La fiesta de los toros queda en ridículo cada vez que falla el toro que, en las llamadas ganaderías comerciales suele ocurrir todos los días, a excepción de alguna que otra hermanita de la caridad que no conquista a nadie porque, recordemos, un toro, además de bondad deben tener casta y empuje, lo demás es pura parodia. Y esa que es la razón fundamental por la que el público ha desertado de las plazas de toros, algo que lo saben hasta los niños chicos, las figuras y los empresarios que les contratan todavía no se han dado cuenta de dicha evidencia.

Soy un enamorado del toro, algo que se me nota a mil leguas, pero, a su vez, esa virtud es la que me hace diferenciar a un toro de un borrego, valga la expresión. Digo todo esto porque el pasado viernes, en la feria de Albacete, con toros de La Quinta, Emilio de Justo volvió a dar una dimensión inmensa como torero y, a su vez, lograr un triunfo de clamor en su segundo enemigo. Y, cuidado que, los toros no fueron lo que todos esperábamos, salvo ese quinto comentado que sacó la raza, la casta y la bravura de lo que debe ser un gran toro. Lo digo porque, De Justo, que en su primero había estado magistral, dada la poca casta de su enemigo, tras un pinchazo y una estocada rotunda nadie dijo esta boca es mía.

Emilio de Justo, de todo el escalafón, es la única figura del toreo con el paradigma de la verdad y la autenticidad matando toda clase de encastes que, como él muy bien sabe, las corridas más fuertes son las que siempre le auparon al triunfo. Y, lo que es mejor, no olvida de sus orígenes ni de donde viene, la prueba es que a lo largo de la temporada, entre otros toros los de La Quinta, los suele matar con total asiduidad y, como sabemos, en Madrid, con un toro de esta dehesa llevó a cabo la faena de la feria que, por supuesto no remató con la espada pero que fue la faena rotunda de las que De Justo nos tiene costumbrados. Y como quiera que su verdad es el valor que tanto le dignifica, hace unos días se entretuvo matando seis toros de Victorino Martín alcanzando un éxito de clamor en Valladolid como único espada.

Eso de una orejita en cada toro es un balance muy pobre que a diario suelen cosechar las figuras consagradas que, su único valor es matar las corriditas comerciales que, sabedores de que no existe el menor peligro dada la condición franciscana de sus toros, la cosa no trasciende más allá de salvar la tarde al precio que sea y, si es en un pueblo, ya no te quiero ni contar. Insisto que, de todo lo que vemos a diario, es Emilio de Justo el hombre que nos sigue emocionando tarde tras tarde con sus gestos, su torería, su calidad como artista y como suele ocurrir casi siempre, con la rotundidad de su espada. Cortar dos orejas a un toro encastado no es tare baladí y, el extremeño lo hace con una asiduidad que nos asombra.

Y ese mismo torero al que admiramos hasta lo infinito, ayer en Salamanca, dio una pobre imagen frente al toro comercial. En su primero, un toro sin el menor atisbo de bravura, el diestro estuvo muy por encima del toro y, tras un pinchazo y estocada nadie se molestó en darle ni siquiera unas palmas. En segundo, una hermanita de la caridad con una bondad infinita y sin apenas fuerzas, De Justo se ridiculizó a su mismo porque nadie entiende que un torero tan grande sea copartícipe de esas corridas asquerosas que no aparece ni la casta ni la bravura. Salvo a Emilio de Justo porque su temporada está trascurriendo bajo los efluvios del arte y de los éxitos de clamor frente al toro auténtico. Y lo peor de todo es que él lo sabe y, sin duda alguna, dada su condición, no le quedará otra alternativa que participar en las llamadas corridas del festín que, casi siempre le abocan al fracaso. Y digo fracaso porque cuesta mucho entender que un torero tan poderoso y auténtico se enfrente al toro moribundo, eso que lo haga Ponce es lo lógico como hizo el pasado sábado en Salamanca. Pero esa tarea nunca en la vida le corresponderá a Emilio de Justo.