Hace unos días pudimos ver por CMM la actuación de Rocío Romero en Ossa de Montiel y, lo juro, acudí esperanzado ante este festejo puesto que, nada en el mundo me haría más feliz que una mujer triunfara en el mundo de los toros como lo logró en su día Cristina Sánchez que, tras tantos años, lo conseguido por dicha señora fue todo un hito que, como se comprueba no se volverá a repetir.

Quisiera que las mujeres triunfaran en calidad de toreras para desmitificar muchos entuertos que rodean a las señoritas como toreros. Pero ante todo, quisiera que lo lograran por darle en la cara a la estúpida de Irene Montero con su cuento sobre el feminismo y demás bagatelas puesto que, como sabemos, dicha señora solo vive del cuento y de decir sandeces. Todas las personas de buena voluntad queremos la igualdad entre los seres humanos, no es cuestión de la estúpida antes mencionada que, de cajera de supermercado ha llegado a ministra.

Claro que, una cosa es la ilusión y otra muy distinta la realidad que nos rodea. La mujer, como tal, que Dios la ha puesto en el mundo como contrapunto del hombre, debe de tener los mismos derechos e igualdad de oportunidades. Es decir, el hombre, sin la mujer sería muy desdichado, aunque haya mujeres que se empeñen en que el hombre siga siendo desdichado. Pese a todo, los valores de la mujer, en muchísimas ocasiones sobrepasan a las del hombre puesto que, la sagacidad del sexo femenino es un don que Dios les ha dotado, la prueba no es otra que los hombres llegamos hasta donde las mujeres quieren.

Respecto a los toros, aludía yo por la triste realidad con la que vive la mujer cuando se enfrenta a un toro. Rocío Romero demostró que, pese a su capacidad como torera, sus ilusiones inquebrantables, sus deseos más allá de lo soñado, todo ello no es suficiente para lograr un puesto de relevancia en los toros como lo logró Cristina Sánchez y, en menor medida, Hilda Tenorio en México. Fijémonos en los años que lleva luchando Mari Paz Vega y, pese a su valía, no ha encontrado el eco que pretendía. Las toreras mencionadas, una retirada y las otras en activo, han sido puro referente de la grandeza de la mujer en esta bendita profesión pero, tras ellas, nadie ha logrado igualarlas y, lo que es peor, todas han quedado por debajo de tantos logros que dichas toreras habían obtenido.

Me derrumbé cuando vi la tremenda fragilidad de Rocío Romero frente a sus enemigos que, dispuesta, valerosa, por momentos con inusitado arrojo, todo ello se disipó a la hora de matar que, la pobre rozó el ridículo más espantoso que, no lo penó porque la presidencia del festejo estuvo muy dadivosa con ella. Aquí se demostró que, la fuerza es un factor importantísimo. Para matar un toro hay que tener un brazo de hierro que, Rocío Romero no lo tiene, cosa lógica y cabal por ser una señorita.

Ha quedado claro que, en los toros no existe machismo alguno sobre la mujer, todo lo contrario porque la mujer, en calidad de torero, siempre aporta un plus de emotividad y turbación al tratarse de una dama pero, la realidad es la que vengo contando. En el mundo de los toros, como en las finanzas o en el negocio que fuere, hay que estar preparado para asumir el papel que a cada uno nos compite, sea hombre o mujer. Lo realmente dramático es no poder estar a la altura de las circunstancias que, entonces no te salva ni la caridad. En cualquier oficio a la mujer, como al hombre, se le exigen conocimientos, valores, aptitudes y capacidad de liderazgo; nadie ostenta título alguno –salvo excepciones- por ser amiguete del rico de turno.

Y todo ello en el mundo de los toros se acrecienta mucho más; por muy poderoso que sea un empresario, podrá poner a la mujer torera en sus cosos pero, sin triunfos es muy difícil la repercusión para otras plazas. Como explico, me saltaron las lágrimas al comprobar la fragilidad de Rocío Romero que, con una voluntad a prueba de bombas, con unas ganas terribles, con un valor seco y espartano, sospecho que Dios no la ha llamado por ese camino tan cruel y espinoso como es el mundo de los toros.

Insisto que, no se trata de ella, es algo congénito  y común puesto que, todos hemos conocido a muchas mujeres lidiadoras en los últimos años y, apenas alguna ha trascendido más allá de la pura anécdota para contarla el día de mañana a sus nietos. La excepción, como digo, ha sido Cristina Sánchez que, en honor a la verdad ha sido la única gota en medio de ese desierto tan terrible como es y supone la aventura de ser torero.