos muchos románticos capaces de ensalzar algo tan nuestro como los toros.

Me viene ahora a la mente una sentencia que me dijo un día el maestro Juan Mora que, a preguntarle sobre el futuro o la desaparición de la fiesta de los toros, el maestro nos dijo: “Los toros dejarán de celebrarse el día que a los toreros nos confinen en una isla desierta y se queden los toros en España” Grandiosa la definición del maestro que, de sus palabras entresacamos que la fiesta de los toros no morirá jamás –salvo que la exterminen-mientras queden aficionados y, ante todo, hombres dispuestos a jugarse la vida para embelesar a los demás.

En la imagen, el maestro Antonio Sánchez Puerto en un tentadero