Estamos entrando en la ansiada normalidad y, efectivamente, todo sigue igual de “normal” que hace poco más de un año. Nada ha cambiado y, lo que es peor, nunca cambiará porque los males adquiridos son inexpugnables; exactamente como en el mundo de la política que todo camina hacia la deriva y nadie hace nada por evitarlo. El social comunismo que impera en España destruirá lo poco que queda de este bendito país, otro grande entre los grandes. Los toros, como digo, son el calco de lo que sucede en el mundo de la política.

Ya tenemos que dar por bueno que, para ser figura del toreo no hay que matar ningún toro; con los animalitos domesticados, sin picar, sin fuerzas, sin apenas pitones y sin ningún peligro aparente, ese es el camino para llegar a la cumbre. Lamentable, ¿verdad? Pero aquí no hay Dios que haga nada por evitarlo, por ello, cuando algunos imbéciles dicen que las figuras tiran del carro para que la fiesta siga viva, me entran ganas de irme de este país. ¿De qué carro? Ni que fueran aquellos carros de antaño donde se trasportaba la piedra para construir carreteras.

Ayer, sin ir más lejos, pudimos ver otro espectáculo lamentable en Granada que, por otro lado, los comentaristas de la televisión lo alababan como si hubiera resucitado Joselito. Y aquello no fue otra cosa que una burla más para con la fiesta que, necesitada de valores en alza, con ese tipo de toros con los que se enfrentan las llamas figuras del toreo, el ridículo no puede ser mayor. Pero ellos tienen el poder, como le pasa a Pedro Sánchez, y hacen lo que les pasa por los cojones; vamos que, ni la propia pandemia ha servido como revulsivo para que hagamos las cosas con decencia. ¿Qué coño importa el toro si todos los espectadores son imbéciles? Ese es el sentir del taurinismo, lo que viene a demostrar que, con ese tipo de toros, con tal de que te dejen entrar en el banquete es muy sencillo ser figura del toreo, que se lo digan a Pablo Aguado que, ayer, en Granada, ni se inmutó para cortarle dos orejas a un animalito que solo pedía la muerte a gritos. Es más, ¿Qué se puede esperar de un torero al que, como él confesó, estaba ante un toro de ensueño y, en aquella faena cumbre, en el transcurso de cada muletazo nadie decía esta boca es mía? Esa es la prueba fehaciente de que esos toritos moribundos no emocionan a nadie y, salvo al final de la faena, nadie dice nada y, lo que dicen es por pura cortesía, nunca porque se han emocionado con la labor del diestro.

Y así, una feria y otra también. Será muy difícil que cuando toreen las figuras podamos ver un toro encastado, por ello, a tenor de lo que estamos viendo, ese mismo Pablo Aguado se preguntará para sus adentros: ¿Tan difícil decían que era ser figura del toreo? Y se lo preguntará porque, como pudimos ver ayer, con la gorra, sin apenas esfuerzo alguno le regalaban dos orejas de un toro al que no expuso nada y, para colmo, estuvo superficial y sin entrega alguna; era todo tan simple, tan pueril que, aquello no requería el más mínimo esfuerzo; el torito iba y venía, el diestro se ponía perfilero, le dejaba pasar y aquí paz y allá gloria.

Como digo, una pena que Pablo Aguado que es un buen torero al que hemos defendido a capa y espada, se conforme con ver cómo pasan por su muleta esos animalitos indefensos en que, su única tarea consiste en dejarle pasar y venir. Eso no es el toreo porque el mismo carece de emoción y autenticidad y, ya lo decía el maestro Pepe Luis Vázquez en los años cuarenta, si el toro no emociona a nadie la fiesta se viene abajo, por eso el maestro cada año mataba varias corridas de Eduardo Miura, su amigo, para darle grandeza a la fiesta a la que él consideraba mermada si no aparecía el otro encastado. ¡Y todo ello lo decía, hacía y afirmaba un torero artista!

En esta “nueva” normalidad, que no se emocione a nadie puesto que jamás veremos una plaza de toros llena; quizás se conformarán todos con media plaza que, para ellos ya será un éxito pero, el gentío de antaño no volverá jamás porque han sido los taurinos los que han echado a la gente de las plazas. Si el toro no tiene peligro, no tiene casta, los pitones son muy sospechosos, no se pican los animales ¿de qué fiesta estamos hablando? Del fraude y la mentira, no cabe otra explicación.

Y lo más sangrante de la cuestión y que viene a ratificar mis palabras no es otra cosa que, en el aforo permitido, tres máximas figuras del toreo no fueron capaces de llenarlo. Vamos que, Morante, Manzanares y Pablo Aguado, tres artistas por antonomasia no concitaron la atención de los aficionados que, la plaza granadina parecía más un funeral de tercera que una plaza de toros en la que se debe cita el arte.

En la imagen, Pablo Aguado, es cuestión de observar el toro, con ello está todo dicho.