No hace falta ser docto en materia para pronosticar, como yo hiciera el pasado año, lo que sería el futuro de Juan Pedro Domecq como ganadero, una ruina al más alto nivel. Eso sí, como digo, los toros de Juan Pedro sirven mucho en estos momentos para mandar a su casa a todos aquellos toreros que, ávidos de éxitos se apunten a dicha ganadería. Las pruebas son elocuentes. En Valencia ha sido la cosa y, pobres de los que la tengan que matar en Madrid que, apañados van. No quisiera estar en la piel de Daniel Luque, Ángel Téllez y Francisco de Manuel que, irremediablemente tendrán que devolver los éxitos logrados en Las Ventas. Tiempo al tiempo.

Aquello de sumar seis fracasos con estrépito el pasado año en Sevilla y, salvo algún que otro torito suelto en algún pueblo, lo demás, digamos lo esencial e importante, solo tiene el calificativo de bochorno general y, si alguien lo duda hay un dato revelador y es que las figuras huyen despavoridos cuando escuchan el nombre de Juan Pedro. ¡Qué jugadas más criminales tiene el destino! Pensar que esta dehesa durante tantísimos años era santo y seña en la fiesta de los toros.

Juan Pedro Domecq debería saber que, de la “santidad” bovina que suspiraba su señor padre en gloria esté, a la borreguez actual hay un paso muy pequeño. Él sabrá de su alquimia pero, los resultados no pueden ser más nefastos. De entrada ya sabemos que, los toros que pastan en Lo Álvaro son sinónimo de fracaso y, en la temporada actual le costará muchísimo endilgar a sus animalitos puesto que, salvo en algún que otro pueblo, el resto de las plazas importantes no le llamarán ni para saludarle y felicitarle el día de su santo. Hombre, si de economía hablamos, Juan Pedro, pese a no vender sus toros, no tendrá problema alguno puesto que, con la cría de cerdos ibéricos tiene resuelto el problema, justamente el que paliará la tragedia de seguir lidiando toros, cosa muy difícil en la actualidad que, o los vende a precio de carne o con la anuencia de algún empresario, como antes dije, para quitar de en medio a algún torero que estorbe.

Como quiera que la realidad sea incuestionable, Juan Pedro y sus adláteres, todos juntos han logrado echar a las gentes de las plazas de toros porque mientras esos animales tenían santidad, en el peor de los casos, las figuras se ponían bonitos e incluso triunfaban ante el gentío del clavel. Ahora todo ha cambiado, el “vino” se ha agriado y lo que era bondad se ha tornado incertidumbre porque nadie puede ya apostar por ningún toro de Juan Pedro Domecq; si, apostar se puede, pero para vaticinar el fracaso que es el peor de los males que pueda sufrir un ganadero.

Pese a que algunos informadores, respecto a Valencia, han querido maquillar la realidad sobre el juego de los toros de Juan Pedro, las imágenes que hemos visto nos han dado la medida y la realidad de lo que aconteció en el coso de la calle de Játiva: corrida infumable, toros devueltos, algún que otro animalito con la dulzura de antaño pero, sin el menor atisbo de casta, fuerzas justitas, apenas se utilizó la pica y, con tales argumentos es muy difícil buscar el triunfo. Eso sí, en la plaza, tres grandes triunfadores de Madrid, Paco Ureña, Ángel Téllez y Francisco de Manuel y, al final, menos de media plaza. Y, cuidado, que las plazas las llenan al unísono toreros y ganaderos, los que hemos visto la fiesta desde hace muchos años, entre otros ejemplos recordamos cuando Victorino Martín y Paco Ruíz Miguel llenaban las plazas un día sí y otro también. ¿Motivos? Estaba clarísimo, había verdad por todos los lados, justamente la que siempre emocionó a los aficionados, incluso a las gentes que acudían a los toros de forma ocasional y, tras ver el espectáculo, volvían al año siguiente, y así, sucesivamente. Ahora ocurre justo lo contrario, el que acude a una plaza de toros si no es un “enfermo” de aficionado, no vuelve nunca más. Mejor dicho, nos echan a patadas de los coliseos taurinos. Los de Pacma pueden quedarse tranquilos que, nosotros solitos nos bastamos para destruir lo que siempre fue la mejor fiesta de España.