Es cierto que, la corrida de ayer celebrada en Morón de la Frontera había hecho correr más tinta que agua cabe en el Ebro. Era el cartel del arte por antonomasia, el triunvirato soñado en los momentos actuales porque si de artistas hablamos, los tres que ayer trenzaron en paseíllo en Morón son el referente del arte en su más bella acepción. Me refiero a Digo Urdiales, Juan Ortega y Pablo Aguado.

Claro que, entre todos, empresario y toreros, se pasaron tres pueblos como solemos decir cuando algo no tiene sentido. Por supuesto que no vimos la corrida, pero sí hemos sabido del resultado que, de forma lamentable así lo barruntábamos. Está claro que todo el mundo aspira a la más absoluta comodidad y si el toro fuera de cartón piedra y además embistiera, eso sería el colmo de la locura y la borrachera del arte.

Pese a los fracasos continuados de los burros de Juan Pedro, todo el mundo anhela torear dichos animales que, en la temporada actual solo han proporcionado fracasos por doquier porque esos toros salen podridos de toriles o, en su defecto, sin clase, sin raza, sin fuerzas y sin nada que se le parezca a un toro bravo. Las pruebas, insisto, son los resultados de los toros lidiados, puro esperpento de lo que antaño fue esta ganadería.

Insisto, ayer, tres grandes toreros se estrellaron contra la ineptitud de unos toros absurdos que nos les aportaron gloria alguna pero, no es menos cierto que, dichos diestros, amén de artistas, sus apoderados deberían de saber a qué se enfrentaban. ¿O acaso esperaban el milagro? Los milagros ya no existen salvo que se pongan delante de una corrida brava y encastada que, a lo largo de la cabaña brava española, dichos toros, los tenemos a miles en cada dehesa. ¿Acaso el toreo tiene que estar sustentado con los animales indecentes e inservibles de Juan Pedro?

Reitero que, el cartel que más arte reunía, el que concitó la atención de todos los medios de comunicación, al final, haya quedado en una triste parodia por culpa de los toros. Confiemos que les sirva de lección en la sucesivo, que tomen la debida nota para evitar males mayores porque, la condición de artistas, al triunvirato de ayer no se lo quitará nadie, ni los burros de Juan Pedro, pero si en vez de ser en Morón de la Frontera, el hecho ocurre en Madrid, a partir de ahora les costaría un mundo encontrar un nuevo contrato.

Hay muchas ganaderías de garantías en España y no tienen que ser precisamente animales domesticados; de que tenemos toros por doquier lo saben hasta los negros. No quiero decir que esos toreros tenían que enfrentarse a los toros de Saltillo porque, ante dichos animales, poco arte se puede expresar, pero siguen quedando ganaderías por doquier para que el arte tenga su debida expresión ante toros que colaboren para el éxito de los artistas.

Tomemos lección, entendamos que el arte no lo podemos desperdiciar enfrentándonos, en este caso los toreros, a burros inservibles que, como se demostró, solo sirvieron para la desesperación de los toreros. Para la próxima, contemos con Ricardo Gallardo que, el pasado domingo en Nimes, salvo el lote de Urdiales, lidió una gran corrida de toros encastada sí, pero con los argumentos que un toro necesita para emocionar a las gentes y, ante todo, para permitir al torero expresar su arte.

En la fotografía de Arjona, el cartel del arte que no pudo ser.