Un reportaje publicado sobre César Rincón días pasados en la página Web de don Juan Lamarca – DEL TORO AL INFINITO– nos ha inspirado este ensayo. No podía ser de otro modo por distintas razones, entre ellas la imagen del niño que mostramos con las banderillas citando al “toro” y, por encima de todo, ver torear de nuevo al maestro César Rincón en la placita colombiana de Albán, junto a otros matadores andinos en un tentadero que organizara el irrepetible diestro bogotano con vacas de su ganadería.

El niño al que citamos, el que nos provoca ese manantial de ternura indescifrable es el que nos hace viajar en el tiempo hacia la figura y obra de César Rincón. Claro que, ese mismo chiquito es el que nos hace sospechar que, en Colombia, pese a todo, siguen quedando soñadores de la gloria. Lo digo porque, en España, no es sencillo que pudiéramos encontrar una imagen como la que mostramos del niño que, a no dudar, ha conmovido a todo el mundo, al primero al maestro César Rincón por su delicadeza de traer a su tentadero un grupito de niños aficionados.

Si ser torero, o al menos intentarlo tiene un mérito tremendo, en Colombia, dicho mérito se acrecienta muchísimo más allá de lo sospechado. Recordemos que, el maestro Rincón, pese a todo lo que penó en sus comienzos, lo dura que era su vida, la crueldad con la que fue tratado en sus albores artísticos, pese a todo ello Colombia era un paraíso si de toros hablamos. Innumerables eran sus ferias por todo el país, a cuál, con más raigambre que la anterior, todas ellas capitaneadas por la Santamaría de Bogotá, precisamente el coso donde se doctoró César Rincón, con Antoñete de padrino y Manzanares de testigo.

Y digo esto con todo el dolor de mi corazón puesto que, en Colombia, para desdicha de todos, la fiesta ha muerto. Se han cerrado todas sus plazas y, a excepción de Cali y Manizales, hasta la gloriosa Bogotá ha sido clausurada por esos políticos criminales que existen por toda la faz de la tierra. Por dicha razón apuntaba yo que, intentar ser toreo en aquel bellísimo país tiene más tintes de locura que de cordura, las pruebas son evidentes.

Como fuere, el citado reportaje nos ha traído a la memoria la figura del gran César Rincón, aquel niño humilde como el de la foto que, pasados los años fue capaz de lograr toda la gloria del mundo en su faceta como torero y, catorce años después de su retirada, al coger la muleta, ha evidenciado que la torería que siempre le adornó nunca se le olvidó, las pruebas son elocuentes. Cualquier aficionado se alegra por ver de nuevo a Rincón muleta en mano, el arma que le hizo grande entre los grandes en el mundo del toro.

Es emocionante evocar la figura del maestro que, a la edad del niño que mostramos en la foto, por aquellos años ya soñaba César Rincón con la gloria torera. Luchó con tremendo denuedo hasta que logró su alternativa en Bogotá aquel 8 de diciembre de 1982 junto a aquellos grandes toreros hispanos que hemos comentado. Pero lo que no sabía el diestro bogotano es que, a partir de aquel momento, le quedaban casi diez años de calvario hasta que en el año 1991 obtuvo la gloria en Madrid, justamente, en aquel glorioso año para él, cuatro salidas por la puerta grande lograría en su año más apoteósico. Y a partir de aquel momento tocó la gloria con sus manos, un valor que nunca le abandonó, salvo en esos tres años que una cruel enfermedad le apartó de los ruedos pero que, una vez superada, volvió donde solía para ser el que siempre fue, el torero más grande de Colombia y el único diestro en el mundo que ha logrado la proeza de salir cuatro veces a hombros de Madrid en una sola temporada.

Para su dicha, atrás quedaron aquellos años de ostracismo en que, en España se le trataba como a un apestado, un “don nadie” al que le dieron la confirmación en Madrid para quitárselo de encima y, en aquella ocasión lo consiguieron. El cartel, como se comprobó era de desdichados, toros de Lamamié de Clairac para Manili, Pepe Luís Vargas y César Rincón. Pero de Dios estaba que, dentro de aquella menuda figura había un gran torero que conmovería los cimientos del toreo, no ya en Colombia donde era puro referente para el montaje de todas sus ferias que, como dije, eran cuantiosísimas, más bien logró su éxito en España y, a partir de aquellos momentos, por todo el globo terráqueo.

Por cierto, recordemos un dato para que los aficionados jóvenes sepan la estirpe de este hombre humilde que, con su torería, arrojo, valor, sensatez y trebejos toreros, por ejemplo, sus cuatro primeras salidas en hombros de Madrid en una misma temporada las obtuvo toreando toros de Baltasar Ibán, Murteira Grave, Joao Moura y Marqués de Domecq –que se parece a Juan Pedro lo que un huevo a una castaña-  las mismas ganaderías con la que ahora se acartelan El Juli, Morante, Talavante y demás huestes del toreo. Por dicha razón, los toreros grandes de verdad siempre han marcado la diferencia. ¿Cómo? Lidiando toros auténticos, algo que César Rincón, pese a su condición de figura jamás olvidó.