Los aficionados que por razones de edad conocemos a Morante desde que se doctorara y, a su vez, hemos seguido su carrera con enorme interés, todos, sin distinción, quedamos anonadados ante la actitud de este hombre que, si no lo viéramos nos costaría mucho de creer sus circunstancias actuales en que, nada deja por hacer, saca agua de muchos pozos secos –dicho en metáfora, claro- es capaz de hacer su presentación en plazas que, hace dos años, ni lo hubiera intentado. Como digo, toda una metamorfosis la de este hombre que, nos deja alucinados.
¿Quién habrá producido el cambio de actualidad, incluso de mentalidad de Morante? No lo sabemos pero, algo grande ha debido de ocurrir en su vida a nivel particular para que, esa dicha con la que vive la trasmita en los ruedos a modo de actitud, como digo, tan distinta a la que siempre ha ejercido en su carrera. Ya no cosecha broncas y, como él dice, los que antes le abroncaban ahora le dedican atronadoras ovaciones pero, ha sido él el que ha cambiado, nunca los aficionados que, como tantas veces ocurriera, se le abroncaba con toda la razón del mundo porque no exponía ni un solo alamar.
Hasta se ha atrevido a torear en Azpeitia por citar un lugar emblemático en el que sale el toro. Es cierto que no mató la corrida de Cuadri porque no se lidió, pero es verdad que frente a dos toros fuertes de La Palmosilla ofreció un recital de toreo y, lo que es mejor, unas ganas apasionantes; una actitud que cautiva, que cala muy hondo en el sentir de los aficionados. Es verdad que se ha atrevido en varias ocasiones para matar encastes distintos saliéndose de su ganadería preferida que no es otra que la de Juan Pedro Domecq; hasta en eso es diferente porque ha dado un pasito más que, ni un sueños pensábamos nadie que lo haría. Actitud, esa es la definición con la que ahora se presenta Morante en los ruedos dejando para siempre atrás aquella apatía con la andaba sumido la mayoría de las tardes.
Sus razones tendrá y, seguramente, de mucho peso. Todo ello para que se nos muestre de esta forma tan admirable en la que, además de criticarle muchas cosas, nos sobra sensibilidad para agradecerle todo lo bueno que aporta al toreo porque así debe ser la crítica, ecuánime, sincera y emotiva. Negarle a Morante su actitud sería tan grave como negar la existencia de Dios puesto que, ambas cosas son reales. Es verdad que hemos tenido que esperar XXV para que Morante cambiara pero, como dice el refrán, más vale tarde que nunca.
Se le ve feliz en los ruedos porque, lógicamente, viene dichoso desde su casa y esa circunstancia es la que le aboca a darlo todo en los ruedos como si de un principiante se tratare; y lo hace un hombre consolidado, consentido por las empresas y aficionados, algo digno de alabar. Por ejemplo, dentro de ese cambio de pensamiento que ha tenido Morante, por momentos, hasta logra que le echemos el sombrero a sus pies porque, insisto, sus acciones de este año como el pasado, nada tienen que ver con lo que fueron sus primeros veinte años de alternativa; hasta se ha dejado anunciar –rememorando a Manolete- en Linares con los Miura junto a Rafaelillo y Curro Díaz, toda una épica si lo comparamos con el Morante de otra época.
Me destoco ante Morante, salvo en las tardes en que, auspiciado por Juan Pedro se enfrenta a los animalitos sevillanos sabedor de que no existe el menor peligro. Pero, de cualquier modo, no prodigarse mucho con semejante ganadería que, más que triunfos le ha dado fracasos porque, esos animalitos, como siempre digo, si salen santificados puedes hacer la faena soñada pero, como salgan respingones, sin peligro aparente, si pueden estropearte el pasodoble como le ha sucedido muchas veces a Morante. Hay muchas ganaderías, José Antonio, y tú lo sabes.
En la fotografía de Pedro Batalla vemos a Morante en Lisboa.