Todo el mundo suspira para que mañana, 22 de diciembre, ser agraciado con el gran premio de la lotería de Navidad, una dicha que compartirán unos pocos elegidos mientras que, la inmensa mayoría esperaremos al año que viene como viene siendo habitual año tras año. Es más, todo aquel que espere enderezar su vida bajo los efluvios de la suerte vive en un permanente error, sencillamente la suerte es caprichosa y no favorece casi  nunca a los que más lo necesitan. La única suerte en el mundo y de que nadie reparamos se llama salud, lo demás son zarandajas.

Nosotros, en calidad de aficionados a la fiesta de los toros a lo único que aspiramos, como premio para que nos alimente el alma no es otra cosa que la verdad del espectáculo. No existe premio mayor. Y ya es triste que lo que decimos lo esperemos como premio cuando debería de tratarse de una norma en el mundo de los toros. La lotería no deja de ser un premio al azar, una estrella, una suerte que no hemos provocado para nada, si acaso, por aquello de comprar el número, pero nada más.

Los adictos a la mejor fiesta del mundo somos tan pobres que, como digo, solo aspiramos a la sinceridad del espectáculo; una verdad que resplandece cuando en el ruedo no hay figuras del toreo aunque, nuestra insistencia, por aquello de sentirnos premiados no es otra que cambie el panorama de una santa vez y que se reparta justicia o, como dijera en su día el inolvidable César Girón, que Dios reparta suerte….y cornadas.

Lo que debería ser algo normal, usual y estereotipado, en nuestra pobreza, lo dejamos en manos de la suerte. ¿Cabe dislate mayor? Pues así vivimos los aficionados, rezando para que nos caiga el “gordo de Navidad” que no es otro que la justicia impere en este espectáculo que algunos se empeñan en denigrar; y lo más sangrante de la cuestión es que, esos “algunos” antes citados, casi siempre son los grandes protagonistas del mundo de los toros.

Pedimos poco, pero barrunto que  con ese poco, pedimos mucho. Sí, porque pedir que salga el toro auténtico, que los toreros se jueguen la vida y, lo que es mejor, que los aficionados lo palpen desde los tendidos, para nuestra desdicha, salvo las excepciones que todos conocemos, es pura quimera. Bien es cierto que, en la actualidad, el “aficionado” se ha tornado poco exigente y prefieren el humo que les venden antes que la realidad en qué vivimos; digamos que, nos cuentan milongas que algunos se las creen y piensan que, el toro amorfo y desvalido es el gran protagonista de la fiesta, un error de dimensiones mayúsculas que nada favorece al mundo taurino.

Nuestro mejor premio, como aficionados, no sería otro que sentirnos dichosos ante un espectáculo en el que nos viéramos representados, algo que ha ocurrido muchas veces cuando no hay figuras de por medio. Y cuando los grandes toreros lo han hecho en Madrid, alabados sean. Bendiciones para todos aquellos hombres capaces de jugarse la vida de verdad, como ha sido siempre si de toreros hablamos, y maldiciones para todos los que nos engañan vendiendo humo para hacernos creer que ello es la verdad del espectáculo.

Si tiramos de memoria nos tocó la lotería en la pasada feria de Albacete –por citar una corrida ejemplar como la que se lidió en Madrid a primeros de temporada- con la corrida de Victorino Martín y con sus lidiadores, un premio que vive dentro de nuestros corazones que, en gran medida se lo debemos a un torero llamado Sergio Serrano que para nada le importó jugarse la vida sabedor de que estaba haciendo felices a miles de personas que le vieron en la plaza y por las cámaras de televisión. Pese a todo, este año que termina, hemos sido premiados muchas veces porque ¿cabe premio mayor que ver lidiar a un toro de verdad y que el diestro sea capaz de triunfar? La lotería de Navidad ocurre una vez al año y, en los toros, si el mundillo fuera lo justo que todos deseamos seríamos premiados tarde tras tarde o, al menos, en un gran porcentaje de las mismas.