La cita que narra la Biblia a modo de sentencia cuando nos recuerda aquello de, La verdad os hará libres, en los momentos actuales, más bien yo diría que a lo largo de la historia, no es otra cosa que una quimera inalcanzable porque puede más el poder del dinero, la ambición, la egolatría y la falsedad que andar buscando la verdad, en este caso en el mundo de los toros que es el que nos ocupa casi a diario. ¿A quién le interesa la verdad? De los taurinos, políticos y demás adláteres, a nadie. ¿Quién se siente satisfecho cuando le han contado la verdad demostrada con pruebas fehacientes? Los aficionados, eso sí que no engañan y además no mienten además de sentirse ufanamente contentos cuando conocen la verdad.

Muchas son las verdades que mueren ocultas en el tiempo, las que se silencian por culpa de los bastardos intereses con los que se compra a un ser humano. Se vende un hombre, dijo una vez Ángel María de Lera, y tenía toda la razón del mundo. No existe cosa más sencilla en el mundo que comprar a un hombre para que no nos delate; es decir, mantenerle en silencio para que sigan las tropelías en todos los ámbitos que podamos imaginar. Y se le puede comprar con dinero, con vanidad, con caricias falsas, con promesas que nunca se cumplirán, con una amistad interesada pero que, al final, todo queda en la nada, pero el daño ya está hecho.

Sin lugar a dudas no es tarea agradable la de manejar la verdad, comprobarla, exprimirla para mostrarla a los lectores; es una tarea complicadísima que, al final, solo algunos te reconocen. En el mundo de los toros, la política, en los grandes negocios mafiosos y en donde se maneja mucho dinero, es ahí donde nace y vive la coprofagia, que es tanto como decir que el ser humano encuentra placer comiéndose los excrementos de los demás que, a fin de cuentas no son otra cosa que las aberraciones que se cometen a diario pero que todos silencian. Eso es la coprofagia, lo que practican miles de informadores para el mal uso de sus medios que, en vez de informar, corrompen.

Muchas veces me miro al espejo y veo un bicho raro ante mi persona; un ser de otro mundo que, alejado del mundanal ruido, de cualquier interés de tipo material, me siento como un extraño en este mundo, hasta el punto de que, en vez de excrementos, lo que me gusta y me satisface es contar los éxitos ajenos, todos aquello que, tras la verdad, el honor, la sinceridad y la ecuanimidad son motivo de gozo para mí y para cuantos son capaces de secundarme.

Es ahí donde gozo del placer de lo auténtico y, para mi dicha, lo canto con alborozo. Fijémonos que, todo el mundo contó la corrida de Morante en el Puerto como si de una gesta se tratare cuando, como pudimos demostrar en las fotografías de nuestro compañero Rafael Villar Moyo, aquellos toros manaban sangre por sus pitones. Nadie se atrevió a publicar aquellas fotos y mucho menos a contar lo que allí pasó, pero para eso estábamos nosotros, para contar aquella cruel verdad que tanto molestó a quiénes eran arte y parte de aquel circo. Desde otra perspectiva, a mi entender, donde Morante actuó de verdad fue en Madrid y, así lo conté, porque de tal modo lo viví.

Volviendo donde solía, en honor a la verdad, ¿quién quiere ser libre? Muy pocos. Y si nos centramos en el periodismo en cualquiera de sus áreas, vender la verdad es sinónimo de estupidez porque como las gentes demostraron en las urnas, prefieren a un mentiroso compulsivo, un farsante, un vendedor de humo, un ególatra, un traidor, un tipo que pacta con separatistas que se saltan la ley, con los que quieren la destrucción de España en todos los órdenes y, para colmo, tiene miles de periodistas que le cantan sus “gestas”. El tipo citado se llama “Su sanchidad o falconeti” dos nombres que le definen a la perfección. Es cierto que, en menor medida, todavía quedamos locos sueltos que, cada cual en su parcela sueña con la verdad, la difunden o expanden para que todo el que quiera encuentre su libertad pero, insisto, la gran mayoría prefieren vivir en la esclavitud que no es otra cosa que la coprofagia antes mencionada.