El pasado domingo observábamos con atención lo que era la puesta en escena de Antonio Ferrera en Madrid y quedamos desolados. Todo empezó mal y de tal modo terminó. En primer lugar mandó repintar las rayas que delimitan el tercio porque argumentaba que no se veían, al mismo tiempo pidió a los areneros que arreglaran el ruedo; nadie entendía a qué se refería con dicho “arreglo” pero, ahí vimos a los peones rastrillo en mano porque lo había pedido el señorito.

Como quiera que todo lo que este hombre hace lo lleva premeditado desde el hotel, una vez pintadas las rayas que él exigió que se hicieran, cuando el toro estaba en el ruedo, cogió al caballo de picar y se lo llevó al centro de la plaza para que desde dicho punto el toro embistiera hacia el caballo. Toda una parafernalia valleinclanesca que no la entendió nadie y, lo que es peor, todo el mundo le recriminó. Puro teatro, como la vida misma.

Digamos que, desde hace pocas temporadas, Ferrera “inventó” lo de la puesta en escena y, si quería imitar a El Pana fracasó con estrépito porque mientras el diestro de Apizaco, aquella era su forma de sentir y vivir, no cabían en su persona imitaciones que, como explico, este Ferrera quiso copiar. Como explico, toda esa parafernalia que esgrime el diestro pacense le resta méritos como matador de toros porque, la gente, en realidad, lo que quiere es ver torear y dejarse de numeritos más o menos acertados. Es cierto que, con los animalitos que suele torear le permiten hacer los “jueguecitos” de rigor. Claro que, el pasado domingo en Madrid, como quiera que los toros tenían casta y eran toros, ahí se acabó la puesta en escena porque allí había mucho que torear y, por dicha razón, no había opción para encandilar a la gente mediante parafernalias más o menos grotescas que, como es notorio, en Madrid no cuelan.

Imagino que Ferrera tomaría nota de su compañero Emilio de Justo que, sin puesta en escena alguna, con el atributo de su torería y su verdad le dio una lección al compañero que, por cierto, nadie entiende ese mano a mano que no venía a cuento ni lo había pedido nadie; imagino que, sería cosa de la economía porque, ambos toreros, ¿en qué plazas han rivalizado?

Pese a todo, el caso de Antonio Ferrera es digno de estudio. Si se me apura ha tenido mucho mérito porque ha logrado lo que todo el mundo anhela cuando se ha llegado a la cúspide, alejarse del toro encastado para matar los burros adormilados o, en su defecto, animalitos santificados que no tienen peligro alguno cuando se trata de profesionales que se ponen delante.

Nadie le podrá negar al pacense su carrera heroica como ninguna porque ha matado centenares de toros que le han dado mucha gloria, enormes triunfos y, sin duda, un montón de cornadas; digamos que, la gloria, la que se ganó con su sangre la lleva escrita en su cuerpo a modo de cicatrices. Si alguien ha dignificado la profesión de torero ha sido Antonio Ferrera con una carrera legendaria pero, cuando por arte de magia se instaló en las corridas blanditas, a partir de ese momento ha quedado como un caricato de sí mismo y, lo que es peor, con sus actuaciones está logrando que todo el mundo se olvide de lo que ha sido su carrera, pura leyenda de torero macho que podía con todos los toros y, lo que es mejor, triunfaba por la grande, incluso con las banderillas que, en su época, era santo y seña.

Desde la libertad de la que es portador en su propia persona, Ferrera puede hacer lo que le venga en gana pero, con un mínimo de dignidad que atesorara, podía irse para siempre para disfrutar de la fortuna que ganó en los ruedos a base de jugarse la vida y entregar su bendita sangre por tantos ruedos en el mundo. Son casi cinco lustros como matador y, como miles de veces hemos comentado, en ese “autobús” llamado el toreo, como no baje uno es imposible que entre otro y, Ferrera debería saber que tenemos jóvenes con ilusiones que, como a él le sucediera, aspiran a la gloria en el toreo.

Por lograr, el diestro pacense lo ha conseguido todo; fama, dinero, cortijos, reconocimiento por parte de los aficionados, muchos litros de sangre derramada; como digo, una carrera ejemplar que no debe empañar con su parafernalia actual que, lo único que está logrando es que se mofe la gente de él porque, insisto, los aficionados le recordamos como un torero admirable.

Váyase, señor Ferrera y no tiente más a la suerte porque si de tragos amargos hablamos, Ferrera sabe mucho de ello. Es el momento de vivir la vida y disfrutar de todo aquello que ha ganado con su esfuerzo, honradez y talento.

¡Salud, maestro!